... pero previendo la probable independencia de las colonias americanas, Adam Smith identificaba el “Spirit of Party”: “En todas las grandes naciones que están unidas bajo un gobierno uniforme, el “Espíritu de Partido” comúnmente prevalece menos en las provincias remotas que en el centro del imperio.” Smith no llega a descalificarlo, pero apunta a futuros conflictos. En todo caso van a ser los dirigentes de la independencia en las colonias americanas quienes van a asumir la crítica del “Espíritu de Partido”: principalmente Alexander Hamilton y James Madison como autores de The Federalist (1787-88), y George Washington como primer presidente federal.
Véanse las críticas al partidismo (“faccionalismo”) en el clásico ensayo 10 del Federalista de Madison, y más tarde en su otro ensayo “A Candide State of the Parties” (1792). Por su parte, Hamilton en el ensayo 26 del Federalista prevenía “As the Spirit of Party, in different degrees, must be expected to infect all political bodies…” Asimismo el gran federalista y presidente durante muchos años de la Corte Suprema, John Marshall, a propósito de la violenta crítica del afrancesado y anglófobo partido de oposición al tratado con el Reino Unido en 1795 (Jay´s Treaty), escribió en su An Autobioghaphical Scketch: “A politician even in times of violent Party Spirit maintains his respectability by showing his strengh”.
El presidente Washington en su famoso discurso de despedida en 1796 (parece que redactado en gran parte por Hamilton) insiste en la misma línea contra el “Espíritu de Partido” o de facción. El historiador británico Paul Johnson publicó un artículo hace años sobre Washington cuestionando la necesidad de los partidos políticos (“¿Necesitamos los partidos políticos?”, Libertad Digital, 30 de Mayo, 2006). Un famoso amigo francés de los Federalistas que había participado destacadamente en la independencia americana, el Marqués de Lafayette, ante el régimen del Terror en Francia también propondrá el “Gobierno de la Ley frente al Gobierno de los Clubs”. Tras la experiencia revolucionaria francesa y después en Rusia, sabemos que la prepotencia de algunos partidos practicando el Terror es el cimiento del Totalitarismo (Schmitt).
A finales del siglo XIX se originó una corriente intelectual sociológico-política de crítica a la partitocracia y a las oligarquías políticas (Ostrogorsky, Costa…), con un punto culminante a principios del siglo XX en la famosa tesis de la “ley de hierro de la oligarquía” (Michels). Hoy habría que complementarla con otra tesis paralela de la “ley de hierro de la corrupción”. Partitocracia y corrupción son los resultados extremos, democráticamente disfuncionales y corrosivos, del “Espíritu de Partido”.
Nos guste o no la era de los partidos políticos tradicionales se ha agotado, incluso se ha agotado el uso del nombre “partido”. En la Transición y en la joven democracia españolas Unión de Centro Democrático, Alianza Popular, Convergencia i Unió, Centro Democrático Social, Izquierda Unida, Unión Progreso y Democracia, Podemos, Ciudadanos, Vox… ya lo evitaron. Parte de la crisis del bipartidismo hoy, del PSOE y del PP, es no tener en cuenta esta cuestión semántica, y aferrarse a un centralismo organizativo típico de otros tiempos. Escribí un artículo titulado “PSOE, R.I.P.” (La Crítica, Diciembre 2018). Espero no tener que escribir otro con el título “PP, R.I.P.”
Uno de los más importantes logros históricos de la democracia americana ha sido superar –gracias a las elecciones primarias intra-partidistas- la partitocracia y el “Espíritu de Partido” en favor de una nueva cultura más abierta y pluralista, el Espíritu de Coalición e incluso el Espíritu de Convención. Cualquier Convención Republicana en EEUU (el partido Demócrata es hoy otra historia por su marcada deriva izquierdista y antiamericana) expresa la concurrencia de diversas corrientes y “partidos” coaligados del Centro-Derecha, un espectro ideológico en que caben perfectamente partidos tan distintos como los que en España representan Partido Popular, Ciudadanos, Vox, Unión Progreso y Democracia, Foro Asturias, Partido Aragonés Regionalista, Unión del Pueblo Navarro, Coalición Canaria, etc. En una Convención auténtica desaparece el “Spirit of Party” en el sentido de espíritu sectario o partidista en favor de un verdadero Espíritu de Coalición/de Convención -no de Convención falsa, sectaria, narcisista, fake- superior a las particularidades y egoísmos.
