A pesar del tiempo transcurrido desde 1848, año del “Manifiesto Comunista” y desde la publicación de “El Capital” en el año 1867, y aún después del fracaso sociológico del Comunismo y del propio Socialismo, todavía existe un grupo de teóricos que cree que la revolución proletaria está aún por realizarse y que tiene posibilidades de viabilidad, olvidando sorprendentemente cuántos y cuán graves padecimientos sociales ocasionaron al mundo, y muy especialmente a toda la Europa del Este, las nefastas teorías marxistas.
Estas teorías de las que el propio socialismo español, por boca de Felipe González, hubo de renegar, para sobrevivir, llevaron al partido a integrarse consciente y reflexivamente en la economía capitalista, suavizando su nomenclatura bajo el slogan aceptable y aceptado de “economía social de mercado”. Al fin y al cabo el socialismo español siguió inteligentemente, con mayor o menor profundidad, las mismas rutas de los países más desarrollados, como Alemania, Suecia, Francia etc., donde la social-democracia se ha mostrado como una verdadera tercera vía capaz de conducir hacia el éxito sus políticas avanzadas mediante un prudente equilibrio entre el mercado libre y la justicia social, tendente a crear y desarrollar el llamado Estado del Bienestar.
La crisis económica y financiera que padecemos, ha servido de base a los teóricos de la utopía para hacer una intensa campaña propagandística achacando al capitalismo, de forma inexorable, toda la culpabilidad de la estrechez que nos está tocando vivir y culpando a la política liberal de los Estados Unidos de todos los males que parecen haber llevado al mundo al borde del crack financiero, de la bancarrota y de la catástrofe.
Sin embargo y a pesar de todas las invectivas antiamericanas, no podemos dejar de reconocer que nuestra situación no solamente viene provocada por el sistema financiero, ávido de ganancias a costa de lo que sea. Viene también desencadenada, y en gran medida, por un gasto inmoderado, tanto por parte de los poderes públicos, como por la inconsciencia privada.
Tanto el Estado como los particulares hemos vivido como “La ciudad alegre y confiada” que el maestro Benavente denunciara ya el año 1916, cuando gracias a la neutralidad española durante la Gran Guerra, entraba en España a espuertas el dinero del extranjero para refugiarse aquí. Se provocó entonces igual que ahora una fluidez insensata del crédito. Pero cuando el dinero retornó a sus países de origen con la paz, hubo que pagar las deudas y se provocó una crisis parecida a la de hoy, que desembocó en España y en todo el mundo occidental en la catástrofe de 1929.
Es insensato culpar al capitalismo de nuestras desgracias, porque en el fondo de nuestras conciencias y de nuestras aspiraciones, todos queremos ser capitalistas, todos queremos parte sustancial en el reparto de la riqueza, todos queremos vivir espléndidamente y por legítimo que ello sea, no acabamos de comprender que la prosperidad se crea con el ahorro, el trabajo y el sacrificio, no con el gasto excesivo, ni menos aún con el despilfarro.
Y ese “odio al rico” que insensatamente se predica por parte de los ideólogos y políticos que se reclaman de “progresistas” es una verdadera aberración. Los ricos (algunos) son cada vez más ricos porque la dinámica de la empresa y de la inversión, de la investigación, de la mejora y de la modernización de las instalaciones y de la maquinaria, la informatización, etc. etc. producen más beneficios y esos beneficios cuando se invierten en acciones, obligaciones, bonos, fondos y otros activos financieros están pasivamente creando más riqueza y sirven también para dar crédito bancario a quienes se arriesgan a invertir y necesitan liquidez para sus proyectos industriales o mercantiles.
Por eso es absolutamente estúpido arremeter contra un sistema, el Capitalismo, que dígase lo que se quiera, es quien ha creado, pagado y sostenido el “Estado del Bienestar”, aunque mendaces propagandas socialistas nos quieran hacer creer lo contrario y motejen de explotador a quien defienda la libertad de mercado.
Decía Jovellanos, hombre poco sospechoso de ser un “fascista” que corresponde al Estado, crear mediante “leyes sabias y justas” una sociedad a la que lleguen, a través del trabajo, mérito y capacidad de sus ciudadanos, los beneficios que produce la riqueza.
Otro político insigne, Maquiavelo también poco proclive al fascismo, que como en el caso de Jovellanos aún no había sido inventado, aconsejaba a su Príncipe no agobiar a los industriales y comerciantes con impuestos excesivos, porque ello desmotivaba la inversión y la creación de riqueza.
El socialismo, en el siglo XIX y su hijo el Marxismo, vinieron a subvertir las posiciones inteligentes de Jovellanos, de Maquiavelo, de Stuart Mill, de David Ricardo, de Adam Smith y de otros muchos, creyendo descubrir la panacea con su estúpida doctrina de “A todos por igual”, sin comprender que los hombres somos por naturaleza desiguales y que la igualdad solamente puede ser “de salida”, como lo es en el deporte, porque no es posible que todo el mundo llegue a la meta al mismo tiempo.
Pero parece que todavía hay personas, no se si ignorantes o malvadas, que se aferran a ideas utópicas, inviables y periclitadas. Pera estos mesías del comunismo la caída del Muro de Berlín, y la esclavitud a la que estuvo sometida más de media Europa, o la han olvidado o, por el contrario, aún ansían repetirla.
Lo malo es que en este país (antes llamado España), parece que todavía hay gentes que creen que la libertad de mercado, la prosperidad del comercio, la riqueza de la industria, la producción de bienes y la iniciativa privada para que los que arriesgan su dinero prosperen, son motejados de fascistas.
Fernando Álvarez Balbuena