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Y democracia peculiar, por cuanto este supuesto Estado de Derecho no lo es tal desde 1985, cuando Montesquieu fue asesinado a manos de una Ley Orgánica que modificó la Constitución a gusto del felipismo, de los siempre separatistas CIU y PNV y, también adhiriéndose a ese “crimen” el PP (antes AP). Fue el reparto del Poder Judicial en sus más altos niveles para los políticos (como lo de las Cajas de Ahorro)… hasta hoy.
También el Constitucional, piedra de toque excepcional para que puedan ser aprobadas todas las leyes o conflictos que puedan surgir en el ámbito de la interpretación de la Constitución. Y ese Tribunal también quedó para distribuírselo los políticos en función de su representación en las Cortes. Hoy ya sabemos allí quién manda: el PSOE de Sánchez apoyado por todos los partidos que lo que desean es la desaparición de España como nación unitaria e indivisible. Les guste o no a quienes votan a unos u otros. En especial, al votar PSOE.
Hace poco leí un artículo en el que se decía que el Estado español (por favor, no confundir con España) tenía sólo cuatro capas de Administración superpuestas. No es cierto. Este Estado, desde 1986, tiene seis capas de Administración en las que encuentran cobijo más de 300.000 políticos cuyos sueldos son de cine para muchos de ellos. Esas seis capas son las siguientes:
El Estado central con todos sus organismos públicos, incluidas las Cortes, Consejo de Estado, embajadas, representaciones en el exterior, empresas estatales, etc.
Las Autonomías, virreinatos o cantones que duplican o triplican la burocracia que emana del Estado central y, en general, son nidos de corrupción.
Las Diputaciones y Cabildos insulares, refugio también de muchísimos políticos, absolutamente prescindibles frente a las Autonomías.
Las Mancomunidades de Ayuntamientos, que generan otro poder más en la Administración del Estado y también gasto.
Los Ayuntamientos, la Administración más cercana al ciudadano.
Por último, todos los representantes políticos de España en la supranacional Unión Europea, entre ellos, los carísimos eurodiputados y auxiliares en los diferentes órganos de esa Administración.
Pues bien, en toda esta elefantiásica pirámide estatal se cobijan aquellos más de 300.000 políticos al margen de sus asesores, amigos, familiares, televisiones públicas innecesarias, observatorios para no observar nada, chiringuitos, etc., etc.
¿Sabe usted, sea de derechas, de centro central moderadísimo, de izquierdas del todo a 100, separatistas, filoetarras o chusma indefinible, quién paga la juerga de toda esta gente “colocada” en este monstruo del Estado de las Autonomías? Pues usted, yo, el otro, aquel, el de enfrente…, es decir, todos los españoles con nuestros impuestos, nos guste o no.
Este es el negocio de la partitocracia española. Y, sobre todo, de los grandes partidos que han gobernado España desde 1982, el PSOE y el PP, donde pastan sus huestes de políticos de primero, segundo y tercer nivel gracias a nuestro dinero. Por supuesto, acompañados siempre de los nacionalseparatistas y comunistas.
Si a este elefantiásico Estado se le suman otros más de tres millones de empleados públicos, que es otra barbaridad en un país como España con la mitad de población de Alemania que tiene 1.800.000 empleados públicos, ¿sabe usted cuánto nos podríamos ahorrar en impuestos de todo tipo?
Además, hay que pagar también la nómina de más de nueve millones de jubilados –que van a más cada día–, sabiendo que el sistema de la Seguridad Social hace agua por todas partes. Pero no hay que preocuparse. Todo se resuelve a base de Deuda Pública –ya enorme en España– que también pagamos todos y, desde luego, no la terminaremos de pagar nosotros, sino nuestros hijos, nietos y los que vengan detrás. Pero a ellos, al parecer, esa deuda les importa un pito. ¡Qué bien lo van a pasar de mayores!
Con todo esto qué quiero decir. Lo he repetido ya en muchas ocasiones y lo vuelvo a repetir. Sin un Montesquieu plenamente vivo, sin una ley electoral más racional y con un inmenso Estado como el actual, España ya se ha convertido en un país políticamente ingobernable y económicamente insostenible. Aunque, eso sí, fantástico para la partitocracia española. ¡Ah!, y para muchos comentaristas y periodistas fanatizados que también maman de la teta.
Por tanto, ¿Es extraño que pueda haber un partido político en España que en su programa proponga de golpe la supresión de más de 80.000 políticos para evitar el esfuerzo fiscal que aguantamos todos los españoles para mantener a esta inmensa manada de chupópteros?
¿Sabe usted que con la reducción de este inmenso Estado podríamos ahorrar en nuestro país más de 100.000 millones de euros al año? ¿Y saben lo que podrían dar de sí esos más de 100.000 millones además de mejorar con ellos la Educación, Sanidad, Defensa, Dependencia y algunas cosas más?
Pero no. Los españoles, millones de ellos, ciegos, sordos, mudos o fanatizados por determinadas ideologías, están encantados con este sistema. ¡Viva mi Autonomía!, gritan muchos sin darse cuenta de que les están costando un riñón del que viven los listos. Al margen de las corruptelas que en ellas se generan.
¿Se habrán enterado de que para pagar esta juerga el español, sea quien sea, tiene que trabajar medio año para pagar los gastos de este enorme Estado y que sólo le queda el sueldo del otro medio año para él? ¿Se darán cuenta del esfuerzo fiscal que eso supone para sostener lo insostenible?