Expreso mi opinión desde un liberalismo conservador independiente, no partidista. Mi deseo es ver una gran CD-CD (Coalición Democrática de Centro-Derecha) como ya manifesté en La Crítica (Diciembre 2017), mediante una Convención abierta, auténtica, no partidista (o fake, como la celebrada por el PP hace poco) que incluya además a Vox, Ciudadanos, restos de UPyD, grupos políticos regionales, plataformas o asociaciones de la sociedad civil española (como Floridablanca y Kosmos-Polis, clubs de ideas de los que soy cofundador), etc.
Ante las inminentes elecciones totales en Abril y Mayo mi preocupación es si los partidos de Centro-Derecha van a practicar elecciones primarias o van a seguir con el método partitocrático de confección de las listas por los dirigentes. Esto sería poco presentable, pero en cualquier caso ¿van a adoptar criterios objetivos para los candidatos? Solamente espero que midan bien las consecuencias y eviten escándalos sobre los curricula.
Independientemente de razones lógicas de estrategia electoral y voto útil, hay que evitar la prepotencia del PP autoproclamándose la “Casa Común” y asimismo los típicos particularismos o exclusivismos progresistas de las sectas “tecnócratas”, “centristas”, “liberales”, “democristianas”, “socialdemócratas”… es decir, los socialistas en todos los partidos (Hayek). Sobre todo conviene prescindir en lo posible de los residuos del rajoyismo/sorayismo.
Me parece ingenuo pensar que la nueva fundación partidista y autocomplaciente Concordia y Libertad, presidida por Suárez Illana, que organizó la Convención cerrada y fake del PP, tenga capacidad intelectual y política para ser el laboratorio ideológico del nuevo partido, aparte de otros asuntos oscuros que pueden originar una nueva tanda de sospechas o escándalos sobre títulos académicos.
Una reflexión final sobre un peligroso cáncer que conlleva el sectarismo del “Espíritu de Partido”. Ciertamente no hay democracia sin partidos, pero tanto la democracia como los partidos tienen que estar bajo el Imperio de la Ley, porque en caso contrario más que democracia y partidos tendíamos demagogia arbitraria y partitocracia anticonstitucional. La teoría la expuso recientemente con claridad Su Majestad el Rey. Pero la realidad práctica es que la democracia española no está constitucionalmente consolidada y por tanto –en esto discrepo de nuestro Jefe del Estado- España no puede presumir de ser una “democracia plena” o sólida en la situación actual, en medio de un golpe de Estado (y las inmensas montañas de Prevaricación y Malversación de la clase política, como está revelando el juicio al procés golpista), sin que se adopten medidas penales contra los partidos, especialmente los sectarios anti-sistema (en concreto los realmente existentes de tipo izquierdista-totalitario, terrorista o separatista, con responsabilidades ejecutivas locales, regionales o nacionales).
La defensa de la Constitución, condición sine qua non de la democracia, no se basa exclusivamente en una defensa jurídica y judicial, sino también en una defensa política o supra-política que reside precisamente en el Jefe del Estado, el Rey. Pero la teoría sin decisiones prácticas concretas – como algunas democracias consolidadas han adoptado respecto a las ideologías totalitarias, terroristas o separatistas- condena nuestra Constitución a una tibieza “nominal”, no normativa (Loewenstein), y realmente caracteriza a nuestra democracia como un sistema no consolidado o fallido.
La democracia no puede “conllevarse” indefinidamente con un cáncer sectario anti-sistema (separatista o colectivista) en el “Espíritu de Partido”. O se le extirpa o la destruye.