La España de siempre, la invertebrada de Ortega, o la imposible de Unamuno, o la decepcionante de Azaña, la España de la violencia y de la sangre en los arroyos, viene en los últimos meses transformándose en un camino arado por donde transita una ciudadanía libre de pensamiento y despierta al observar con inteligencia las orillas que delimitan su hoja de ruta. Un camino bien trazado o supuestamente bien dirigido hacia la obtención del poder absoluto por alguien sin escrúpulo alguno, (...)
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apoyado por otros políticos que desde la orilla opuesta se preocupan de que nadie salga de la vereda que les conduce incondicionalmente al sometimiento del nuevo orden mundial (NOM). Todo parece distinto y distante, pero no es así, todo confluye y de eso se trata. Capitalismo salvaje, comunismo, colectivismo, simulan posiciones opuestas pero como todos los extremos, se tocan y ¡vaya si se tocan! Un mundo global es eso. Es un gran envoltorio en donde empaquetar la ciudadanía y administrarles su vida, sanidad, recursos, demografía, alimentos, dependiendo de la conveniencia del momento y requiriendo para ello aunar esfuerzos por uno y otro lado. Pero el factor humano, siempre imprevisible, como la propia singular naturaleza íbera, hace que siendo largo el camino diseñado por nuestros amos y sus orillas bien pertrechadas a modo de cerca insalvable, pueda hacer saltar por los aires los siniestros planes del poder.
El enemigo común, es el mejor razonamiento que puede unir a los sufridos pero no por ello sometidos españoles. Los sentimientos de venganza, envidia, odio de clases, se diluyen al ser estos tomados por las clases emergentes e indigentes que ocupan afanosamente el poder. Los pecados capitales de los ciudadanos, que son muchos, se transfieren como por arte de magia a los políticos indocumentados y ambiciosos, liberando de esa energía negativa a toda una ciudadanía que de repente, como si de un espejo se tratara ve en el poder: la felonía, la traición, la ambición desmedida, el latrocinio, para cuyas culpas pretenden erigirse en sus propios jueces y buscar la auto exculpación, para que ya libres de cargas puedan seguir esquilmando al pueblo pretendidamente sometido. Junto a ello y siendo el pastel tan grande se inician los primeros síntomas de canibalismo político. La izquierda se despedaza como lo ha hecho desde sus orígenes. Es casi una práctica ritual necesaria para repartirse y delimitar las parcelas de poder que se arrebata al pueblo. Es en este momento cuando el pueblo despierta y se hace consciente de que hay que sobrepasar las orillas protectoras del camino que les encierra, y poner orden al caos para recuperar el destino milenario que viene detentando en su historia. Ante el abuso, la corrupción, el latrocinio y la organización para delinquir, los ciudadanos se echan a las calles de las ciudades, de los pueblos, plazas y a cuantos lugares crean poder vislumbrar a cualquiera de estos hurtadores de fondos públicos y de propia naturaleza corrupta, para vituperarles y reclamar la ansiada libertad que han arrebatado, destrozando el Estado de Derecho teniendo como fin la disolución de la nación. Frente a la gravísima preocupación por una situación límite se opone todo lo que aglutina al pueblo español. Decía Galdós que las plazas de toros en España simbolizaban no solo el arte entre el toro y el matador en una noble lucha sino igualmente el lugar en donde todos los españoles sin excepción en aquella España estratificada en clases sociales, eran exactamente iguales, sin privilegios de asiento, de entrada o salida. Era en definitiva el lugar de encuentro que daba el mismo derecho de participación y de renegar las malas faenas y de pedir la justicia del premio en mayoría asamblearia. Del mismo modo, de manera espontánea la ciudadanía española pasa del rezo del rosario a la alegría, el humor y el chascarrillo que une a la coreografía española y picarescos slogans propios de un Francisco de Quevedo que vociferan contra las sedes de un PSoe desnortado y totalmente ajeno a la realidad de la calle que no puede pisar para no ser denostados a límites insospechados en ese especie de tsunami democrático que los propios profesionales social comunistas de la revolución introdujeron en nuestras pacíficas fronteras. Nuestros símbolos nacionales son enarbolados con verdadero orgullo patrio, y la inercia producida por el sentimiento enardecido junto al cada vez mayor número de felonías del Gobierno desgobernado, provoca la decidida voluntad de seguir siendo libres. La libertad es enaltecida por este movimiento social in crescendo como una de sus más preciadas banderas, y ya nada ni nadie podrá arrebatar este ambicionado bien que el hombre tiene por el mero hecho de nacer. Libertad, Justicia e Igualdad se suman como elementos diferenciados frente a la izquierda que creía ostentar los valores morales y fundamentales de la esencia humana. Están tan profundamente arraigados y forman parte de nuestro ADN nacional que es difícil que cualquier aprendiz aventado de estadista no necesite contar con ello. Entretanto, la izquierda asume los vicios que durante toda su existencia ha ido reprochando a la derecha. Ha sido una transferencia de pasivos, perfecta. No debiéramos dejar escapar esta oportunidad del rearme moral que la izquierda nos ha regalado al asumir ella toda la miseria que ya tenía, pero que supo ocultar echándola a los hombros de la derecha. Soplan vientos de que el Estado Profundo se moviliza, y España se vertebra para subsistir como en las guerras numantinas, en la Reconquista, en la Independencia. Todo hombre y mujer es válido para enfrentarse frente a una casta política erigida bajo el paraguas resquebrajado de una democracia que necesita demostrar su solidez.
