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La paradoja de Trump y Al-Sharaa, o cómo la "realpolitik" devora a la ideología

Donald Trump y el presidente sirio Ahmed al-Sharaa en la Casa Blanca el 10 de noviembre. (Foto: Presidencia de Siria/Anadolu vía Getty Images)
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Donald Trump y el presidente sirio Ahmed al-Sharaa en la Casa Blanca el 10 de noviembre. (Foto: Presidencia de Siria/Anadolu vía Getty Images)

LA CRÍTICA, 11 NOVIEMBRE 2025

Por Juan M. Martínez Valdueza
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Si hace apenas una década alguien hubiera sugerido que el líder de la rama siria de Al-Qaeda y un presidente de Estados Unidos podrían encontrar, no ya un terreno común, sino la mera posibilidad de un diálogo, habría sido tildado poco menos que de orate. Hoy, la especulación sobre una “aproximación” o, al menos, una convergencia de intereses momentánea entre Donald Trump y Ahmed al-Sharaa (conocido como Abu Mohammad al-Jolani, líder de Hay'at Tahrir al-Sham, HTS) no es una fantasía, sino el síntoma más claro de un mundo en plena inversión de valores.

No estamos ante un acercamiento formal, ni una alianza declarada. Estamos ante algo más sutil y, quizá, más peligroso: la normalización de lo impensable. La pregunta que plantea este escenario no es si Trump y Al-Sharaa se dan la mano, sino ¿qué se ha roto en el sistema internacional para que esto sea, siquiera, imaginable? (...)

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La respuesta es que el paradigma ideológico que rigió el mundo tras el 11-S ha muerto. La “Guerra contra el Terror”, aquel conflicto que dividía al mundo entre la “civilización” y la “barbarie”, ha sido reemplazada por una realpolitik descarnada, más parecida al siglo XIX que al XXI.

Esta peligrosa metamorfosis tiene algunas claves que conviene resaltar. Estados Unidos, y Occidente en general, sufren una profunda “fatiga de intervención”. Las guerras de Irak y Afganistán no solo fracasaron en su objetivo de “construir naciones”, sino que dejaron un profundo escepticismo sobre el uso de la fuerza militar para imponer valores democráticos. Donald Trump no es la causa de esta fatiga sino que, por el contrario, esta es la base de su mayor éxito político. Su doctrina del “America First” es, en esencia, un rechazo a las alianzas basadas en valores compartidos –o por lo menos establecidos–, a favor de las relaciones basadas en intereses transaccionales. Para esta visión del mundo, un aliado no es quien comparte tu visión de la democracia, sino quien te ofrece un “buen trato”.

Paralelamente, Ahmed al-Sharaa ha demostrado ser un actor político astuto. Ha emprendido una calculada campaña de relaciones públicas: se quitó el turbante, se puso traje y concedió entrevistas a medios occidentales. Ha repudiado (al menos retóricamente) la “yihad global” de Al-Qaeda y el salvajismo de ISIS, presentándose a sí mismo como un administrador local, un baluarte anti-Assad y, sobre todo, como “el mal menor”. Al-Sharaa ha entendido el nuevo lenguaje. Sabe que Occidente ya no busca “demócratas” en Siria; busca “estabilidad”. Ha dejado de venderse como un ideólogo para venderse como un gestor que puede controlar Idlib e impedir que se convierta en un santuario para ataques terroristas contra Occidente.

Aquí es donde los dos mundos chocan y, paradójicamente, encuentran un punto de contacto. Trump, el líder transaccional por excelencia, busca “resolver problemas” con el menor coste. Al-Sharaa, el pragmático yihadista reconvertido, ofrece una “solución”: control territorial a cambio de legitimidad o, al menos, de que lo dejen en paz.

La inversión de valores es total. El hombre que firmó el “travel ban” contra países musulmanes podría encontrar un socio táctico en un líder yihadista. ¿Por qué? Porque en el mundo de Trump, Al-Sharaa ya no es el “terrorista” que amenaza los valores americanos; es un “tipo duro” (un strongman) que controla un territorio clave y que, además, combate a ISIS y se opone a Irán (enemigos comunes).

Lo que presenciamos es el triunfo del pragmatismo cínico sobre cualquier vestigio de moralidad en la política exterior. Las líneas rojas ideológicas se han borrado.

El futuro inmediato no es un “nuevo orden mundial”, sino un “caos ordenado” basado en esferas de influencia y tratos de conveniencia. El escenario que insinúa la mera posibilidad de un diálogo Trump-Sharaa nos adelanta un futuro en el que:

Veremos más “socios extraños” articulando alianzas contra natura. Actores que ayer eran enemigos mortales mañana pueden ser aliados tácticos para contener a un tercero (sea China, Rusia o Irán).

La estabilidad, por muy brutal que sea, será priorizada sobre los derechos humanos o la democracia. Líderes autocráticos y señores de la guerra serán vistos como “socios necesarios”.

Las organizaciones internacionales (como la ONU) y los tratados basados en valores serán cada vez más irrelevantes, sustituidos por “cumbres” bilaterales y “acuerdos” personales entre líderes.

El mundo no está simplemente cambiando; está regresando a un estado más primitivo de la política internacional, donde la única ley es el interés y la única moneda es el poder. La posible “aproximación” entre Trump y Al-Sharaa es el espejo que nos muestra ese rostro: un futuro profundamente cínico, donde los principios han sido la primera baja de la nueva era.

Juan Manuel Martínez Valdueza
Editor y responsable de contenidos en medios como La Crítica y Militares Hoy. Especializado en análisis político, militar y cultural, combina sensibilidad ética con mirada crítica sobre los relatos dominantes.

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