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El fenómeno Trump

El Presidente de EE.UU., Donald Trump, y su esposa. (Foto: RTVE).
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El Presidente de EE.UU., Donald Trump, y su esposa. (Foto: RTVE).

LA CRÍTICA, 23 SEPTIEMBRE 2020

Por Manuel Pastor Martínez
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(...) El “fenómeno Trump” (“tema Trump”, “fantasma Trump”, o como queramos llamarlo), a mi juicio para bien se ha consolidado como un populismo positivo –muy diferente de los populismos estatistas y de izquierdas en Europa–, compatible con el patriotismo, las libertades constitucionales y el Imperio de la Ley (Rule of Law). En otras palabras, como correctivo necesario contra la partitocracia y la corrupción (...)

La complejidad del fenómeno Trump quizás requiera recurrir al concepto kantiano de noúmeno –y a la introspección o al método freudiano aplicado a sus observadores y críticos– para conseguir un análisis en profundidad. Y a propósito de profundidad, no en vano desde la campaña presidencial de 2016 (el 5 de Enero de 2017 todavía Obama y Biden seguían conspirando en el Despacho Oval) Trump ha sido injustamente objeto del espionaje y acoso permanente por el partido Demócrata y el llamado “Estado Profundo”.

A mi juicio no está justificado el distanciamiento de los filósofos –especialmente los filósofos políticos y sociales- respecto a los fenómenos políticos contemporáneos, sobre todo aquellos que nos afectan a todos. Por ejemplo, Ortega – filósofo de la razón “vital” e “histórica”-, no dedicó ni una sola página a su coetáneo el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt durante su excepcionalmente prolongada administración (doce años en la Casa Blanca, resultado de cuatro elecciones consecutivas -1932, 1936, 1940, 1944- hasta su fallecimiento en 1945) en uno de los períodos críticamente “vitales” e “históricos” del siglo XX, desde la Gran Depresión hasta la Segunda Guerra Mundial.

Semejante ninguneo orteguiano no ha ocurrido con Trump. Prácticamente en todos los medios de comunicación mundiales, y singularmente en España, periodistas, intelectuales y filósofos de importancia o de medio pelo, se han pronunciado sobre este sin duda peculiar presidente americano. Ahora bien, la objetividad y perspicacia en los análisis o pronunciamientos, con muy pocas excepciones, deja mucho que desear. El fenómeno o “tema Trump” (según Marcel Gascón Barberá en Libertad Digital) se ha convertido en un asunto psiquiátrico, de histeria colectiva, que en EEUU se ha descrito como TDS (Trump Derangement Syndrome), y yo mismo he diagnosticado políticamente como TAT (Trampa Anti-Trump). Trampa política en la que han caído no solo los progresistas y radicales de todos los colores sino también los políticos de derechas (desde los NeverTrumpers en EEUU hasta la práctica totalidad de los liberales, conservadores y democristianos europeos).

Se podría irónicamente parafrasear la famosa frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre Europa y el resto del planeta, el fantasma del Trumpismo. Todas las potencias de la vieja política se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma.”

El veterano periodista-golpista Bob Woodward acaba de publicar Rage, un libro insultante y mendaz (especialmente en lo relativo a la pandemia del coronavirus) sobre Trump. El presidente, sin duda, ha cometido errores, pero uno de los mayores ha sido su ingenuidad tonta y pretenciosa de creer que favorecía su imagen para la historia concediendo 18 entrevistas a Woodwarad.

Este personaje especializado en desinformación, agente de inteligencia al servicio del militarismo –y coautor con el pro- comunista Carl Bernstein de una célebre obra sobre Nixon y Watergate- fue rigurosamente investigado en Silent Coup (1991) de L. Colodny y R. Gettlin. Los autores mencionan, sin nombrarlo, a un profesor suyo de ciencia política en la universidad de Yale (¿no sería por casualidad el español Juan J. Linz, gran especialista en el fascismo?) quien opinaba que Woodward era un “cripto-fascista”. Intel-Informador del general Alexander Haig, se han confirmado muchos datos del “Spy Ring” y golpismo en la cúpula militar revelados por los autores de Silent Coup en la obra reciente de R. Locker, Haig´s Coup (2019).

