...
«La oposición tolerada» por el régimen franquista, cuyo más público exponente fue el marxista Tierno Galván junto a Morodo y otros, ya habían asumido un nuevo futuro para España y en ningún caso figuró entre sus postulados una nación en la órbita del entonces Telón de Acero sino un socialismo más próximo a la social democracia europea. Desde la izquierda comunista que no socialista, pues durante todo el tiempo del régimen el PSOE tomó vacaciones y no fue militante de oposición, junto con otros movimientos políticos como Falange Española y de la JONS, carlistas tradicionalistas, centristas, derecha monárquica y el resto de la ciudadanía no política tanto de carácter rural como urbana, apostaron por el cambio acercándose a los regímenes libres propios de Europa. España tras la reconciliación pública de los representantes de las distintas facciones políticas, consiguieron conjurar el peligro de una repetición del sexenio republicano de tan triste recuerdo. En sí misma, la transición política a la democracia se debió a una conciencia social generalizada de reconciliación por parte de casi todos los españoles que habían decidido pasar página y buscar en el desarrollo que venía produciéndose el futuro merecido tras largos años de guerra y sufrimiento. Solo había que articular ese deseo social mediante la Constitución que todos aprobamos. Pero ciertamente, los políticos y no políticos buscaron su acomodo ante la oportunidad brindada.
En definitiva, España aseguró su estabilidad, y abierto las puertas a la democracia. Este fue el escenario para que al tiempo España en su conjunto, que no demandaba otra cosa que proseguir en el progreso y desarrollo de sus clases medias, la estabilidad de su agricultura a veces dependiente de las políticas industriales, y abrir un mercado de oferta para conjuntar la nueva estructura de poder. Ello aprovechado tanto por políticos serios, como oportunistas, trabajadores de levita, separatistas o independentistas, gentes sin oficio, trepadores de profesión, holgazanes y otras especies que gustan de administrar los patrimonios de los demás y dirigir algo que no tuvieron por ellos mismos. España se convirtió en un mercado persa en donde hubo cabida para todo tipo de promesas puestas en venta al mejor postor. La ciudadanía española no esperaba encontrarse ante tan variado surtido de productos electorales pues tan solo, salvo independentistas vascos, gallegos y catalanes con sus derivadas filoterroristas, aspiraba a una España democrática y a un juego leal de partidos, no a un mapa territorial fraccionado en parecido parangón a los reinos de taifas. No obstante, el pueblo soberano, no experto en estas lides, aceptó confiadamente las características del producto que se les vendía: menos centralización, más cercanía a los ciudadanos, mayor control de los problemas locales, inversiones específicas en los territorios, y un largo etcétera. Las autonomías fueron adoptando cada una su particular perfil mientras al acecho, ávidos de puestos, poder y dinero, los desheredados o incapaces de creación de puestos de trabajo, asaltaron el empleo público que las autonomías ofrecían como en el mercado persa, consejerías, direcciones generales, asesores, y un sinfín de ocupaciones desocupadas. En definitiva, una auténtica Agencia de Empleo Público.
España con la propia ignorancia de sus ciudadanos se había sumergido en un maremágnum de consecuencias imprevisibles en el corto plazo. Las cuentas públicas engrosaron sus partidas de ingresos mediante todo tipo de impuestos, por otro lado necesario para mantener el complejo y magno organigrama público. Las autonomías no fueron en sus inicios una demanda social y ciudadana sino la solución para los políticos y aprendices que se encontraron con un mercado de oferta que aprovecharon de inmediato. Se inició la fiesta, y con el tiempo los problemas afloraron, especialmente a consecuencia de los movimientos separatistas que vieron casi sin poder creerlo que la España constitucional les regalaba el caldo de cultivo para sus fines independentistas. Surgieron movimientos terroristas y España sufrió en sus propias carnes de nuevo, la sangre y muerte que los asesinos derramaron y esparcieron por toda su geografía. ¡No era esto! No era esto! como en su día dijera el gran filósofo y pensador Ortega y Gasset refiriéndose a la República por la que en sus comienzos mostró su simpatía.
Desde la perspectiva histórica, la sociedad española como aquí he reflejado no demandó un estado autonómico, ni estaba en su conciencia social. Fue un producto o moneda de cambio de negociación con algunas fuerzas políticas. Fue la oportunidad para muchos políticos con vocación o sin ella. Fue en definitiva el ansia de poder que España en su glorioso recorrido, ha tenido siempre que pagar por su supervivencia. Fue en definitiva un mercado persa al que parece que estemos abocados.
Iñigo Castellano Barón
Conozca a Íñigo Castellano y Barón
acceso a la página del autor
acceso a las publicaciones del autor