No existen muchas descripciones historiográficas tan crudas sobre el final de un régimen político dictatorial de tipo totalitario como la que nos ofrece el historiador británico Ian Kershaw en su obra The End. The Defiance and Destruction of Hitler’s Germany, 1944-1945 (Penguin, New York, 2011, 564 páginas). Quizás porque no se han dado las circunstancias en otros casos, por ejemplo en la URSS y otros regímenes comunistas del Este de Europa, de un final tan trágico y absoluto conllevando también una destrucción casi total de la estructura económica y social. (...)
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En algunos casos, como el del régimen fascista italiano, aunque se produjeron escenas puntuales, macabras, afectando directamente al dictador Benito Mussolini y su amante (o en el caso del régimen comunista rumano afectando al dictador Nicolae Ceaucescu y su esposa), Italia y Rumanía experimentaron una cierta mutación, como en casi todos los regímenes autoritarios o totalitarios biodegradados, hacia otras formas de dominación política más moderada, transicionales, aún preliberales y predemocráticas. El caso español de la transición desde el autoritarismo franquista a la democracia parlamentaria, pendiente de consolidación y con las lógicas imperfecciones de la partitocracia, sigue siendo un modelo casi ejemplar, aunque la calidad democrática deje mucho que desear.
La obra de Kershaw requiere una profunda reflexión sobre los aspectos más siniestros de la condición humana y sus expresiones políticas, precisamente por haber producido un régimen tan brutal e inhumano en una de las naciones más cultas y “civilizadas” del siglo XX, cuyo final catastrófico solo fue posible por una fatal combinación de fanatismo ideológico, propaganda, terror, tecnología y movilización social.
Nada ilustra mejor el horror de ese final que se eligiera masivamente el suicidio como una opción ante la derrota militar y la claudicación. El historiador registra unos simples datos escalofriantes en el hundimiento del régimen nazi (Kershaw, p. 356):
La cifra incompleta solo para la ciudad de Berlín en 1945 es de 7.057 suicidios (3.996 de ellos mujeres).
Entre los líderes máximos del Partido, se conocen al menos 6 (Hitler, Goebbels, Bormann, Himmler, Ley, Goering…).
Asimismo eligieron el suicidio:
8 líderes regionales del Partido (Gauleiters).
47 líderes de las SS y de la Gestapo.
53 generales del Ejército.
14 generales de la Lufwaffe.
11 almirantes.
Como politólogo me interesa lo que se podría llamar la “fórmula Bormann” del Totalitarismo final: la imposición del dominio absoluto del Partido sobre toda la administración, con la virtual desintegración o desaparición del Estado (Kershaw, p. 392). Se puede decir que significa el triunfo extremo y violento de una “partitocracia” absoluta, sobre la base de un colectivismo socialista (“nacional-socialista”), en un grado solo comparable al Totalitarismo comunista en el caso de la URSS, y más tarde de China, Korea del Norte, Vietnam, Camboya, etc. Puede describirse como una versión moderna, extrema y criminal de “despotismo oriental”, algo metafísicamente incompatible con los valores occidentales, no obstante impuesto y consentido en la sociedad alemana, en pleno corazón de la vieja Europa.
El único caso de un final absoluto más parecido al del Nazismo quizás sea el que estamos presenciando estos días en Gaza. Curiosamente Charles Maurras, nacionalista autoritario francés, observó críticamente ya en 1936 que el Nazismo era el Islam del Norte, el Islam de las tierras sin sol.
El régimen totalitario teocrático-islamista palestino de Hamás, desde su último ataque terrorista y genocida (antisemita) contra Israel el 7 de octubre de 2023, sigue incurso en un proceso aparentemente irreversible hacia la total destrucción, por la intransigencia de sus dirigentes ante una paz y reconocimiento permanente con Israel (“¡Jamás!”), y por la lógica y legítima reacción defensiva de los sionistas.
Mientras continúa la inmolación, los políticos del Establishment europeo y estadounidense siguen engañando a la opinión pública y a sí mismos –a sus malas conciencias– con la fantasía imposible de los “Dos Estados” en el territorio de Palestina.
Pero Gaza comparativamente es una miniatura, una pequeña colonia político-religiosa, tentáculo o excrecencia del régimen totalitario teocrático-islamista de Irán que intenta imponer su hegemonía en Medio Oriente promoviendo la Yihad Global, y cuyo final todavía es peligrosamente incierto. Pero ¿se puede inferir que el islamismo yihadista es el Nazismo de las tierras soleadas?
Manuel Pastor Martínez
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