Históricamente los dos grandes partidos políticos estadounidenses en realidad han sido y siguen siendo dos grandes coaliciones de pequeños partidos, corrientes políticas diferentes y clanes familiares. Hasta la Guerra Civil una gran coalición fueron los Federalistas (anti-esclavitud), con los líderes fundacionales George Washington, Alexander Hamilton, John Adams, etc. que confluirán con otros grupos liberales en el Partido Republicano de Abraham Lincoln. Otra gran coalición fue la de los anti-Federalistas (esclavistas), o Partido Demócrata Republicano, con Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe… y Partido Demócrata a secas con Andrew Jackson, etc.
Desde la Guerra Civil quedaron fijadas las denominaciones e identidades que llegan hasta nuestro tiempo: Partido Republicano (Grand Old Party), abolicionista, en favor del capitalismo industrial. Y Partido Demócrata que, habiendo sido el gran responsable de la Secesión por sus vínculos con la esclavitud y una economía agraria preindustrial y anticapitalista, tras la derrota asumirá la Unión, el Federalismo y la moderna economía industrial-capitalista, sin renunciar durante décadas a otras prácticas siniestras, antiliberales y racistas (segregación, Ku Klux Klan…). (...)
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A lo largo del siglo XX –paralelamente al ascenso imperial de los Estados Unidos– estos dos grandes partidos/coaliciones se consolidan, respectivamente, como el bloque liberal-conservador (los Republicanos, o las Derechas) y el bloque liberal-progresista (los Demócratas, o las Izquierdas), conformando entrambos un sólido Establishment del que se reconocería como The American Century.
Tocqueville propuso la idea del “excepcionalismo americano” para caracterizar a la democracia americana como un sistema político de tradición única liberal, donde las tentaciones socialistas o colectivistas y sus formas autocráticas estaban marginadas (idea continuada por marxistas críticos, sociólogos como S. M. Lipset y D. Bell, o escritores como Sinclair Lewis en su novela distópica It Can’t Happen Here).
Pero la transformación del Partido Demócrata en el siglo XX y sobre todo en las últimas décadas ha difuminado progresivamente tal percepción, con tanteos socialdemócratas (Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson) y propuestas más radicales de signo colectivista (Hillary Clinton, Barack Obama, Joe Biden). Un caso emblemático e ilustrativo: la progresiva radicalización ideológica del clan Kennedy después de la presidencia “centrista” de John F. Kennedy, en las sucesivas candidaturas presidenciales de Robert F. Kennedy Sr., Edward M. “Ted” Kennedy, y Robert F. Kennedy Jr.
La idea del “excepcionalismo americano” implicaba la existencia de un sistema bipartidista “americano” de partidos/coaliciones liberales: liberalismo conservador y liberalismo progresista. Como hace ya tiempo apuntarían politólogos de prestigio –Harvey Mansfield, David Horowitz, Dinesh D’Souza, etc. (y muy modestamente un servidor)– el Partido Demócrata ha dejado de ser liberal, evolucionando hacia una identidad socialdemócrata más del estilo europeo.
En tiempos recientes el Partido Demócrata ha continuado su deriva radical izquierdista por la inclusión de grupos socialistas de diferentes orígenes: socialdemócratas tradicionales, socialistas de Bernie Sanders y “The Squad”, escuela de “organizadores comunitarios” de Saul Alinsky (Hillary Clinton y “New Party” de Barack H. Obama), ecologistas, feministas, minorías étnicas, colectivo LGTBI, nacionalismo negro de la Nación del Islam (NOI, racista y antisemita), grupos radicales como Antifa y el movimiento neomarxista negro BLM, etc., componentes de la gran coalición Demócrata durante las administraciones de Obama-Biden (2008-2016) y de Biden-Harris (2020-2024).
La aportación de idiotas políticos como Harold Bloom, Hillary Clinton, AOC y los editores de The New Republic, calificando a Trump y sus simpatizantes de fascistas o nazis, ha ensuciado más el clima político, siendo en mi opinión los responsables intelectuales de la histérica persecución y creciente violencia anti-Trump que culminó en el atentado del 13 de julio en Butler, Pennsylvania.
Por otra parte el Partido Republicano se ha escindido entre el sector pro-Establishment (administraciones de George Bush Sr. y George Bush Jr., reacciones diversas NeverTrump) y el movimiento anti-Establishment iniciado en 2009 por el Tea Party contra los excesos fiscales y estatistas en la presidencia de Obama, continuado con mayor éxito por Donald Trump y el Trumpismo (movimiento popular MAGA: Make America Great Again), con su victoria y mandato presidencial (2016-2020), y asimismo en la presente oposición (2020-2024). Movimiento popular o populista liberal-conservador, con claros ingredientes anti-partitocráticos y anti-estatistas, e incluso libertarios anti-colectivistas.
Escribo esto en el preciso momento en que la Convención Nacional Republicana, reunida en Milwaukee (Wisconsin) en su primera sesión (15 de julio), anuncia que Donald J. Trump supera ya –gracias a Florida– los 1.215 delegados necesarios para ser “nominado” como candidato oficial del Partido Republicano. Al mismo tiempo Trump anunciaba en su red social Truth Social que había elegido al joven senador J.D. Vance (R-Ohio), abogado de Yale, ex-marine y católico Pro-Life como candidato a Vice-Presidente. Ayer mismo Vance era el primero en denunciar a Biden por su retórica violenta como responsable directo del intento de asesinato de Trump.
En un sentido formal comienza el capítulo final de la campaña presidencial USA-2024 que concluirá en las elecciones generales (no solo presidenciales) el próximo 5 de noviembre.
Manuel Pastor Martínez
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