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El Trumpismo llega a España

Rocío Monasterio, arquitecta y vicesecretaria de Acción Social del partido político español VOX.
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Rocío Monasterio, arquitecta y vicesecretaria de Acción Social del partido político español VOX.

LA CRÍTICA, 7 DICIEMBRE 2018

Por Manuel Pastor Martínez
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(...) Stanley G. Payne es probablemente el mayor especialista mundial vivo sobre el fascismo. Yo, modestamente, lo soy un poco en España (como autor de dos libros y más de una veintena de ensayos y artículos). Ni Payne ni yo vemos en Vox algo remotamente parecido al fascismo o a la “ultra-derecha”...

Desde la irrupción hace décadas del Frente Nacional en Francia con J. M. Le Pen, y muy posteriormente Syriza en Grecia, Movimiento 5 Estrellas en Italia, y Podemos en España, hemos asistido a la sensación de que un nuevo fantasma —el populismo— recorría no solo a Europa (en la América hispana está presente casi desde la misma Independencia) sino todo el mundo, y a una cierta paranoia anti-populista, que no ha sido amortiguada por otros fenómenos distintos, derechistas, como AfD en Alemania, UKIP y el Brexit en Gran Bretaña, o los exitosos resultados de partidos liberal-conservadores en Polonia, Hungría y Austria.

Por no hablar del singular triunfo de Trump en los EEUU, el éxito de Macron en Francia, y los relativos avances de Rivera en España, e incluso Marine Le Pen en Francia (frente a su padre y el viejo FN), fenómenos que no han sido bien comprendidos entre los analistas convencionales y los partidarios de la partitocracia y burocracia de la Vieja Europa (incluyendo a los tecnócratas, centristas y “europeístas”, es decir, como apuntó Hayek, los socialistas de todos los partidos).

Hemos presenciado en estos últimos años un auténtico torrente de publicaciones sobre el populismo en las que se ha enfatizado el factor anti-sistema, mezclando confusa e interesadamente al populismo comunista de Podemos en España, por ejemplo, con el populismo liberal-conservador –incluso libertario— del Tea Party y del Trumpismo en EEUU. Si los autores (especialmente los españoles) dedicaran más atención a estudiar los orígenes históricos e intelectuales del movimiento populista en una perspectiva comparada, podrían evitar algunos errores y confusiones de interpretación.

Por ejemplo, la obra de Aileen M. Kelly sobre el “padre” del populismo ruso, The Discovery of Chance. The Life and Thought of Alexander Herzen (Harvad University Press, Cambridge, MA, 2016) podría ser útil e ilustrativa para comprender las ambigüedades y transversalidad de tal ideología. Herzen comenzó siendo un intelectual radical, socialista (inspirando a populistas y anarquistas) en la Rusia zarista, y una vez en el exilio londinense inició un proceso de evolución y moderación hacia el liberalismo o libertarismo democrático.

El populismo ruso del siglo XIX hasta la Revolución de 1917, como han historiado Franco Venturi, Andrzej Walicki, Isaiah Berlin, Leonard Schapiro, Richard Pipes, etc., tuvo un marcado carácter izquierdista, incluso terrorista (“Ir al Pueblo” “La Voluntad del Pueblo”, “Eseristas” o Partido Social-Revolucionario), que como demostró éste en las elecciones democráticas a la Asamblea Constituyente –disuelta por Lenin tras una única reunión en Enero de 1918— obtuvo una mayoría absoluta de votos y escaños frente a los bolcheviques y los mencheviques. Fue el arquetipo del populismo predominante en la Europa oriental y en la América hispana (véase mi ensayo “Paradigmas populistas: del Peronismo al Trumpismo”, La Crítica, 2018) y su influencia se hizo notar en los fascismos del Sur de Europa durante el período de entreguerras mundiales, reapareciendo recientemente en formas nuevas con injertos comunistas y anti-sistema como los mencionados populismos en Francia, Italia, Grecia y España.

