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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Fray Junípero Serra. La ignominia sobre una inmensa obra

Miguel José Serra Ferrer (Fray Junípero Serra), 1713-1784. (Foto: https://es.wikipedia.org/wiki/).
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Miguel José Serra Ferrer (Fray Junípero Serra), 1713-1784. (Foto: https://es.wikipedia.org/wiki/).

LA CRÍTICA, 1 JUNIO 2024

Por Íñigo Castellano Barón
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El Virreinato de la Nueva España comprendía un inmenso territorio: América Central y parte del norte que hoy día serían los estados de la Alta California distribuida en los estados federales estadounidenses de California, Nevada, Arizona, Utah, el oeste de Colorado, y el sudoeste de Wyoming, a lo que se añadiría las Antillas y el centro y sur de los actuales Estados Unidos y Filipinas. Es decir, por el sur, toda la América Central (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica), salvo la gobernación de Castilla de Oro (Colombia y Panamá) con la estratégica ciudad de Panamá. Por el este, incluyó al golfo de México y al mar de las Antillas. (...)

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En 1765 bajo el reinado de Carlos III, José Bernardo de Gálvez y Gallardo, I marqués de Sonora, fue nombrado visitador del Virreinato de Nueva España y miembro honorario del Consejo de Indias. Visitó la baja California y las misiones jesuitas, teniendo como objetivo plantear nuevos asentamientos de población mediante fuertes (presidios) y nuevas misiones. Una idea concluyente del espíritu evangelizador y civilizador de España. Sería el franciscano mallorquín fray Junípero Serra quien llevaría con verdadero éxito tal objetivo. Sus estudios como sacerdote de filosofía y teología le fueron fundamentales para su apostolado. Fue en 1749, contando treinta y cinco años de edad, cuando decidió su vocación como misionero y emprendió el camino a Hispanoamérica acompañado por el sacerdote Francisco Palou que era su confesor, y otros dieciséis franciscanos más deseosos de predicar el evangelio y civilizar a los indígenas de aquellas latitudes, que sin tener la misma preparación académica gozaban de una juventud envidiable, pues su edad media era de 24 años. Con sus conocimientos y ejemplo personal enseñaba a las distintas tribus indígenas a cultivar la tierra y acarrear el ganado como a construir casas. Fue tal su labor que se le consideró el “Padre de California”, convirtiéndose posteriormente en uno de los padres fundadores de Estados Unidos, y beatificado por el papa Juan Pablo II en 1988. Y posteriormente en el 2015 santificado por el Papa Francisco. Su labor le llevó a fundar 9 misiones en México y Alta California.



En diciembre de 1749 aquella expedición de misioneros franciscanos desembarcó en Veracruz (México) para continuar a pie hasta la ciudad de México a donde arribaron en 1750. Fray Junípero Serra de pequeña estatura fue cojeando durante todo el camino por una llaga en un pie que permanecería hasta su muerte. Así fue su vida, haciendo el bien por aquellas tierras salvajes y muchas desérticas, sin servirse de caballería alguna para cubrir los casi diez mil kilómetros que llegaría a recorrer hasta su muerte. Tras una breve aclimatación en una misión, fue por su preparación intelectual en calidad de superior de la misión a Sierra Gorda al este de la ciudad mejicana, en plena Sierra Madre Oriental en donde se hallaban hasta cinco misiones. En su labor pastoral, se encontró con todo tipo de idolatrías y satanismos lo que puso en conocimiento del Tribunal de la Inquisición de México. En 1758 hubo de marchar a Texas debido a que las misiones habían sido destruidas por los apaches, pero casi de inmediato se le ordenó marchar a la ciudad de México en donde permaneció por nueve años. Habiéndose suprimido la Compañía de Jesús, hubo de ocuparse de esas antiguas misiones recorriendo de nuevo a pie miles de kilómetros por la Baja California; tenía entonces cincuenta y cuatro años cuando se estableció en la villa de Loreto con catorce franciscanos. Corría el año de 1767. Por decisión de Gálvez y por razones de índole político, fray Junípero Serra hubo de modificar de nuevo sus planes al ser destinado a la ciudad norteña de Monterrey para a continuación dirigirse al puerto de San Diego a orillas del Pacífico, punto de encuentro de todos los expedicionarios y desde donde Fray Junípero emprendería la evangelización civilizadora de California. Colocó una cruz en una colina estableciendo allí su primera misión en aquella tierra. Al mes, los indios la habían destruido en un ataque en el que murieron varios soldados españoles. Posteriormente fundó la misión de San Carlos Borromeo y pronto la de San Antonio de Padua y así sucesivamente hasta nueve, todas ellas a lo largo de la línea del océano Pacífico aprovechando el Camino Real que cruza de norte a sur. Una serie de injerencias del comandante militar de la región, Pedro Fages, ante el virrey Antonio María Bucareli, llevó a fray Junípero a entrevistarse con éste, consecuencia de lo cual el comandante fue sustituido, dando lugar a un desarrollo legislativo para California para corregir posibles desviaciones y que fue ratificado en Madrid en 1777.


