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El diccionario de la RAE reconoce el significado de turbas como “muchedumbre de gente confusa y desorganizada”. En la forma que uso el término aquí añadiría que esas turbas también pueden estar manipuladas (es decir, organizadas y financiadas) aunque los propios participantes a veces no sean plenamente conscientes.
Muy recientemente la embajadora de Israel en el Reino Unido, Tzipi Hotovely, respondía al primer ministro británico, Rishi Sunak, quien declaraba la urgencia y necesidad de un Estado palestino, que los propios “palestinos” nunca aceptarán un Estado junto al de Israel. Porque lo que quieren es “un Estado desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)”, arrojando en éste a los judíos.
También muy recientemente Daniel Rodríguez Herrera publicaba un artículo argumentando la misma opinión (“Nunca habrá un Estado palestino”, Libertad Digital, 10 de diciembre, 2023), aunque parece que existe un consenso mayoritario internacional a favor de la tesis de los dos Estados (entre muchos otros, el Papa Francisco, Joe Biden, Pedro Sánchez, etc.).
En la propia Israel el ex primer ministro laborista Ehud Barak la defiende; el primer ministro conservador Benjamin Netanyahu, por supuesto, la rechaza; y otro político e historiador, ex ministro de política exterior laborista (y notable hispanista) Shlomo Ben Ami ha propuesto una interesante fórmula intermedia: un Estado federal jordano-palestino, es decir la integración de una “autonomía palestina” en el Estado ya existente de Jordania (antigua Transjordania), aunque es cuestionable que la monarquía moderada hachemita acepte dicha fórmula. Es un problema de todos los Estados árabes: ninguno quiere refugiados palestinos en su territorio, salvo en los campamentos de la ONU.
Históricamente la primera fantasía palestina reside en el mismo nombre de los “palestinos”. Palestina o Siria Palestina (término latino –en árabe “Filastin” –, adjetivo derivado de la antigua tribu de los Filisteos) es la denominación que los romanos dieron a la bíblica tierra de los Judíos. Por tanto, Palestina es meramente un territorio y sus habitantes, originalmente, fueron los judíos y filisteos, y muy posteriormente también las inmigrantes tribus nómadas de los árabes. Hasta los años 1960s popularmente se asociaba el nombre “palestinos” a los judíos, para diferenciarlos de los árabes (por ejemplo, en la famosa novela histórica de Leon Uris, Exodus, 1958).
Es significativo que en una fecha tan tardía como 1940 documentos diplomáticos vaticanos registren conversaciones entre el Papa Pío XII y el embajador italiano ante la Santa Sede, Bernardo Attolico, quien comunica a Su Santidad que el gobierno fascista está intentando sustituir a Gran Bretaña como potencia protectora de la Tierra Santa alentando la revuelta de los árabes en Palestina (árabes, no “palestinos”), según investigaciones muy recientes de los archivos vaticanos por el historiador estadounidense David I. Kertzer (The Pope at War, New York, 2022, p. 171).
Más conocido es el siniestro papel del Gran Mufti de Jerusalén, Haj Amin el Husseini (pariente de Yaser Arafat, fundador y líder de la terrorista OLP –Organización para la Liberación de Palestina– desde los años 1960s). Husseini fue el promotor de la revuelta árabe musulmana en 1929 y los años 1930s, presidiendo el Alto Comité Árabe (árabe, no palestino). Simpatizante nazi, fue recibido por Hitler en Berlín en 1941, e impulsaría la creación de una división militar de musulmanes en las Waffen-SS.
Tras la caída del Imperio Otomano, aunque la famosa declaración Balfour de 1917 afirmaba que “El gobierno de Su Majestad (UK) ve positivamente el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío”, en 1922 Winston Churchill impulsó la creación por Gran Bretaña de un nuevo reino árabe bajo la dinastía hachemita de Abdulah, en la mitad oriental del territorio de Palestina.
Transjordania (Jordania desde 1950) será el primer Estado “palestino”, con una población supermayoritaria (98 %) de árabes palestinos.
En 1948, tras rechazar los Estados árabes la partición aprobada por la ONU en 1947, se crea el Estado de Israel para los judíos palestinos, con una población árabe a la que se le concede la ciudadanía israelí, que hoy se estima en torno a dos millones.
Paralelamente la ONU crea y financia una entidad política campamental para los refugiados palestinos (UNRWA) con autonomía propia, todavía existente, en diferentes países árabes (Jordania, Líbano, Siria, Cisjordania y Gaza), agrupando en 58 campos una población actual superior a los cuatro millones.
Posteriormente se crearán otras dos entidades políticas palestinas: la ANP (Autoridad Nacional Palestina) en Cisjordania, controlada autoritariamente por la OLP de los corruptos Arafat y Abbás; y el mini-Estado totalitario teocrático y terrorista de Gaza, controlado por Hamás.
En resumen, los árabes palestinos tienen cinco entidades o fórmulas políticas a elegir como Hogar Nacional, pero rechazarán todas porque su pasión utópica y patológica es otra: la que describía la embajadora Tzipi Hotovely, una pasión imposible, envenenada por el odio racista y criminal hacia los judíos.
Fantasías palestinas –con particulares intereses estratégicos– compartidas por los Estados árabes, Irán y Turquía (aparte de las mencionadas turbas progresistas e izquierdistas), en el gigantesco choque de civilizaciones que enfrenta hoy a la occidental judeocristiana con el mundo islámico.
Manuel Pastor Martínez
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