Con indignación, cierta rabia contenida e impotencia, veo como la nación hermana, Méjico, con quien tantos lazos de sangre, historia, idioma y cultura nos une, hoy sin embargo la decisión de la nueva presidenta electa de cuyo nombre no quiero acordarme por este espíritu quijotesco que todo español llevamos dentro, decide no cursar a nuestro Rey S.M. Felipe VI la invitación a su toma de posesión.
Lo primero y más básico que se me ocurre es la falta del decoro de las normas internacionales acerca de este aspecto, más tratándose de una nación cuyas relaciones diplomáticas y comerciales con España, gozan de buena salud. En segundo lugar la falta de rigor histórico al reclamar un perdón basado en unos hechos demostrados no solo falaces por parte de la nueva versión mejicana sino todo lo contrario, puesto que la conquista y la anexión a la Corona española fue el símbolo más universal que haya podido darse al dotar de una cultura, de un idioma, de un mestizaje, de una legislación y de un desarrollo que puede mostrarse en cualquier ciudad mejicana actual. (...)
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Pero sabemos también que la progresía política mejicana que no su gran mayoría ciudadana, por cierto, objeto de las insidias mentirosas de sus políticos, quieren a España en cuanto que ha formado parte de ella por siglos como virreinatos y no colonias. Solo la guerra de secesión que se llevó a cabo por intereses de la masonería y del mundo anglo provocó la separación de la madre patria. He dicho secesión que no Guerra de la Independencia puesto que Méjico como el resto de las hoy naciones hispanoamericanas fueron independientes desde el mismo momento que estuvieron dentro de la Corona española que a su vez era independiente, por lo que difícilmente es acertado pensar que algo independiente puede pretender serlo si ya lo es. Por el contrario, y antes de aparecer España en su escenario, Méjico era una diversidad de etnias y tribus sometidas a la minoría azteca que encontraron en España y en la buena y cristiana percepción de la Corona española, el alivio y la salida a todos sus males cuya descripción hoy día documentada en numerosos libros de grandes investigadores demuestran que llegaron incluso a la antropofagia.
Pero es igualmente cierto que por razones que hoy desgraciadamente sabemos, se vienen dando en toda la cultura accidental que no ya occidental, un populismo para consumo interno que hace emerger problemas que nunca existieron y que fragmentan las sociedades pero que sin embargo sirven como productos vendibles en la reivindicación de un pasado que sus electores compran aunque la historia vendida sea una total impostura. El populismo barato que ya todos conocemos en Occidente, se extiende a nuestras naciones hermanas y para ello hay que reinventar una historia que ponga en valor una nueva cultura accidental conveniente a los políticos de turno que viven de manera privilegiada e inmunes la mayor parte de ellos a un verdadero control o contrapoder.
En Méjico, sus catedrales e iglesias con preciosos retablos cubiertos de oro sirvieron para aunar más aquel territorio prehispánico fragmentado y sometido, siendo la Virgen de Guadalupe en el siglo XVI a través del indio Juan Diego quien pasó de ser un simple campesino a convertirse en el motor de toda una gran cultura tras la aparición que tuvo, como quinientos años antes lo fuera la aparición del cuerpo del apóstol Santiago en las tierras de Galicia que promovió el Camino de Santiago y cuanto ello supuso y significó para España. Hoy día se ha estudiado la entrada del oro mejicano en España y se hace constancia de que la mayor parte del mismo quedó en tierras mexicanas en cuyos monumentos puede percibirse. La sangre de la indígena mesoamericana Malinche o Malinalli, hija de un cacique dio descendencia a Cortés, y su sangre corrió en su mestizaje por las venas de muchos españoles. De igual manera Isabel de Moctezuma, hija del emperador azteca fue tratada como una grande de España y casó con Cortés. Sería largo enumerar las intensas relaciones de todo tipo habidas entre los soldados y conquistadores españoles con el indigenismo mejicano y por las que hoy se nos pide pedir perdón.
La presidenta electa cuyo nombre no menciono, enrolada en los vicios más siniestros del globalismo, una de cuyas características es el indigenismo, asienta su discurso político entusiasmando a sus bases y perfilando un enemigo común inexistente o un anhelo imposible como la solicitud del perdón por una nación que solo puede demostrar lo que hizo, y lo que hizo fue transmitir la civilización y liberar a los pueblos indígenas de aquella minoría azteca. El indigenismo es ahora nuevamente atrapado y sometido a la dictadura populista. Ahora la política del gobierno mejicano como el del anterior va en busca del indigenismo perdido. Como si se tratase del Arca de la Alianza que tanta filmografía ha servido a Hollywood. Transcurrido medio milenio, han hallado el tesoro del revisionismo histórico, que dará la paz entre las naciones y especialmente a su casta o etnia política para emular la apoteosis y riqueza azteca que ambicionan para sí mismos. La civilización que exportó España a Hispanoamérica es verdad que les arrebató el primitivismo pleistocénico de su cultura, pero la presidenta electa cree obtener mejores réditos con regresar al pasado ante la tropelía civilizadora española y convertirse en la casta política dominante como fueron los aztecas.
La fantochada se vende bien, es noticia y gusta a los interesados en creer todo aquello que desconocen aunque sean conscientes de que hablan nuestro idioma, ya no se coman seres humanos, gocen de grandes monumentos y compartan una misma sangre y desarrollo. Como alguien sentenció: «es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados». De esto sabemos mucho en España y como siempre en las épocas difíciles cerramos filas con nuestro rey. Tan solo me queda decir a la señora presidenta electa de Méjico: ¡váyase usted, hacer puñetas!
Iñigo Castellano y Barón
Conde de Fuenclara
(El V conde de Fuenclara fue virrey de Nueva España. 1752)
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