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Toca ya deslegitimar moralmente la Segunda República española

José Ortega y Gasset.
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José Ortega y Gasset.

LA CRÍTICA, 4 SEPTIEMBRE 2022

Por Íñigo Castellano Barón
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“¡No es esto, no es esto!”. Inicio este artículo con la famosa frase de Ortega y Gasset, uno de los fundadores de la Agrupación al Servicio de la República y muy pronto desengañado de esta como igualmente sucedió a Pérez de Ayala, Unamuno y otros muchos. Se puede preguntar, ¿cómo noventa y un años después de proclamarse aquella, España pueda seguir convulsionada en un debate estéril? (…)

Un período profundamente estudiado con pruebas fehacientes como: las propias actas de Cortes, la hemeroteca, documentos de los propios intelectuales que inicialmente se adhirieron con entusiasmo, y otros testimonios de diferente índole, acabaron concluyendo que aquella tragedia ya falsificada desde su inicio en unas elecciones, fue pareja al caos, al odio desatado y en definitiva a la ruptura con la Civilización. Retrocediendo en el tiempo, supusiéramos que en aquella sórdida época se debatiese los ideales entre los respectivos bandos isabelinos o carlistas acaecidos casi noventa años antes, para conseguir supuestos réditos políticos. Todo es un sin sentido, pero no tanto como parece…

Empecemos diciendo a tenor de la Historia, que la izquierda (término que nace en la Francia del siglo XVIII) siempre ha tenido una propensión al pensamiento único, mientras que la derecha nunca tuvo un cuerpo de doctrina o un discurso, salvo la defensa legítima de sus intereses de orden, patria, religión y propiedad privada. En 1931, la derecha se vio falsamente sobrepasada por una izquierda unida en un Frente Popular en donde tuvieron cabida lo más abyecto del radicalismo. Esa unión, como siempre ocurre por la naturaleza intrínseca del radicalismo marxista, era una alianza estrictamente táctica de asalto al poder, pero solo eso. Al poco el espíritu cainita y el canibalismo político de los radicales, se abrió paso pergeñando la tragedia de la Guerra civil, ya ensayada previamente con la Revolución de Asturias que produjo miles de muertos. La Derecha (CEDA-1933) hubo de unirse frente al barbarismo que se había apoderado de las calles, hogares, iglesias e Instituciones. Las falsas denuncias, muertes y venganzas estuvieron a la orden del día. El pueblo fue armado por José Giral, a la sazón presidente del Gobierno en el inicio de la Guerra Civil. Se crearon las milicias populares y con ellas se inició la barbarie descontrolada. El caos se adueñó de España y la derecha perseguida y asesinada hubo de afrontar su supervivencia.

En el año 1931 la vieja Europa veía con simpatía los intentos democráticos de la joven República. Pero transcurrido un tiempo, la desilusión e incluso el espanto de las naciones europeas harían comprender que realmente lo que se jugaba en España iba más allá de un sistema político de gobierno. En una Europa de naciones de intereses controvertidos, con unos partidos emergentes nacional-socialistas en Alemania, y otro partido en Italia de un socialismo más heterodoxo de corte fascista, añadido a una Rusia estalinista, de marxismo radical, la situación de la República española que se inició en un baño de sangre, tenía visos de acabar en el drama que todos conocemos y que la derecha nunca hubiera querido. Ya en 1939, en las postrimerías de la guerra civil, Winston Churchill pronunció una frase respecto a España que repetiría en posterior ocasión en la que alcanzó la fama, al referirse a «la sangre, sudor y lágrimas». Pablo Azcárate embajador de la República en Londres, invitó a Churchill a comprobar por sí mismo la normalidad de la República, pero el entonces líder liberal-conservador, todavía no primer ministro, rechazó la invitación, conocedor de la cruda realidad, y se dice que exclamó: «!Blood… blood… blood!» (¡sangre, sangre, sangre!) rechazando estrechar su mano. El gran político de aquella Europa comprendió perfectamente que si la República ganaba la guerra, sucedería como en Rusia, y los partidos comunistas terminarían haciéndose con el poder y ello conllevaría la desestabilización del continente, empezando por Portugal como país vecino y convirtiendo a España en un satélite de José Stalin. No debía apoyarse aquella República, manifestó reiteradamente el dirigente inglés, que desde sus principios perdió el control del gobierno por la siempre izquierda revolucionaria y anarquista.