El singular populismo norteamericano (estadounidense) tiene sus propios orígenes, tras la Independencia, en las revueltas a finales del siglo XVIII del capitán Shay y del Whiskey y en los diversos movimientos de los granjeros y de grupos anti-élites en el siglo XIX (partido Anti-Masonería, los Know-Nothing, el movimiento Granger) que culminan en el People´s Party de William Jennings Bryan hasta principios del siglo XX, prolongándose con los partidos o candidatos llamados progresistas (Teddy Roosevelt, Robert La Follette, etc.), que tras la I Guerra Mundial se reintegran en las dos grandes coaliciones, Partido Republicano o Partido Demócrata. Su talante será progresivamente conservador, que se irá acentuando notablemente desde la década de los 1930s con el anti-comunismo y las guerras culturales en la década de los 1960s y la sociedad postindustrial (Huey Long, Fr. Coughlin, Joe McCarthy, George Wallace, Moral Majority, Christian Coalition, Ross Perot…).

Así llegamos al Trumpismo. El analista político del Wall Street Journal Gerald F. Seib propuso acertadamente ya en 2016, durante las primarias de la campaña presidencial en EEUU, distinguir entre Trump y el Trumpismo. Los precedentes inmediatos de este nuevo movimiento populista-patriótico, liberal-conservador, anti-Establishment y anti-Partitocracia (radicalmente distinto de los populismos izquierdistas) han sido las candidaturas presidenciales de Pat Buchanan en 1992 y de Newt Gingrich en 2012, y el movimiento Tea Party con sus estrellas femeninas Sarah Palin y Michele Bachmann (véanse mis ensayos: “A propósito del Tea Party”, Libertad Digital, 2012; “Trumpismo”, La Crítica, 2016; y “Trump y Trumpismo”, Kosmos-Polis, 2016).

Si queremos entender este singular y positivo fenómeno americano olvidemos los análisis que se han hecho en España y en Europa, incluidos los de FAES y de liberales como Fran Carrillo, Pedro Rodríguez o Eduardo Inda. Los análisis a mi juicio imprescindibles se los debemos a Elizabeth Price Foley (2012), Laura Ingraham (2017), Selena Zito & Brad Todd (2018), y Steve Hilton (2018).

Tenemos hoy en España representantes de los diversos populismos: del izquierdista (Podemos), del centrista (Ciudadanos), y ahora también del derechista (Vox). Rechazando el izquierdista por su carácter anti-sistema, solo resultan constitucionalmente aceptables el centrista y el derechista. Rivera y Ciudadanos, siguiendo el modelo de Macron (¿y Valls?) en Francia, representan lo que Alain Minc llamó “populismo mainstream” y yo he preferido calificar “trumpismo blando o lite”, que en nuestro país vecino los “Chalecos Amarillos” se han encargado de poner a prueba. Una vez más la fantasía del “centrismo” ha revelado su inoperante ambivalencia en una situación esquizoide: líderes progres con votantes de derechas.

Finalmente nos queda Vox, que a mi juicio es lo más parecido al fenómeno genuino del Trumpismo. Hace algunos meses acompañé a mi maestro Stanley G. Payne en una cena con algunos destacados dirigentes de Vox (Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, entre otros) y me dieron una grata impresión, de personas liberal-conservadoras, cultas e informadas. Payne es probablemente el mayor especialista mundial vivo sobre el fascismo. Yo, modestamente, lo soy un poco en España (como autor de dos libros y más de una veintena de ensayos y artículos). Ni Payne ni yo vemos en Vox algo remotamente parecido al fascismo o a la “ultra-derecha”.

Su catolicismo, su posición Pro-Life, su liberalismo económico y su enérgica defensa de la integridad y los intereses nacionales frente al separatismo y la inmigración ilegal –y excepto un jacobinismo anti-federalista, a mi juicio exagerado en su legítima crítica del Estado de las Autonomías— se asemejan mucho a la base popular evangélica y católica conservadora, anti-Establishment, que en la América Profunda de los Estados Unidos votó a Trump.

Para idiotas políticos como Harold Bloom o George Soros y las turbas Antifa (y sus imitadores anti-sistema en España, incluido Pablo Iglesias y Podemos con un PSOE también podemizado, ¿y tímidamente Ciudadanos?…) el Tea Party, Trump y el Trumpismo son fascistas. ¿En serio? ¿Nos hemos vuelto locos?

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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