¿Realmente hemos pensado en cuanto nos cambiará la vida el advenimiento de los coches autónomos? Un par de pistas al respecto: los teléfonos móviles e Internet han cambiado el mundo, pero eran algo ‘añadido’, unas costumbres que hemos tenido que adquirir con mejor o peor disposición y fortuna; pero los coches autónomos nos harán cambiar/olvidar algo preexistente, el conducir, que para muchos es un elemento imprescindible de su autoestima (no hay más que ver cómo se ponen si les adelantas o les das los faros para que se aparten), un rasgo en el que volcamos ansiedades y traumas, un elemento importante (para muchos) de su imagen pública…
Y debe ser algo arraigado bien profundo en nuestro ADN, porque cuando íbamos a caballo (es un decir), también desarrollábamos (algunos, a veces) una relación casi mística con nuestras cabalgaduras.
Calígula nombró senador a su caballo (a lo mejor lo hacía para elevar el tono intelectual en el Senado), por ejemplo. En el otro extremo de las anécdotas equinas, en el féretro del Conde Drácula (el de verdad, el personaje histórico) en lugar de la cabeza de aquel sádico por alguna desconocida ¿razón? está la de un caballo.
Lo que es ahora, no hay más que ver la publicidad de los coches para convencerse de que no son sólo un medio de moverse de un lado a otro, porque los argumentos van desde lo más abstracto (‘¿te gusta conducir?’, ‘para los amantes de la aventura’, etc.) o los que directamente aluden a la competición de ver quien la tiene más… lo que sea (‘llevaos el nuestro, que tiene asientos calefactables… el nuestro también los tiene, ji ji’).
Si hacemos caso de la publicidad, los coches resulta que son los que nos hacen felices, nos dan la Libertad, son nuestros más fieles compañeros y, todo ello, es algo muy directamente relacionado con el número de caballos de su motor y con las sensuales curvas de su diseño aerodinámico.
¿Podremos prescindir del placer de conducir esas afrodisiacas máquinas?
Porque de aquí a no muchos años, si queremos conducir un coche tendremos que firmar unos documentos llenos de amenazas sobre lo que nos pasará si, por esa manía de controlar el volante, hacemos cualquier barrabasada.
Lo normal será que le digamos al coche dónde queremos ir, y le dejemos hacer; en esa situación, si hay un accidente no será responsabilidad nuestra y, sobre todo, habrá muchísimas menos posibilidades de tener ese accidente. Por eso último es por lo que las compañías de seguros se pondrán tan pesadas y nos harán firmar esos documentos o, como alternativa, se quedarán más tranquilas (y nos cobrarán una prima anual bastante menor) si prometemos no tocar los mandos del coche.
En ciudades con gobiernos que miran al Futuro, como Singapur sin ir más lejos, ya están desarrollando un modelo de taxi ‘oficial’ para dejar a los taxistas biológicos en paro, para que en menos de diez años sólo ‘trabajen’ los conductores cibernéticos a la hora de asumir la grave responsabilidad de transportar personas de un lado a otro.
Sucederá.
Ya los coches de gama alta se aparcan solos, y muy bien, por cierto. También empieza a ser relativamente normal que el coche pueda seguir él solito su carril de la autopista, mantener las distancias de seguridad (mucho más fácilmente que algunos, yo incluido), adelantar a otro vehículo y volver a la derecha; ya hay varios modelos que lo hacen rutinariamente.
Los (afortunados) propietarios del Tesla Model S descubrieron en una actualización de la programación del coche (acostumbrémonos a ese nuevo concepto) que el coche ya tenía prevista esa funcionalidad de mantener el carril y adelantar, aunque no se lo hubiesen prometido al comprarlo, y ahora la tiene disponible por el mismo precio. Por cierto, también acaban de descubrir recientemente que tiene capacidades anfibias cuando un usuario de Azerbaiyán puso en Internet la película de cómo había superado un túnel inundado: simplemente navegando, acelerando y utilizando el volante como timón; a continuación la compañía confirmó que el coche estaba bien aislado, y podía flotar un buen rato, impulsándose con el girar de las ruedas como los viejos barcos del Mississippi, pero que no recomendaban ‘ese tipo de utilización’.
