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España o el triunfo de la tribalización

Moneda olcade del siglo II a.C. Foto: wikimoneda.com
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Moneda olcade del siglo II a.C. Foto: wikimoneda.com

LA CRÍTICA, 15 DICIEMBRE 2019

Por Juan Diego García González
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Corría el mes de agosto de 1982 cuando Rafael Arias-Salgado, entonces ex diputado de UCD y antiguo ministro de la presidencia, alertaba desde El País acerca de las peligrosas consecuencias que el bipartidismo podría traer a España, reclamando la necesidad de un centro político. (...)

... Señalaba que ese incipiente bipartidismo corría el riesgo de derivar en una bipolarización cuyas consecuencias llevarían a su vez a radicalizar a los votantes, situándolos en dos bloques antagónicos. Fundaba su hipótesis en los factores que entonces atravesaba el país: la fragilidad de las instituciones democráticas, una cuestión militar no resuelta, terrorismo, crisis económica, existencia de grupos antisistema y la división territorial del poder político a causa de la resistencia de los partidos nacionalistas a integrarse en un proyecto común.

No faltaron detractores a estas reflexiones del antiguo miembro de UCD, señalando que tales admoniciones se trataban de meras soflamas partidistas cuya finalidad última era reivindicar la necesidad de ese centro político que el agonizante partido de Adolfo Suárez pretendía encarnar, y cuyo espacio político perdió a favor del PSOE. Pues bien, las elecciones del pasado 10N, cuyo saldo resulta demoledor incluso para aquellos observadores empeñados en mantener un discurso moderado, bien merecen que rescatemos estas ideas vertidas al inicio de nuestra democracia a fin de ponderar su pulso 40 años después.

Desde las elecciones generales de 2008 la clase política nos ha acostumbrado a vivir en un estado de campaña permanente donde prima el negativismo. El descontento generado por la crisis económica, lejos de abordarse desde un sentido de estado, ha sido instrumentalizado y manipulado por la clase política para instalarnos en un escenario dominado por una crispación que se ha creado y alimentado en sus respectivos gabinetes de comunicación y oficinas de estrategia electoral.

No ha de extrañarnos por tanto el resultado de estas últimas elecciones, que no han sido otra cosa que el capricho de otoño de un presidente en funciones sumido en la nostalgia bipartidista, contribuyeran al reforzamiento de ese negativismo imperante desde hace una década. El resultado, en consecuencia, no podían ser otro que la tribalización de España.

Unos resultados que, junto a los tradicionales partidos nacionalistas como PNV, Bildu, ERC o JxCat, cabe sumar la presencia de una larga pléyade de partidos regionalistas, cantonalistas, federalistas o como tengan a bien autodenominarse; en cualquier caso, particularistas. Tribales. Formaciones como Extremadura Unida, Plataforma del Pueblo Soriano, Por Ávila, Unión del Pueblo Leonés, Somos Región (Murcia), Andalucía por Sí, Coalición por Melilla o Teruel Existe, surgidas en territorios donde difícilmente hubiéramos imaginado su emergencia hace un tiempo

Unos resultados que confirman el fin del bipartidismo y lo desplaza a favor de numerosas opciones políticas que reclaman, en muchos casos, un legítimo tratamiento específico para su dolor de ombligo. Parece que el espacio que se ha ido creando entre los dos partidos tradicionales ha crecido hasta convertirse en un abismo de márgenes difusos en el que, tanto PP como PSOE, sus causantes, han ido arrojando las necesidades y anhelos de buena parte de la sociedad española durante 40 años.

Dicho más claro, estas elecciones muestran que, tras una larga sucesión de gobiernos incapaces de atender las necesidades y demandas de la ciudadanía, esta ha encontrado en la tribalización la única vía para canalizar sus demandas. No en vano, los nacionalismos periféricos ya venían marcando el camino y garantizando su éxito. Siguiendo a Marlene Wind, de quien tomo esta idea tras plantear esta problemática en términos europeos, parece que en España ha tenido lugar la irrupción de esa política tribal que tiene como objeto socavar la democracia representativa a favor de sus respectivos intereses y sus primitivos jefes. Mucho me temo que estas elecciones bien reflejan esta realidad.

Una realidad que entronca con otro hecho más triste, y es que no parece que la sociedad española haya adquirido grandes dosis de cultura política tras 40 años de democracia. Antes, ha sucumbido a las emociones y al desengaño causado por una sucesión de gobiernos ineficientes y corruptos. Una sociedad en cualquier caso que clama por ver agotada una paciencia que nunca estuvo realmente a prueba, que incluso participaba gustosa del juego de bloques que solo beneficiaba a unos dirigentes a los que se les permitía un amplio laissez faire para llevar a cabo sus intereses espurios. Una sociedad que, rota la baraja, ha encontrado en el apasionamiento la única panacea capaz de calmar su desafección lanzándose a los brazos de un radicalismo que encuentra su mejor expresión en el sentimiento tribal, aunque ello lleve aparejado la ruptura del marco común.

Corría agosto de 1982 cuando Rafael Arias-Salgado alertaba sobre las peligrosas consecuencias que el bipartidismo traería a España. Hoy, finalizando el año 2019, tristemente podemos admitirlo.
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