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El artículo primero de nuestra Constitución proclama que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria. Recientemente un veterano monárquico (Luis María Ansón: “Continuidad histórica en Leonor de Borbón”, La Razón, 10-10-2023), nos recordaba: “La Monarquía parlamentaria se caracteriza por su modernidad política. En su última clasificación de países por desarrollo y calidad de vida, realizada por la ONU, entre los diez primeros del mundo figuran siete Monarquías parlamentarias.”
El Título Preliminar de nuestra Carta Magna establece muy claramente que “La soberanía nacional reside en el pueblo español” y que “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española” (garantizando la autonomía, pero no la independencia, de las “nacionalidades” y regiones).
El mismo Título en el artículo octavo declara que “Las Fuerzas Armadas (…) tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”.
Y el Título sobre la Corona, en el artículo 62, precisará que, entre otras funciones, corresponde al Rey: “El mando supremo de las Fuerzas Armadas”.
Me parece extraño que se insista tanto en la neutralidad política del Jefe del Estado para exigir su inacción o parálisis absoluta, invocando el riesgo del “borboneo”. Pero el problema ahora es distinto, es metapolítico: el Rey no puede ser neutral respecto a la Constitución, es decir, renunciando a intervenir cuando lo que se está produciendo es una vulneración descarada del Estado de Derecho, del imperio de la ley y la separación de poderes.
A mi juicio existe el peligro de que la Corona se convierta en un mero florero constitucional o, más exactamente, en un apéndice decorativo y simbólico del sistema confederal con que sueñan los nacionalistas periféricos o separatistas (y el ex presidente Zapatero “profundamente”, a través de la anticonstitucional “amnistía”).
Naturalmente tal peligro solo sería posible y plausible tras una mutación (en realidad, mediante un golpe de Estado contra el Estado de Derecho) del sistema constitucional actual en un sistema confederal.
La invocación “Delenda est Monarchia”, como he escrito con anterioridad, fue probablemente el mayor error político en la vida pública de Ortega. Es un ejemplo llamativo de cómo una grandísima mente pensante puede excepcionalmente cometer una estupidez política.
No es probable que las derechas hoy –liberales o conservadoras– como la gran mayoría de los españoles, caigan en el mismo error. Pero las izquierdas y ciertas minorías están siempre dispuestas a ello. Y en todo caso, aunque personalmente pienso que la Monarquía sigue siendo en España un pilar seguro del Estado y de la Nación, nuestro Rey también debería pensar en el riesgo de que el infame slogan orteguiano sea sustituido por otro no menos siniestro que podría contagiar incluso a las derechas: “Delenda est Dynastia”.
Pensando en el futuro de España y reflexionando sobre la crisis política actual en un octubre de pleno protagonismo de nuestra Princesa de Asturias, sería una triste baza –utilizando términos de un conocido analista político– para la horrorosa Antiespaña de Sánchez frente a la hermosa España de Leonor.
Manuel Pastor Martínez
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