Esto será progresivamente normal (quizá lo de la capacidad anfibia no tanto), al igual que se ha ido convirtiendo en habitual el aire acondicionado (recuerdo que al principio decían algunos que no lo pondrían porque provocaba catarros, consumía mucho y sólo era útil unos pocos días del año… ¿os acordáis de cuando se decían esas tonterías?), el equipo de sonido (muchos os acordaréis de cuando el radiocasete era extraíble y se veía en los bares y restaurantes a gente que se tomaba una copa cargando con ellos para que no se lo robasen y, cómo no, para presumir de que tenía uno al último grito: ¡extraíble!) los mandos a distancia para abrir el coche, los elevalunas eléctricos… todo eso se ha ido añadiendo a los coches en las últimas décadas, y en las próximas se añadirá la conducción autónoma, así es que será mejor que nos relajemos y la disfrutemos.
Y lo del radiocasete extraíble evolucionará a un equipo multimedia mucho más complejo, porque lo del video hasta ahora era un capricho para que los niños fuesen detrás sin cantar aquello de ‘papá, ¿falta mucho?’, pero ahora es para que los papás vayan viendo una peli (o una serie) camino de la playa o las noticias por las mañanas camino del trabajo.
El asiento del conductor no sólo deberá agarrar bien en las curvas, sino ser muy reclinable para descansar en los trayectos de cualquier longitud. El aire acondicionado hizo que el mediodía del verano fuese una de las mejores horas para viajar; la conducción autónoma hará que las noches sean la mejor hora para los viajes largos. ¿Qué tal hacerse Astorga-París de noche y durmiendo? ¿Y recorrerse Europa como si fuese un Crucero, moviéndonos de noche y viendo una ciudad cada día?
Ahora puede ser un problema que el GPS nos meta por caminos que no estaban entre nuestras previsiones, y más de una vez hemos tenido que llevarle la contraria al aparatito (en mi caso, muy a menudo: soy muy maniático para algunas cosas), pero cuando desatendamos la conducción podemos (con perdón) terminar despertándonos en la ciudad que no es o, incluso, el país que no esperábamos si no somos precisos en las indicaciones de dónde queremos ir.
Pero para los que vamos sumando ya más años de la cuenta puede, además, ser la opción que nos permita seguir yendo en coche de un lado a otro pese a que nuestra vista, nuestra musculatura o nuestros reflejos ya no estén a la altura de las circunstancias.
Luego vendrá lo de decidir si dejamos que el coche pueda llevar él sólo a los niños al colegio, y a alguno le pillarán habiendo puesto una muñeca hinchable en el puesto de conductor para que no parezca que los niños van solos. Y la prensa se lo pasará en grande con discusiones bizantinas sobre las connotaciones morales de las decisiones de una máquina: si el coche tiene que decidir entre estrellar a su dueño contra un árbol o atropellar a alguien… ¿nos pondremos de acuerdo sobre cuál es la decisión que tiene que estar programada en los coches? ¿Será delito cambiar la programación de nuestro coche para que no nos estrelle, aunque sea a costa de atropellar a una fila de escolares? Un nuevo y fértil campo de acción se está preparando para los piratas informáticos.
¿Será delito ir durmiendo en el atasco hacia el trabajo? De eso ya hay alguna multa a un tipo avanzado a su tiempo, con un Mercedes creo recordar.
¿Se atreverán Las Cortes a legislar acerca de si se puede o no tener vida sexual mientras se va en el asiento del conductor?
Lo del asesinato a base de cortarle el latiguillo del freno al héroe de la película se convertirá en una escena mucho más ‘tecno’, con un friki conectando su portátil al coche de ‘los buenos’ para cambiar la programación (o ‘meterles un virus’, que suena más guay) y hacer que les estrelle a gran velocidad al pasar por los acantilados.
¿Se podrá hacer algo al respecto de los coches bomba?
Y, lo más difícil de responder: ¿seremos capaces de hacernos viajes y viajes sin tocar los mandos?
Félix Ballesteros Rivas
02/07/2016
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