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La presidencia JFK y los orígenes del “Estado Profundo”

(Foto: https://www.ebay-kleinanzeigen.de/).
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LA CRÍTICA, 13 MARZO 2023

Por Manuel Pastor Martínez
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El primer síntoma de la existencia de lo que se ha venido llamando un “Estado Profundo” en cualquier sistema presuntamente democrático son las mentiras descaradas del gobierno a sus ciudadanos. En el caso de los EEUU ha sido muy evidente desde las elecciones presidenciales de 1960, siguiendo con el informe de la Comisión Warren de 1964 sobre el asesinato del presidente Kennedy, hasta las más recientes mentiras sistemáticas. (...)

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Entre otras: sobre el permanente espionaje y golpismo contra el candidato, presidente electo, y finalmente presidente Trump; sobre el Covid–19 originado en el laboratorio de Wuhan en China; sobre la inmensa corrupción de la familia Biden; sobre el presunto fraude electoral en las elecciones presidenciales de 2020; y sobre la “fake” insurrección (sin armas) e infame Comisión del 6 de Enero de 2021.


Abordo este asunto –lo admito– como un modestísimo y circunstancial sujeto implicado: como catedrático (actualmente “honorífico”) de Teoría de Estado, por una lógica curiosidad intelectual acerca de una ramificación siniestra e ilegítima (“Teoría del Estado Profundo”?) de la disciplina académica que practiqué durante muchos años; asimismo como autor de dos artículos que fueron censurados en redes sociales (Facebook y Twitter), respectivamente sobre los orígenes del Covid–19 y sobre el presunto fraude electoral en EEUU–2020.


Hasta hace poco casi nadie tenía noticia de que existiera un tal “Estado Profundo” (traducción de la expresión en inglés “Deep State”). Escribo esto a principios de marzo del presente 2023, y compruebo en una encuesta abierta de la revista digital Kosmos–Polis, en la que han participado 1.861 lectores: 47% opinan que el “Deep State” en EEUU (sumándole el 12% que opinan lo mismo de Joe Biden, resultaría en un total 59%) ostenta el mayor poder político mundial (frente a Vladimir Putin con el 13% y a Xi Jinping con el 28%).


El “Estado Profundo” como una metástasis destructiva del Estado Constitucional originada por una extensión del “Estado Administrativo” (concepto éste elaborado y practicado por el politólogo–presidente Demócrata profesor Woodrow Wilson a finales del siglo XIX y principios del XX), tiene efectivamente unos orígenes remotos vinculados a la seguridad del Estado (desde Sun Tzu hasta el maquiavelismo, el antimaquiavelismo y el tacitismo jesuítico), y lo que Carl Schmitt identificó como “arcana imperii”. Vinculado también al factor I-C-I (Inteligencia-Contra–Inteligencia) que J. J. Angleton describió metafóricamente como “selva de espejos” (“wilderness of mirrors”), y asimismo “la mente del Estado y un estado de la mente” (algo que evocaría el método paranoico crítico del genial Dalí).


Las elecciones de 1960 y la breve presidencia de JFK marcan el inicio de la última etapa, más explícita y dramática, en la consolidación del “Estado Profundo”, que acompaña al proceso de degeneración del Partido Demócrata (según diversos y reputados analistas: H. Mansfield, D. Horowitz, D. D’Souza, M. Levin…) y, tristemente, de la propia democracia americana.


Sin necesidad de referencias a otras fuentes e investigaciones posteriores, la obra “best-seller” de Seymour M. Hersh, The Dark Side of Camelot (Boston-New York, 1997), amplia y rigurosamente documentada, presenta un catálogo casi completo de las grandes mentiras acerca de JFK: sobre su primer matrimonio y divorcio con Durie Malcolm; sobre sus enfermedades crónicas (Addison, venéreas, etc.); sobre sus adicciones al sexo y a las drogas (legales e ilegales); sobre sus múltiples amantes (en algunos casos con serio riesgo para la seguridad nacional, como Marilyn Monroe y Judith Campbell Exner por sus conexiones mafiosas, la probable espía comunista alemana Ellen Rometsch, o con la americana Mary Meyer consumiendo drogas en la propia Casa Blanca, aparte de prostitutas de lujo); sobre todo, las relaciones familiares con la mafias irlandesa e italiana que facilitaron el fraude electoral de 1960 (presidencia literalmente “robada” a Richard Nixon, según Hersh y múltiples testimonios e investigaciones); finalmente, sobre su personal responsabilidad o anuencia en asesinatos políticos, consumados o intentados (Lumumba en el Congo, Trujillo en la República Dominicana, hermanos Niem en Vietnam, hermanos Castro en Cuba…).


