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Días de locura

Ilustración: (https://consejos.disfrutabox.com/).
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LA CRÍTICA, 17 MARZO 2024

Por Alfredo Vílchez
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Hoy me he levantado de nuevo a las cinco de la mañana, como muchos días desde hace un tiempo, y, también con frecuencia, mi primer pensamiento del día ha sido de temor, de angustia, de pesadumbre, de tristeza, de desesperación… de impotencia.


Miro por la ventana y, sobre un cielo densamente nublado desde hace muchos días, sin que caiga una gota, veo pasar por algún hueco las rayas progresivamente ensanchadas de los aviones que las fumigan y las secan, dejándonos caer luego el regalo de su contenido. (...)

...


Esas rayas que los habituales definidores de bulos dicen que no contaminan, que son vapor de agua, pero que los análisis del agua de las lluvias, cuando pueden caer, y del suelo que impregnan, dan contenidos de óxido de aluminio, arsénico, plomo, trifloruro de nitrógeno, selenio, estroncio, sales de bario, cadmio, cromo, sales de litio, níquel, cesio radioactivo radioactivo, titanio, dióxido de azufre, titanato de bario, mercurio, fibras de vidrio y polímeros, torio radioactivo, plata…y uranio.


Mientras desayuno no puedo evitar pensar en los agricultores, ganaderos y pescadores que quieren evitar su ruina procurando hacer cambiar las leyes que los condenan, y en los policías de ira y porra que se ensañan incluso con los caídos, golpeándolos con rabia como si de peligrosos terroristas se tratara, y no de gentes que, con su trabajo tradicional y honrado, nos proporcionarían a los demás esos alimentos que necesitamos —también el policía sádico y su familia— sin los contaminantes que atiborran frutas y hortalizas que políticos ambiciosos y comerciantes sin escrúpulos prefieren importar de países sin controles sanitarios, a pesar de que son las leyes de esos políticos las que están llevando el campo europeo a la desaparición. No sé si pensar que lo hacen para que enferme una gran parte de la población y la elimine, o para acrecentar los negocios de las farmacéuticas o de los Gates, Soros y fondos de inversión que ya tienen en su poder una gran parte de las tierras productivas de occidente, incluidas las de Ucrania.


Por aquello de saber de dónde nos vendrán los palos, incluso arriesgándome a que me siente mal el café, me pongo a leer los periódicos digitales, y se me bloquea la mente al no entender cómo parte del pueblo español sigue votando a este traidor presidente del Gobierno que cambia las leyes a su conveniencia personal, que se apoya en separatistas (no independentistas, porque los secesionistas nunca fueron estado independiente), que blasona de lucha contra la corrupción cuando él y su partido son sinónimo del significado exacto de esa palabra, que se va a Marruecos a pedirle instrucciones a su rey, y, de camino, le permite la explotación del subsuelo de las aguas de Canarias, le cede el espacio aéreo del Sahara para completar la previa aceptación de su derecho sobre ese territorio, le regala las lanchas que le niega a la Guardia Civil para que no estorben los narconegocios marroquíes, le da millones para que sus regadíos progresen, le permite que barcos llenos de sus productos inunden España de frutos venenosos, le autoriza a que conductores sin cualificación europea lleven sus camiones por territorio nacional, e incluso tiene la desvergüenza de anunciar que va a dejar de emplear en España 45.000 millones de euros para írselos dando poco a poco al sultán alauita, en una humillación constante que a él no le afecta, por su cinismo permanente y, posiblemente, por los beneficios personales que le proporcionará.