Pues bien, hasta aquí el escenario al que me remito por las pruebas documentales históricas para entender hasta dónde llegó el salvajismo. Ya había sido predicho como consta en Acta de Cortes por Largo Caballero: «Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia...». Tras la dictadura del general Francisco Franco, habiéndose hecho una Transición impecable aunque como todo adolezca de fallos, y que supuso el alivio de la ciudadanía española, recelosa de cuanto pudiera ocurrir tras la muerte del general, se inicia la alternancia política de los partidos de derechas e izquierdas que dieron paso en 1982 a la entrada de Felipe González, al que no quedó más remedio que abrazar la socialdemocracia que Europa impuso como condición para participar en el concierto de las naciones europeas. De un OTAN NO, hubo rápidamente que pasar al SÍ a la OTAN. La corrupción extendida en su Gobierno y muchos de su alto funcionariado hizo caer al primer gobierno socialista que fue recogido con mayoría absoluta por José María Aznar. A partir de aquí sucedió algo que quizás no se le haya dado la importancia suficiente para entender en parte el escenario en el que hoy España se encuentra.

Situémonos en el día 20 de noviembre de 2002. En tal fecha de grandes connotaciones políticas como la muerte del general Franco, el PSOE hace una propuesta no de Ley en la que se condena el Alzamiento Nacional del 18 de julio en virtud de la cual, hay que devolver la dignidad a los vencidos en la guerra, la apertura de fosas, y otra serie de consideraciones y resarcimientos que parten de la ilegitimidad de aquel Alzamiento. La mayoría absoluta parlamentaria del PP se suma y se adhiere sin paliativo alguno a esa condena. Con «inocencia» o por táctica parlamentaria la aprobación de la condena por la derecha aznarista sería el embrión y resorte para quien le sucedió en el Gobierno, Zapatero.

Creo que había suficientes pruebas para deslegitimar moralmente a la República. Pudo ser el momento y la oportunidad histórica para hacerlo y la derecha rearmarse de un discurso político e ideológico de Estado frente a aquella ruptura con la Civilización que supuso el régimen republicano. Pero no fue así. Se prefirió consentir o callar lo que se sabía y sentía por una mala entendida pacificación de una memoria histórica que la izquierda aprovecharía para de nuevo reivindicar y legitimar la opción republicana, y de paso querer herir mortalmente a una derecha atolondrada.

Al poco, se publicaría en el BOE la ley de Memoria Histórica. Una ley sectaria de querer ganar con el discurso torticero y mentiroso lo que perdieron con un Alzamiento necesario ante el caos sobrevenido. Pero los planes de la izquierda radical no acabaron allí. Tras Rajoy ser vencido en una moción de censura a cuyo resultado no quiso asistir, saliéndose del hemiciclo, el presidente actual, Sánchez, siguiendo el hilo conductor marcado aquel 20 de noviembre de 2002, propone la Ley de Memoria Democrática, hoy todavía pendiente en el proceso parlamentario. Una ley que avanza más en el sectarismo y en el rencor contra más de media España. De nuevo el enfrentamiento alentado por un Gobierno que exalta y evoca una de las figuras más siniestras de la República como Largo Caballero.

Consecuencia de todo ello y ante la falta de un discurso conforme a la realidad y a los sentimientos nacionales, haciéndose eco de la conciencia de muchos de los votantes del PP y de otras posiciones de izquierda nace VOX como partido, sumando adeptos e incorporándose a las Instituciones. Un partido que, sin menosprecio alguno del PP, que tiene grandes líderes y hoy es la alternativa real a un sanchismo desprestigiado tanto en la esfera internacional como entre sus propios y antiguos correligionarios, puede y debe suponer una fuerza innovadora y no contaminada de apoyo en unas elecciones próximas que retornen a España y a sus ciudadanos a una estabilidad interna y a un prestigio tirado por la borda en los años últimos del gobierno social-comunista.

Por todo, es necesario y toca ya deslegitimar en términos morales aquella República ante el continuo acoso y desenfrenado sectarismo del que hace gala el Gobierno actual. Cada vez más medios de comunicación, historiadores, intelectuales, políticos, etc. comienzan a aflorar las desvergüenzas del régimen republicano y ya, según las encuestas, la derecha, en coalición o no, ocuparía la mayoría parlamentaria. Devolvamos a España al lugar que le corresponde para poder olvidar definitivamente sucesos que ocurrieron hace ya cuatro generaciones. Constrúyase un discurso de Estado como corresponde a esta nación milenaria, basado en la igualdad, libertad y desarrollo, como ideales permanentes no sujetos a los vaivenes de la alternancia política.

Iñigo Castellano Barón

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