.
lacritica.eu

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La Cruzada de los Tres Reyes

'El triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa', Marceliano Santa María Sedano. © Museo Nacional del Prado, Madrid.
Ampliar
"El triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa", Marceliano Santa María Sedano. © Museo Nacional del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 4 OCTUBRE 2024

Por Íñigo Castellano Barón
Add to Flipboard Magazine. Compartir en Google Bookmarks Compartir en Meneame enviar a reddit Compartir en Yahoo

Dos grandes credos monoteístas se enfrentaron en campo abierto: cristianismo e islamismo. Tres reyes protagonizaron en la Plena Edad Media una de las batallas más significativas que acontecieron en el largo camino de la reconquista española: Alfonso VIII el Bueno de Castilla, Pedro II de Aragón a quien el propio papa Inocencio III coronó en Roma, y Sancho VII el Fuerte de Navarra. Una misma moral de victoria les unió pese a sus notorias diferencias y enemistades que entre ellos mantuvieron poco tiempo antes. En el año de 1212 derrotaron al ejército del califato almohade de Muhammad al-Nasir (Príncipe de los Creyentes) también llamado por los cristianos Miramamolin, derivación de su nombre árabe. (…)

...


Iñigo Castellano y Barón

Presidente de la Asociación Española de Amigos del Gran Capitán


Alrededor de los monarcas se congregaron con sus mesnadas lo más granados linajes del momento como: los Lara, Téllez de Meneses, Girón, Osorio, Finojosa, García, Aznares, Pérez de Villalobos, Diego López de Haro, este último, alférez del gran bruñidor de la gesta como fuera el monarca castellano, y un largo etcétera. Por aquel tiempo en Francia se preparaba la cruzada contra los albigenses liderada por Simón de Monfort.


Tataranieto del Cid Campeador por vía materna, Alfonso VIII contó con la inestimable ayuda del arzobispo de Toledo y Canciller de Castilla, Rodrigo Jiménez de Rada quien igualmente marchó a la batalla participando junto a su rey en la carga final en las laderas del Cerro de los Olivares, escribiendo una crónica de cuanto aconteció en aquel día dieciséis de julio y que supuso un punto de inflexión para la historia de la Reconquista. El arzobispo y gran humanista hablaba seis idiomas además de haber realizado estudios superiores en filosofía y Derecho en Bolonia que completa con Teología en la Universidad de París. Su obra Chronica Hispaniae describe detalladamente la batalla de las Navas de Tolosa. Fue él quien se dirigiera al papa Inocencio III para pedir que declarara como cruzada la lucha que iban a emprender.


El Papa, gran integrador de los Estados pontificios y organizador de la Cancillería papal, era muy sensible a la lucha contra el infiel. Tan solo veinticinco años antes, Saladino había derrotado en la batalla de los Cuernos de Hattin, en Jerusalén, a Guido (Balduino IV de Jerusalén). Por ello Inocencio III dispuso y publicó en Letrán tres decretos distintos instando a ayudar a algunos príncipes cristianos en su lucha contra el infiel, otorgando en uno de ellos la denominación de cruzada a la guerra que se disponían a emprender los reyes hispanos cristianos.


Dicha denominación confería grandes privilegios para la época, pues se daba la plena absolución de todos los pecados para cuantos financiaran o fueran con las armas a luchar contra los almohades, además servía de tregua en las luchas intestinas entre los reyes cristianos, pues por igual razón, quedaban excomulgados cuantos durante la cruzada amenazaran o lucharan contra sus reinos. Tiempos atrás, Constantino asumió el concepto de la Guerra Justa declarando el servicio militar obligatorio, conciliando así la moral cristiana con el servicio de la espada. Ya en el Imperio Romano de Oriente se rindió culto a santos guerreros como Demetrio, Teodoro, Sergio, Jorge, etc. En Occidente la separación entre Iglesia y Estado fue algo más patente y San Agustín de Hipona declaró lícita la guerra contra el agresor injusto (bellum justum).


El carácter universal de la cristiandad sirvió para que fuerzas de otras naciones transmontanas pudieran enrolarse y ganar los beneficios espirituales, sin perder de vista los ricos botines a obtener en la contienda. Así pues, el rey castellano acompañado de su pariente el rey don Pedro II de Aragón de elevada estatura e igual prestancia, cantado por los trovadores de su tiempo como fiel cumplidor de las leyes de caballería, como de su también pariente Sancho VII de Navarra, apodado el Fuerte por su enorme estatura y complexión, se reunieron en Toledo para diseñar la estrategia de ataque contra el califato.