Los ciudadanos se saludan con el agradable carácter español pero en esta ocasión para lanzarse consignas de resistencia y Libertad. No hay diferencia de clases, educación, condición social o cualquier otro distingo, como en los toros; todos se unen al coro, y el grito apasionado de ¡España! retumba por entre las calles, mientras los rotativos de la prensa comprados de antemano y pagados por el dinero de todos, intentan minimizar lo que ya es público en todos los medios internacionales. El descaro, la impudicia y la mentira se hacen titulares en las cabeceras de comunicación, con raras excepciones. Hoy día, salvo los paniaguados del pesebre público que se han despojado de todo vestido mínimo de honradez y pudor, el resto de los ciudadanos que van desde los Cuerpos de Seguridad del Estado, hasta los Cuerpos de la élite funcionarial, Tribunales de Justicia, Asociaciones de la Magistratura, del Poder Judicial, del Tribunal de Cuentas, Corporaciones locales, miembros de Tribunales de Justicia, Reales Academias, Asociaciones civiles de las más diversas índoles, manifiestos de escritores, catedráticos de Universidad y un largo etcétera, junto a la columna vertebral de la nación representada por una ciudadanía cabreada, consciente de lo que se juega y de los impostores que les mandan, integrados en el histórico PSoe, en el que una parte del mismo ya ha mostrado su repulsa por la acción del Gobierno, conforman hoy la mayor unidad del pensamiento español que se ha dado desde hace 90 años, cuando las derechas se unieron para combatir al frente popular siempre dispuesto a quebrar el Estado de Derecho como ocurrió en Octubre de 1934. En esta ocasión al pensamiento de la derecha se añaden en lo fundamental los históricos líderes de un socialismo-comunista trasnochado que supieron cruzar la línea que separa hacia una social democracia.
Es este el panorama de una España afligida e infeliz, sin seguridad en un futuro que ve incierto, pero llevado al tiempo por una fuerza arrolladora de esperanza por querer cambiar las cosas y no repetir amargas experiencias que a todos estremece. Más que nunca hoy los ciudadanos, cualquiera que sea su región o autonomía, su condición social o económica convergen en el mismo grito de ¡Libertad¡, ¡Igualdad¡ y ¡viva España! En restaurantes, bares, calles, e incluso en polideportivos ese grito nacido del alma del español penetra profundamente y lleva a hermanarnos como pocas veces lo hemos hecho salvo cuando hay un enemigo común. Es el carácter individualista hispano que socializa cuando hablamos de nuestra patria o cantamos a la Virgen del Pilar o a la del Rocío. Da igual, es la patria de María, la de la jota y el flamenco, el desgarro del cante hondo o la mística de nuestros grandes santos y el color universal de nuestros pintores junto a las glorias militares de nuestros ejércitos. Así es España y como bien dijo Eduardo Marquina en su precioso poema, En Flandes se ha puesto el sol; «España y yo, somos así, señora». Difícil de entender para un PSoe rancio, vetusto, e indocumentado cuyo oficio es siempre la conspiración y la revolución. Esas son sus raíces y su oficio y para cuyo beneficio requiere de los demás.
Hoy España ha despertado aunque la solución a nuestros problemas quede todavía en un horizonte indeterminado. Esta es la España real, la que se ve, se oye y se palpa en la calle, en los comercios, o arando un campo de labranza. La Izquierda en su huida hacia adelante arrasa cuanto puede y en su política de tierra quemada cree ver la solución a sus problemas que transcienden de lo político para ser presuntamente objeto del código penal y de demandas civiles. Lucha desesperadamente en Europa intentando demostrar lo indemostrable mientras abre frentes diplomáticos con los países desarrollados al alinearse con los pueblos fallidos por el crimen, el narcotráfico, la prostitución y las drogas. El mundo del subdesarrollo y del terrorismo frente a las alianzas de su propio socio, Europa, que se desmarca de un mentiroso reconocido en todos los ríos por los que navega. España se enfrenta a este iluminado al que acompañan en su interés, que no en su confianza, los partidos más extremistas de la sociología radical española.
El peligro es poder abortar a tiempo el golpe de Estado que nos llevaría indefectiblemente fuera de la civilización. Contamos con el activo más importante que hoy día podríamos poner en valor. La marea humana que venimos viendo en estas últimas semanas y que están haciendo meditar profundamente a quienes tienen los resortes para la interrupción del parto insólito de Sánchez. Una marea humana homogénea en el pensamiento más profundo español en cuanto a su unidad territorial y equilibrio e igualdad fiscal entre todos los territorios que componen nuestra nación. A ello se suma la ya rotunda crítica internacional apoyada por el mapa autonómico nacional ganado en las últimas elecciones del 28 de mayo del pasado año. Hoy el Presidente está investido de la mayor indignidad que un hombre puede asumir, pero pronto el factor humano a veces imponderable, el pueblo soberano, y los resortes con los que cuentan, anunciarán unas nuevas elecciones ante la imposibilidad de una mínima estabilidad gubernamental y antes de que la desobediencia civil reine en las calles y las huelgas parciales colapsen de manera permanente la cotidianidad de la vida nacional, siempre en el intento de evitar una confrontación civil indeseable.
Íñigo Castellano Barón
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