Presidente o presidenta en español bien sabemos que es "una persona que preside algo", sea una comunidad de vecinos, una asociación de viudas o de viudos en edad de merecer (o no), o un estado republicano, que no es nuestro caso porque España es monarquía y en su lugar tenemos rey y, además, reina.
Es decir, estamos acostumbrados y rodeados de presidentes desde antes de tener uso de razón y disfrutamos de su compañía y vecindad. (...)
Lo que a mí me resulta menos llevadero es la proliferación de "presidentes-as" en el ámbito político, exceso de oropel en cientos de servidores públicos que, curiosamente, no ostentan ese cargo-título por méritos propios, oposición, elección u otro procedimiento más o menos democrático, sino por designación de los "aparatos" que controlan la vida y milagros de los partídos políticos y, por ende, la nuestra. Y no digamos ya en el caso de alguna región española, que hasta adjetivan el título con "honorable", bien que quien lo ostente sea o pueda ser un vulgar delincuente.
¿Cuestionar el Estado de las Autonomías? No seré yo quien lo haga teniendo este el placet de los españoles como lo tiene. Incluso con sus presidentes-as, aunque las más de las veces rayen en el ridículo emulando a los auténticos jefes de estado. Fíjense que me quedo en la forma, sin abordar el fondo de la cuestión. Y no lo hago no por falta de argumentos o de ganas sino por aburrimiento. Por desilusión. Acabo de leer unas declaraciones de José Luis Garci: "El mundo que yo conocía está desapareciendo". Será también por eso.