A la ciudad castellana acudieron nobles, obispos con sus mesnadas, caballeros y maestres de las Órdenes Militares de Calatrava, Hospitalaria de San Juan, del Temple, y de Santiago cuyo gran maestre Pedro Arias murió a consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de las Navas de Tolosa, junto al maestre del Temple, resultando el resto de maestres heridos. La sangre vertida por estas Órdenes militares fueron de las primeras tanto por su posición en el orden de batalla como por su arrojo. De igual manera acudieron las milicias concejiles compuestas por peones y caballeros villanos y finalmente mercenarios de todas las partes de Europa. La historiografía no se pone de acuerdo de quién tuvo el privilegio de entrar el primero en el palenque o campo de batalla. Para Castilla fue el portaestandarte Álvar Núñez de Lara, para Aragón, Aznar Pardo. En cualquier caso, a los primeros escuadrones que lo intentaron solo les esperaba la muerte ante el bosque de lanzas de la Guardia Negra (los imesebelem) que rodeaba a Miramamolín. Historiadores cuentan que el rey Sancho por su enorme corpulencia, embistió montado en un mulo en vez de caballo.


El califa Al Nasir era hijo del vencedor de la batalla de Alarcos, habida pocos años antes y de una esclava cristiana llamada Zahar (Flor). Su tartamudez le hacía parecer cabizbajo y poco charlatán, pero su mente era hábil y prudente. Hubo de venir desde Marrakech donde residía, parando en Rabat camino a la península, pues los cristianos habían roto la tregua firmada tras la derrota de Alarcos. Se instaló en Sevilla para de inmediato atravesar el puerto de Muradal y someter el castillo de Salvatierra que había sido reconquistado por la Orden de Calatrava. Considerado casi inexpugnable, el castillo se rindió frente a las enormes máquinas de guerra almohades.


Se proclamó la Yihad e Hispania se convulsionó de nuevo para preparar la que sería una de las más sonadas batallas, las Navas de Tolosa en la actual provincia de Jaén. Una batalla que tiene varias singularidades debido a que, en la Edad Media, grandes enfrentamientos en campo abierto entre dos ejércitos fueron muy poco frecuentes pues en esa táctica de enfrentamiento total, la victoria para el vencedor de la contienda no implicaba en sí misma la anexión de nuevos territorios. La guerra se hacía más sobre poblaciones y fortalezas, manteniendo sitios, escaramuzas, algaradas y cabalgadas que permitían conquistar zonas más amplias y desplazar las marcas o fronteras que en el choque campal entre dos fuerzas militares; aunque esto pudiera ser más devastador, no cumplía los objetivos de anexión que se pretendían. Sobre esto el infante don Juan Manuel escribió el Libro de los Estados donde describe y analiza un tratado de táctica y estrategia militar como lo hiciera el código de las Partidas.


El calor era insoportable en aquel lunes dieciséis de julio. La Hispania meridional tenía pocos pastos por aquellos meses escasos de lluvia. En consecuencia, la falta de alimentos básicos dificultó el abastecimiento de las tropas en su andadura a través de La Mancha, una vasta extensión fronteriza y por ello mismo despoblada, hacia el Puerto de Muradal, lugar donde tendría lugar la batalla. Los ejércitos de los tres reyes marcharon dividiéndose en dos cuerpos de ejército. El primero, en la vanguardia, bajo las órdenes de don Diego López de Haro, las Órdenes Militares y otros, entre ellos las tropas ultramontanas venidas, y en retaguardia los tres reyes con los ejércitos y mesnadas reales. Cada día, acampaban en el mismo lugar donde lo hiciera la vanguardia que les aventajaba una jornada de marcha. Mientras se procedía a la instalación del campamento equipado con tiendas, la caballería no descabalgaba para no ser sorprendidos por el enemigo.


El Campo de Calatrava resonaba bajo los cascos de la caballería pesada cuyos jinetes montaban a la brida frente a la jineta de la caballería ligera que acostumbraban los agarenos. Toledo a Malagón fue la primera jornada del ejército cristiano en su camino hacia Sierra Morena. En la segunda, se internaron por una larga cañada que cruza algunas aldeas. Fue poca la distancia recorrida por la estrechez del camino. Calatrava fue asaltada por los ultramontanos y caballeros de Calatrava tras sitiarla por varios días hasta someter al célebre Aben Qadas, un guerrero de gran prestigio entre los almohades. Alfonso VIII no quiso perder más tiempo en aquel bastión. Así fue que la Orden de Calatrava volvió a recuperar su sede, siendo el botín repartido entre los ultramontanos y aragoneses.


Tal reparto no satisfizo y muchos abandonaron la cruzada para regresar más allá de los Pirineos e incluso algunos regresar a Toledo donde gracias a la población consiguieron detenerles en su intento de apoderarse de la ciudad. El rey castellano diseñó una guerra de conquista que no de exterminio para así poder utilizar cuanto consiguiese y no encontrarse con tierra quemada. En su andadura reconquistaron Alarcos y otras fortalezas. De Salvatierra se encaminaron al castillo de Castro Ferral, en donde la fuerza cristiana topó con un destacamento sarraceno, pero este hizo la táctica del torna y fuga y desapareció huyendo. Desde allí se internaron por Sierra Morena en dirección a la Mesa del Rey, puertas del lugar del combate.