No me sirve de nada dejar la lectura de los periódicos porque, antes de hacerlo, leo que hay colas de gente para constituirse en esclavos voluntarios al facilitar que le escaneen el iris a cambio de setenta euros, creo recordar, aunque la cantidad es lo de menos, porque el hecho terrible es la voluntariedad con que la ignorancia lleva a la esclavitud por el control de su más exacto registro identificativo. Me parece inconcebible entregar la libertad de una persona al uso indebido de un tirano, ya sea personal o corporativo. Sin duda son la misma gente que se vanagloria de pagar con el móvil o con su dni, como si fuera señal de su carácter moderno y progresista, y no otro instrumento de control que le llevará al dinero digital, ese que será sólo contable, y que los dictadores de turno podrán utilizar para decidir cuánto debe cobrar uno, según sea buen ciudadano o no, y en qué podrá gastárselo. Dicho así, parece una cosa absurda, pero recuerdo haber leído que en China ya lo están haciendo, y acabo de enterarme que en Francia incluso pretenden hacer una ley que disponga de los fondos privados, los de cuentas bancarias como la mía o la de usted, para las necesidades públicas “porque no puede permitirse que esas cantidades de dinero estén inactivas” sólo porque usted no quiera emplearlas.


Y, hablando de una sociedad ciega, desespera comprobar un día y otro la complacencia de una juventud de hasta cuarenta años al menos, que sólo vive para el presente, que tiene memoria de pez para los sucesos de su entorno — no digamos ya de su historia—, y que prefiere esa otra forma de esclavitud que es el conformarse con paguitas que dependen de la discrecionalidad controladora del poder, mientras los índices de paro aumentan diariamente y las empresas no encuentra empleados que quieran vivir de su trabajo. Los “paguistas” no se dan cuenta de que esos subsidios y las funciones asistenciales del Estado dependen de aquellos que trabajan y pagan los cada vez más numerosos y abusivos impuestos, necesarios para las magras subvenciones que les asignan. Pero ellos prefieren imitar al avestruz en peligro, y pensar que es mejor seguir las consignas del poder que ponerse a pensar en limitarlo con valor y dignidad.


Por cierto, eso de la dignidad me ha llevado a otro motivo de desesperanza, porque si malo es el sanchismo, no veo mejora en la alternativa, igual de votada ciegamente, ya que el Partido Popular es el que también se rige por la Agenda 2030, el que acepta todas las iniciativas progresistas sin atreverse a contravenir ninguna, el que en Galicia impuso la vacunación obligatoria, el que allí continúa impulsando el silenciamiento de la lengua común, el español, y que en las recientes elecciones gallegas ha practicado la democracia impidiendo que un partido tenga acceso a medios de comunicación para que los gallegos puedan juzgar qué propuesta les parece mejor. Es el partido que en Andalucía gobierna porque prometió respetar todos los chiringuitos creados por los socialistas, y que, cuando se habla del expolio nacional por los separatistas, sólo alza la voz para decir algo así como “¿Y, para mí, cuánto?”. Y es el partido que en Madrid se olvida de impedir el adoctrinamiento elegetebiano en las escuelas y subvenciona teatritos donde se hace apología del terrorismo y se justifica el atentado contra guardias civiles. El mismo que se opone al poder los fines de semana y pacta con él de lunes a viernes, y el mismo que, en la reciente votación del Parlamento Europeo, ha permitido que veinticinco de sus miembros votarán afirmativamente a esa condena del campo europeo, y que otros treinta y siete dejaran de oponerse, bien por abstenerse diez de ellos o por ausentarse los otros veintisiete.


En fin, que, como se ve, no tengo muchos motivos para sentirme orgulloso de vivir en este país, llamado España antes de que se llamara sólo Estado, como si de un próximo parto se tratara.


Y, como se ve que hoy unas cosas me llevan a otras, lo del parto me ha recordado a la OMS, recomendando el aborto incluso hasta el mismo momento del nacimiento, como le aconsejan sus patrocinadores, los Soros, Gates y similares, y a la ONU insistiendo en la ya científicamente obsoleta teoría del cambio climático con origen humano, insistencia que existe porque siguen al pie de la letra las llamadas recomendaciones de la tiránica y esclavista agenda 2030.


Del llamado rey de España no digo nada, pero hay quien afirma que existe.


¿Son, o no son días de locura?


Me voy a charlar con los árboles, esperando que no se me quejen de lo que están contaminando sus raíces.


Alfredo Vílchez


Licenciado en Filosofía y Letras (Historia) por la Universidad de Granada (1969). ⁠Diplomado en Archivos en la última promoción de la desaparecida Escuela de Documentalistas de la Biblioteca Nacional (1980). Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (1990)

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