Este breve resumen en cuanto a la economía de cada uno. Respecto a la indigesta legislación de este Estado, con miles de Leyes, Decretos, Resoluciones, Normas, etc., cada una peor que la anterior, ¿las conoce usted? Es imposible para cualquier persona normal.
Y no hablemos de las ideologías de género, todas de izquierdas como las últimamente aprobadas en el Congreso, eso sí, asumidas casi todas por ese centro central moderadísimo que es el PP, dispuesto siempre a colaborar con el PSOE, incluidos en este aspecto los más carismáticos y conocidos líderes peperos.
¿Es extraño, por tanto, que haya un partido en España que se niegue a admitir, por ejemplo, que el aborto es un derecho de la mujer porque puede hacer con su cuerpo lo que le de la real gana sin tener en cuenta los derechos del ser humano que lleva en sus entrañas? ¿Y que sólo lo admita en circunstancias o supuestos excepcionales?
¿O que en la enseñanza, desde primaria, se enseñe a los niños a toquetearse o a masturbarse? ¿O que el nazifeminismo declare justificada la aberración de la transexualidad a menores de edad sin consentimiento de nadie cuando otras naciones están ya de vuelta de esa barbaridad y la rechazan?
¿O que aquella enseñanza, según todas las leyes socialistas desde 1982 hasta hoy, sea cada día peor para hacer desaparecer de ella la meritocracia y el esfuerzo personal sustituyéndolos por la mediocridad o la ignorancia? Porque, no se olvide: estamos a la cola de Europa en Enseñanza según los parámetros que utiliza el informe PISA. Enseñanza ideologizada asumida, por cierto, por la mayoría de los maestros de escuela.
Pero es esto precisamente lo que les interesa a la mayoría de los políticos: la ignorancia de las gentes, de ese pueblo al que dicen defender, porque así los hacen más sumisos, manejables y, sobre todo, manipulables de acuerdo con sus intereses.
Yo no quiero formar parte de la manada. De la que se deja guiar sin pestañear por los pastores que son los que se aprovechan de ella. Por eso, si hay alguien dispuesto a suprimir el despilfarro de nuestro dinero y disminuir el tamaño de ese inmenso Estado que nos asfixia con sus impuestos y nos ahoga con su infinita legislación, votaré por él.
Si hay alguien que crea que la Enseñanza debe volver al Estado central y no estar en las manos de 17 virreinatos autonómicos, votaré por él.
Si hay alguien que está dispuesto a liquidar toda la infame ideología de género que pervierte la ley natural y la Constitución, votaré por él.
Si hay alguien que promueva la vida y la defienda frente a los que defienden la muerte a través del aborto o la eutanasia y, con ello España sea un desierto demográfico y a plazo fijo termine por perder su identidad nacional, votaré por él.
Si hay alguien que defienda los intereses nacionales por medio de la explotación y extracción de nuestros propios recursos naturales en tierra o en el mar, y defienda nuestra integridad territorial (Gibraltar, por ejemplo), votaré por él.
Si hay alguien que defienda que el idioma español –como dice la Constitución– debe prevalecer en toda España frente a las lenguas cooficiales de algunos cantones en los que el virrey la impone para potenciar el separatismo, votaré por él.
Si hay alguien dispuesto a suprimir subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronal, acostumbrados a vivir del sudor de los trabajadores, a suprimir televisiones innecesarias, empresas ruinosas, chiringuitos de todo tipo, etc., votaré por él.
Y si hay alguien que no siga ovejunamente las consignas de los burócratas de Bruselas respecto a ecologismo, feminismo adulterado, Justicia a conveniencia, inmigración ilegal a mansalva y mafiosa o estupidez en defensa de los animales antes que del ser humano, votaré por él.
Pero, ¿hay alguien en España que piense de esta forma que es de puro sentido común? Claro que lo hay. Mire a su alrededor, búsquelo y sin prejuicios de ningún tipo, piense, pregunte, calcule y, después vote. En función de sus intereses y del bien general para España. No en el de los 300.000 políticos y sus chanchullos que nos exprimen como a limones y nos toman el pelo a placer.
Estoy cada vez más escandalizado y harto de que millones de españoles, fieles seguidores de principios éticos, morales y religiosos aprendidos de sus abuelos y de sus padres y asumidos por ellos como fundamentales en sus vidas, cierren sus ojos y adopten una hipocresía de conciencia inaudita para anteponer lo material frente a los principios (léase leyes de género, cultura de la muerte, corrupción a discreción, ley trans, ley de familia, memoria democrática, enseñanza aberrante en colegios, etc., etc.), por mucho que en parte lo admitan célebres comunicadores muy liberales, agnósticos o no, dedicados a ensalzar a algunos líderes políticos de ese centro central moderadísimo que hace seguidismo ideológico de lo que impone el PSOE.
Si esa hipocresía de conciencia se tornara en actitud valiente y decidida, sin complejos, para anteponer principios y valores frente a solo economía –cuidándola y no socializándola, por supuesto–, seguro que nos iría mucho mejor a todos.
¿Se acuerdan de un tal Mariano Rajoy y sus acólitos? Pues eso. Y algunos de esos acólitos hoy siguen mandando como si fuera ayer.
Enrique D. Martínez-Campos