Nos referimos a un amplio espectro político que, bajo la rúbrica de derechas, existe en nuestro país y que, con más diferencias de matiz que de fondo, propone su pensamiento político, poco diferenciado, casi en el exclusivo campo de todo lo que no es la izquierda socialista, comunista o revolucionaria. Sin embargo, en su proyecto político y social, existe un notable componente de instituciones progresistas, asumido de las ideologías de la izquierda socialdemócrata europea moderna, porque los grupos derechistas las han considerado razonables, lógicas y beneficiosas para la sociedad.
Y esto ocurre desde hace ya mucho tiempo, concretamente desde los finales de la II Guerra Mundial. Tal es el caso, por ejemplo, de la Seguridad Social para todos, de la Ley de Contrato de Trabajo, de las leyes reguladoras, de la libertad sindical, del nuevo derecho de familia y de otras muchas disposiciones que conforman el llamado Estado del Bienestar, cuya autoría reivindica para sí en exclusiva la izquierda, desconociendo sorprendentemente que gran numero de las disposiciones progresistas a que nos referimos, son herencia directa del franquismo.
Es precisamente esta falta de asunción del pasado franquista, con todas sus sombras y sus luces, lo que tipifica y condiciona a un numeroso grupo de gentes que se reclaman de derechas y que han preferido correr un tupido velo sobre su pasado porque ahora resulta que, de acuerdo con las nuevas corrientes ideológicas que nos transmiten a diario los medios de comunicación, Franco y sus secuaces eran simplemente una pandilla de fascistas asesinos.
Este estereotipo está tan lejos de la realidad que nadie, medianamente cultivado y con mínimos conocimientos teóricos de política, puede considerar la época de Franco como una dictadura fascista, sobre todo porque fascismo, en estricto sentido, es una ideología atea, nacida de las Reflexiones sobre la Violencia de G. Sorel y sus discípulos de la izquierda sindicalista y revolucionaria francesa (sí, francesa), en tanto que Franco, carente de toda ideología que no fuera lo puramente militar, instauró la religión católica como uno de los pilares del Nuevo Estado, y esto está a años luz del fascismo, aunque también se quiera identificar a éste con la Falange Joseantoniana, con la que, pese a ciertas similitudes formales, tiene profundas diferencias teóricas que no es del caso estudiar aquí y ahora.
La ideología falangista, instrumentada por el régimen de Franco, duró más bien poco y se vino abajo al asumir Franco la Jefatura Nacional de la Falange, (igual que asumió la del Requeté) precisamente para evitar que una u otro interfirieran en su idea de cómo gobernar España desde su única y omnímoda voluntad militar. Por otra parte, la llamada Época Azul desapareció con el fin de la II Guerra Mundial y, aún ya antes, los falangistas de pro, incluido el propio cuñado del dictador, fueron defenestrados en beneficio de gentes de una derecha más acorde con los principios de la CEDA y del monarquismo, aunque Franco los manejó a todos en su propio provecho y frustró las esperanzas, tanto monárquicas como democráticas de quienes esperaban un cambio del régimen hacia posiciones más acordes con Europa y que podríamos etiquetar bajo la rúbrica de normalidad política.
Precisamente este concepto de normalidad, era esgrimido por los que ansiaban la reforma política, no solamente desde la izquierda moderada, sino incluso desde la misma moderación derechista. Conscientes de que el régimen iba agotando rápidamente sus posibilidades de reproducirse, a partir aproximadamente del año 1968, se decía por estos grupos algo así como: Hacer normal en las leyes lo que ya es normal en la calle.
La confusión interesadamente difundida por la izquierda, es que las derechas colaboraron con Franco, aunque su ideario distara bastante del sistema dictatorial del caudillo, y ello es perfectamente lógico, si tenemos en cuenta la persecución implacable que sufrieron bajo la II República. Consecuentemente, bajo la dictadura franquista obedecieron y callaron porque el momento no era propicio para presentar reivindicaciones, máxime si tenemos en cuenta que el poder no era accesible para nadie que no aceptara los llamado Principios del Movimiento Nacional, que por otra parte constituían un abigarrado conjunto de declaraciones poco normativas y sumamente difíciles de traducir en un sistema como los que estaban vigentes en la Europa de su tiempo.
Así pues, se ha creado un slogan perverso acusando a la derecha de colaboración con el fascismo e identificándola con las ideologías de Hitler y de Mussolini. Y esto ha producido en los partidos de derechas un enorme complejo de inferioridad y una absoluta falta de valentía al no asumir su pasado histórico en la exacta dimensión que tiene y no atreviéndose a clarificar su legítima postura derechista (tan legítima como la izquierdista) por miedo a que continúe pesando sobre ellos el remoquete de franquistas en injusta identificación con el fascismo.
Ha sido, y sigue siendo, una estrategia dialéctica de las izquierdas españolas, el reclamarse hasta la náusea de demócratas, como si la democracia fuera algo exclusivo del izquierdismo, y por ese camino hemos llegado a la aberración de oír decir a Carrillo todos los días, que él, la Pasionaria, José Díaz, Líster y demás miembros del Partido Comunista defendieron antes, durante y después de la guerra civil la libertad y la democracia. La falsedad de esta afirmación no es necesario demostrarla ¿para qué, si todo el mundo sensato sabe que esto es una atrocidad y una desmesura?
A estos defensores de la exclusividad democrática y legitimista de la izquierda, bastaría pasarles por su duro rostro el hecho de que allí donde han conseguido gobernar, como por ejemplo Rusia, Polonia, Checoslovaquia, Hungría etc. etc. y más modernamente Cuba, la libertad y la democracia han sido vilipendiadas, escarnecidas, burladas y, finalmente, destruidas.
Basta ya, pues, de complejos en las derechas españolas (P. P. incluido). Asuman su pasado franquista como lo que históricamente fue: la única salida al caos a que había llegado España y recuerden a sus oponentes de la izquierda que allí donde quiera que las derechas han gobernado, en democrática alternancia con las izquierdas, (Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, etc.) la libertad, la democracia y la justicia han alcanzado cotas de inmensa estabilidad política y, en consecuencia el progreso y el bienestar de Europa se debe precisamente a la coincidencia de los distintos partidos, de todas las tendencias, en los intereses comunes a que nos referíamos al principio de éste artículo, así como a la limpieza del juego democrático que no es patrimonio de ningún partido, sino que pertenece por igual a unos y a otros, sobre todo cuando la política se ejerce con buena voluntad, cosa de la que en España nos encontramos profundamente ayunos.
Fernando Álvarez Balbuena