Trump también cometió el error de confiar demasiado en las capacidades gestoras de los militares al principio de su mandato, teniendo después que destituirlos por diferentes razones (Flynn, McMaster, Kelly, Vindman, Mattis…). BW candorosamente cuenta en el libro el caso del ex secretario de Defensa, el general James Mattis, otro golpista en ciernes al proponerle al DNI (Director de Inteligencia Nacional) Dan Coats, que tendrían que tomar una “collective action” contra Trump porque “He´s dangerous. He´s unfit” (… para la Presidencia). Junto a otras falaces acusaciones de “racista” y “machista”, el mantra de que Trump es “peligroso” será efectivamente utilizado por un amplísimo espectro desde el general Mattis hasta el senador socialista Bernie Sanders y los diversos gestores Demócratas del fallido “impeachment” –Adam Schiff, Jerold Nadler, Chuck Schumer, etc.-, dirigidos por la Speaker Nancy Pelosi y asesorados por un siniestro –en la sombra- Norm Eisen.

Me resulta inútil y tedioso repetir los datos objetivos que avalan –al margen de los efectos de la pandemia del coronavirus- un exitoso primer mandato del presidente Trump, que las élites se obstinan en no reconocer, pese a la muy evidente –al margen de las encuestas “fake”- satisfacción popular y de la “Silent Majority”, como la definió Pat Buchanan en 1968 apoyando a Richard Nixon en medio de una América en llamas y vandalizada, igual que hoy, por radicales y terroristas.

Algo que los europeos no entienden muy bien, Trump es un “Game Changer”, un “Grand Disruptor”, y además un gran humorista. No es un político profesional como los generados por la partitocracia o el Establishment (a diferencia de Obama y de Biden, por su inteligencia y espontaneidad naturales no necesita del teleprompter).

Como decía, la argumentación basada en datos objetivos, incluidos los de la corrupción Obama-Biden -por ejemplo, el espionaje a Trump en el caso Flynn, o las conexiones familiares de Biden y Kamala Harris con China- me parece ya una pérdida de tiempo. Es suficiente observar el contraste entre una campaña de mítines en olor de multitudes, y otra desde un sótano o en ruedas de prensa, sin público, con escogidos y banales periodistas. El debate entre los candidatos Trump y Biden, si finalmente se lleva a cabo el próximo 29 de Septiembre, pondrá en evidencia muchas cosas.

El “fenómeno Trump” (“tema Trump”, “fantasma Trump”, o como queramos llamarlo), a mi juicio para bien se ha consolidado como un populismo positivo –muy diferente de los populismos estatistas y de izquierdas en Europa-, compatible con el patriotismo, las libertades constitucionales y el Imperio de la Ley (Rule of Law). En otras palabras, como correctivo necesario contra la partitocracia y la corrupción, tal vienen relatando muy detalladamente en estos años Sean Hannity y Steve Hilton en sus respectivos programas (Hannity y The Next Revolution, FoxNews). Los resentidos y sufridores que se niegan a aceptarlo, como los neuróticos que niegan la realidad, deberían consultarlo con el psicólogo o el psiquiatra.

Sin embargo en la neurótica era “Mob Politics” que padecen las democracias contemporáneas no hay que desechar el peligro de turbas histéricas, jaleadas por CNN y bien financiadas por conocidos billonarios, en medio de un posible fraude y caos electoral el próximo 3 de Noviembre. El fallecimiento de la jueza Ruth Bader Ginsburg –más que jueza, abusando de poder y sin haber sido elegida para ello, “legisladora” feminista– puede ser también el inicio de una crisis constitucional. Tormenta perfecta para que esas turbas orquesten una especie de “color revolution” anti-Trump, según el “Playbook” de algunos siniestros consejeros de Obama y de Biden. Aunque el primero haya dicho del segundo: “No subestimemos la habilidad de Joe para joder la cosas”.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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