Sería largo explicar las continuas incidencias y fundaciones llevadas a cabo por fray Junípero como los ataques de los indios de diferentes etnias que incendiaron algunas misiones construidas de manera sólida con materiales propios como el ladrillo, piedra, madera y más elementos como el adobe, desconocido por los indígenas. De la misma manera se roturaron miles de acres de tierra para la siembra y producción de alimentos en los nuevos poblados construidos por los españoles, como la propia ciudad de San Francisco y la reedificación de San Juan de Capistrano. Por las dificultades de administrar el sacramento de la Confirmación, por ausencia de obispo, consiguió finalmente el privilegio para un franciscano de poder llevar a cabo la administración del mismo. Sería el propio fray Junípero quien en última instancia confirmara a los indígenas. Pese a los recelos de las autoridades civiles la confirmación era la ratificación del bautismo y por tanto algo que preocupaba y mucho a Fray Junípero que se esmeró con verdadero empeño en ofrecerla. Con el tiempo, y enterado que los franciscanos por orden de las autoridades civiles deberían abandonar California y sus nueve queridas misiones que había fundado, su ánimo decayó e incluso tuvo una angina de pecho de la angustia por abandonar a aquellos indios, cerca de siete mil que había bautizado y culturizado en tierras muy agrestes, gracias a lo cual pudieron entrar en la civilización y ser protegidos por las autoridades y milicia española frente al ataque de otras tribus. Los indios aprendieron a construir aperos y herramientas que les permitían avanzar en su desarrollo y producir nuevos alimentos evitándoles sufrir las grandes hambrunas consecuencia de las estaciones invernales. La población creció con el nuevo desarrollo y el hábito de la guerra se redujo en aras a la paz entre las tribus con la negociación, siempre bajo la supervisión de esos misioneros. Finalmente fray Junípero falleció en 1784 con setenta años de edad. Lugar de sepelio: Misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, Carmel-by-the-Sea, California, Estados Unidos. Su figura puede contemplarse hoy día en una estatua en el Capitolio de Washington y en el año 2015 fFue canonizado por el papa Francisco en esa misma ciudad.

Tras su santificación, una serie de “voces” se han alzado contra su insigne figura y su humanitaria e inmensa labor explicada en las anteriores líneas. Las acusaciones de genocidios practicados en las misiones para nada se corresponden con la numerosa documentación existente acerca de la tarea civilizadora de este santo franciscano. El movimiento radical indigenista dirigido por otros más elevados oscuros intereses han creado una historia imaginaria que contradice enteramente cuanto se hizo en bien de la población indígena. Su estatua en la ciudad de Los Ángeles amaneció con pintura roja y las palabras «Santo del genocidio». A esta campaña negro legendaria se ha unido la universidad de Standford. La efigie en la Antigua Misión de Santa Bárbara apareció decapitada y pintada de color sangre. Pero la historia no puede borrarse por su carácter imperecedero. Los hechos ocurrieron y buena muestra de ellos son las grandes ciudades norteamericanas que hoy se erigen en toda California, nacidas de pequeños poblados y de las misiones fundadas por Fray Junípero Serra cuyos objetivos fueron la evangelización, la repoblación y el desarrollo cultural y productivo de unos seres que vivían en estado salvaje expuestos a enfermedades y hambrunas por desconocimiento de la ciencia que fray Junípero importó a esas tierras. Su obra logró hasta enseñar canto gregoriano a los indios y a tocar órgano a los más diestros. Por último debe constatarse que las tribus indias en el Virreinato español pudieron mantener la mayor parte de sus costumbres. Solo cuando ya extinguido el virreinato, la “fiebre del oro” se apoderó de los nuevos dominadores estadounidenses, los indígenas empezaron a perder no solo sus vidas, cultura y costumbres sino que fueron recluidos en reservas. El Imperio español, desgraciadamente para ellos, ya no podía protegerles de la avaricia insaciable que acabó con miles de indios. Como describe la académica María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra al afirmar que «Junípero solo es el chivo expiatorio; el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad, cuyas relaciones con los indígenas eran más fluidas, respetuosas y benignas de las que tuvieron los que vinieron después». Para esta autora, «la polémica perjudica a los millones de hispanos que no se dan por aludidos y eso forma parte de la erosión cultural constante que los deja en una posición de aculturación y de debilidad», afirma la que fuera profesora en la Universidad de Harvard. Ya en 2003 a instancia de intelectuales mexicanos, las Misiones Franciscanas de Sierra Gorda fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Unesco.


La civilización hispanoamericana no es un relato geoestratégico, sino un hecho histórico constatado, que evidencia la ignominia de una determinada clase dirigente que busca ocultar su propio pasado para traspasar sus vergüenzas a quien se caracterizó solo por su amor a los seres humanos.


Íñigo Castellano y Barón


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