Con tan oscuro y moralmente corrupto lado de la presidencia no es extraño que se produjera lo que hoy se calificaría “political weaponization”: el uso partidista que hizo, mediante su hermano Robert F. Kennedy como poderosísimo Attorney General y un segmento cómplice de la burocracia, del Departamento de Justicia, el FBI, la CIA, la DIA y el Servicio Secreto, que están en la base y génesis del “Estado Profundo”. Pero si la poco ejemplar vida de JFK toleró durante su presidencia las prácticas ilegales del monstruo en la sombra, su trágica muerte multiplicó el mal, el cáncer político de la corrupción y las mentiras en el Partido Demócrata, contagiando progresivamente al propio Establishment bipartidista.


El primer acto en la era post-JFK sería la constitución (finales de noviembre, 1963) y el informe (24 de septiembre, 1964) de la Comisión Warren, con la gran mentira oficial del asesino solitario (“lone wolf”, “lone nut”) e inexistencia, por tanto, de una conspiración. La bibliografía más depurada y esencial hasta la fecha –en un esfuerzo que hay que exigir al lector interesado– se debe principalmente al periodismo de investigación: L. Waldron & T. Hartmann (2005), G. Russo & S. Molton (2008), P. Shenon (2013), y J. Morley (2008 y 2017).

El presidente Lyndon B. Johnson (que nunca creyó en la hipótesis del asesino solitario, apuntando a la Cuba castrista, según admitirá en sus memorias su consejero aúlico Joseph A. Califano: Inside, New York, 2004) impulsó la gran mentira de la Comisión Warren para conjurar el riesgo de una terrible guerra mundial. Comprendía que por razón de Estado era necesario suprimir los datos de inteligencia (I-C-I) manejados por el embajador en Méjico, Thomas C. Mann, y los detalles técnicos observados en el cadáver de JFK por el doctor Malcolm Perry, probablemente los dos primeros testimonios importantes favorables a la hipótesis de una conspiración. (Los amables lectores me permitirán aquí una nota personal: mi suegro el doctor Frank T. Brown, cirujano, colega y amigo del doctor Perry en el Parkland Hospital de Dallas, me contó que su amigo le había confesado en privado, durante varios encuentros posteriores a 1963 en congresos médicos, que la primera herida de bala en la garganta del presidente era de entrada –“There was an entrance wound below the Adam’s apple”– es decir, que había sido disparada desde enfrente, no desde atrás en la Dealey Plaza, como le habían obligado a declarar y rectificar su primera y válida observación el siniestro consejero Arlen Specter y varios agentes del Servicio Secreto).

Jefferson Morley en su clarificadora biografía del antes mencionado James J. Angleton, jerifalte de la CIA que posiblemente controló toda inteligencia (I-C-I) y trasfondo político del asesinato de JFK (The Ghost, New York, 2017), reconoce que cuando comenzó a escribir su obra en 2015 ignoraba la idea del “Estado Profundo”, pero que cuando la terminó comprendió “que Angleton y su modo de pensamiento conspirativo iluminaba el nuevo discurso del Estado Profundo (…) lo que el profesor Michael J. Glennon llama el gobierno doble”, un cuarto poder sin control añadido a los tres de la Constitución (The Ghost, New York, 2017, vii).

Lo que en términos generales sigue siendo exacto y escandaloso, parafraseando al Dr. Mantik, es el silencio de los historiadores y –añado yo– de los politólogos (David W. Mantik, “Paradoxes of the JFK Assassination: The Silence of the Historians”, en la obra colectiva del Dr. James H. Fetzer, Ed., Murder in Dealey Plaza. What We Know Now that We Didn’t Know Then about the Death of JFK, Chicago, edición corregida, 2002).

Asistimos hoy, en medio de una profunda y generalizada crisis política y constitucional de las democracias, a la etapa superior de desarrollo en EEUU del “Estado Profundo”. Si durante la presidencia de JFK, en plena Guerra Fría, la justificación ideológica era el anti-Comunismo, hoy tal justificación es el anti-Trumpismo. Pero esa es otra historia.

Manuel Pastor Martínez

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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