Miramamolín lanzó contra los cristianos una carga que estos repelieron mientras la retaguardia fue aproximándose. Los reyes no quisieron aceptar en ese día el combate abierto o las provocaciones sarracenas, para dar tiempo a las tropas a reponerse del esfuerzo que supuso la ascensión hasta las cumbres de los cerros. El agua no faltó pues los cristianos acamparon al lado del llamado salto del Fraile donde había un manantial. El campo de batalla estaba en ciernes, cerca de Santa Elena que hoy conocemos. Los cerros que predominan en esa cadena montañosa dificultaban el tomar posiciones por la remonta o descenso de los mismos para ocupar otros que mejoraran la situación.


El domingo quince de julio, víspera de la gran batalla, los reyes cristianos definieron su última estrategia y táctica a seguir. Los cristianos con un ejército de unos doce mil guerreros, frente a un número superior almohade, se dividieron en tres cuerpos. Alfonso VIII el centro, el de Aragón el ala izquierda y el de Navarra la derecha. Desde allí pudieron divisar la tienda roja de Miramamolín. En la alborada del día dieciséis de julio el ejército cristiano descendió por la ladera más suave hacia el palenque. Una lluvia de flechas de los arqueros turcos les hostigó. Sin romper la formación los cristianos viraron hacia el oeste encontrándose en el Cerro de los Olivos con la formación almohade dispuesta para la batalla. Los timbales sarracenos retumbaron estrepitosamente y sus sonidos se filtraron entre los cerros sobrecogiendo inicialmente a los cristianos, Al poco, con sus armaduras, cotas de malla o lorigas y espadas desnudas, montando sobre sus pesadas cabalgaduras cubiertas del arnés de guerra, cargaron contra el muro de lanzas agarenas. Los primeros caen atravesados, pero en su caída dejan grandes espacios que son aprovechados por los peones para internarse entre el enemigo. Algunos de uno y otro bando huyen, pero la lucha continúa de manera encarnizada. Sancho de Navarra blande un martillo de guerra que maneja con habilidad admirable mientras Alfonso VIII de Castilla da órdenes sin cesar entretanto golpea a uno y otro lado con una bola recubierta de púas de hierro sujeta a una pequeña cadena de un mazo de madera. Pedro II de Aragón se abre paso con su caballo y diseña con unos cuantos hombres una maniobra de pinza. La caballería ligera almohade persigue a las mesnadas cristianas que se habían desorganizado en las primeras embestidas. Las Órdenes Militares contienen el avance sarraceno. Un cuerpo muy adiestrado en el manejo de las hondas arroja sus proyectiles contra los cristianos con gran acierto, pues muchos caen por el impacto de aquellas piedras. Frente a ellos, los ballesteros de Castilla, muchos descabalgados de sus monturas para obtener mayor precisión, intentan repeler el ataque en una formación ordenada.


Por algunas horas el ejército cristiano parece no conseguir la victoria al aparecer en el palenque la caballería andalusí, pero se rehacen mientras Sancho de Navarra divisa en el Cerro de las Viñas el palenque del califa. Rodeado de su Guardia Negra tan feroz como temida, todos ellos encadenados por sus tobillos, de manera que nadie de ellos pudiera intentar desistir de su deber de combatir, rodean la tienda roja. El califa mantenía en su mano izquierda el Corán y a su lado un Guardia Negro blandía su estandarte blanco sobre el que en letras de oro rezaba: «No hay otro Dios que Dios. Mahoma es el enviado de Dios. No hay otro vencedor que Dios».


Contra la Guardia Negra el gigante rey navarro arremete con sus mesnadas rompiendo las cadenas del muro humano que cuida al califa, (cadenas que incorporaría en su escudo del reino navarro). Miramamolín en aquel instante decide huir a uña de caballo. Entretanto el ejército cristiano entre sangre, sudor, alaridos y gritos de los heridos no cesa en su embestida contra los sarracenos que además son masacrados por la caballería pesada de don Pedro II y del soberano castellano que hacen una maniobra de pinza sobre ellos. Todo el ejército almohade se desmorona y cunde la desbandada mientras los cristianos enardecidos siguen blandiendo sus espadas. Había llegado el final.


La victoria cristiana fue un hecho y una línea importante de salida hacia nuevas metas en la Reconquista. La batalla de las Navas de Tolosa pasó a la historia como uno de los grandes hechos militares y preludio de la futura unión de los reinos cristianos hacia una España unida bajo su santo patrón Santiago, despejando el horizonte para la reconquista de la Andalucía Bética por el futuro rey Fernando III el Santo de Castilla. Tras la victoria alcanzada, se inició el declive del imperio almohade.


Íñigo Castellano


Conozca a Íñigo Castellano y Barón


acceso a la página del autor


acceso a las publicaciones del autor

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios