El drama político o escándalo de los documentos clasificados en EE. UU. es solo la punta del iceberg de la montaña de corrupción política que amenaza con destruir la democracia liberal y constitucional más vieja y consolidada del mundo cara a las elecciones presidenciales en 2024. (...)
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De momento el escándalo ya ha implicado a tres posibles candidatos: el presidente Joe Biden (“incumbent”, es decir, en el cargo, pero pendiente de anunciar oficialmente su candidatura para la reelección), el ex presidente Donald Trump (cuya candidatura ya ha sido anunciada), y el ex vicepresidente Mike Pence (pendiente también de anunciarla).
Los documentos clasificados solo pueden ser desclasificados por un presidente, aunque hay una laguna normativa respecto al procedimiento. Los documentos hallados a Biden en cinco o seis lugares distintos (domicilios, oficinas, fundación universitaria, garaje…) al parecer, según informes del FBI, pertenecen a su época de senador y de vicepresidente con Obama, por tanto no tendría autoridad para desclasificarlos cuando los sacó, ilegalmente, del Senado o de los Archivos Nacionales. Lo mismo puede decirse de Pence.
El caso de Trump, por mucho que lo oculten los medios “progres”, es distinto, porque era presidente y con autoridad para desclasificarlos cuando los trasladó a su residencia en Florida. Además los documentos han estado todo el tiempo rigurosamente vigilados por agentes del Servicio Secreto, al contrario de los documentos en manos de Biden y de Pence.
Hace una semana Trump comenzó su gira de campaña como candidato presidencial para 2024 en New Hampshire y en South Carolina, en sendos mítines con gran éxito de público aunque celebrados en espacios interiores, y a pesar del silencio informativo de la mayoría de medios (incluida la cadena Fox News).
Precisamente el Establishment GOP en New Hampshire y South Carolina, tratando de explotar el “docudrama” ha insinuado dos posibles competidores contra Trump en las primarias: el gobernador Chris Sununu y la ex gobernadora Nikki Haley, respectivamente. Asimismo un tercero, el pesado y mojigato Ron De Santis, gobernador de Florida, viene insinuando su candidatura hace tiempo, con el aplauso de los RINOs y los “NeverTrump” (y satisfacción de muchos Demócratas ante la división o rivalidad en el campo republicano).
Trump ha tenido ya que reaccionar ante la insistencia de De Santis (“RINO globalista”), recordando los errores del gobernador al inicio de la pandemia, rectificados gracias al ejemplo del presidente Trump, y la reciente deslealtad del mismo De Santis, ya que en las pasadas elecciones “Midterm” pidió y obtuvo el apoyo de Trump, gracias al cual ganó la reelección de gobernador de Florida con una holgada mayoría.
El sistema estadounidense de elecciones primarias, que es una importante garantía contra la partitocracia, permite una competencia y “postureo” entre diversos candidatos presidenciales, que en el campo republicano, aparte de Trump, puede contar –son rumores– con los mencionados Ron De Santis, Nikki Haley, Chris Sununu, Mike Pence, y otros como Mike Pompeo, Larry Hogan, Kristi Noem, Ted Cruz, Tim Scott, Chris Christie, etc. (en 2016 Trump tuvo que competir con una decena, dada la afición americana al espectáculo y la diversidad).
Es todavía prematuro asegurar las posibilidades de Trump que no obstante aparece como líder en la mayoría de las encuestas, y además goza de una envidiable salud. Más problemático es el caso de Biden, enfangado con su familia (su hijo Hunter y sus hermanos James y Frank) en multitud de escándalos de corrupción, aparte del notable deterioro senil de su salud.
Una mayoría en el Senado, con la ayuda de los RINOs republicanos, protege a Biden ante un posible “impeachment”, pero el control de la Cámara de Representantes (la “House”) por los republicanos y con el nuevo “Speaker” Kevin McCarthy ha comenzado a notarse en el gradual proceso de bloqueo y derribo del que había sido, hasta las pasadas elecciones “Midterm”, el sistema izquierdista Obama-Biden y su continuación, tras el paréntesis Trump, el sistema Biden-Harris. De hecho se especula que el poderoso “Estado Profundo” puede estar manejado por Obama y los obamitas.
No es extraño por tanto que entre los posibles candidatos del partido Demócrata en las primarias se mencione a Michelle Obama (y se descarte a Kamala Harris), bien como “presidenciable” si Biden resultara inviable por la magnitud de los escándalos o incapaz por su deterioro físico y mental, o también como nueva candidata a la vicepresidencia en un tándem Biden-Obama.
Volviendo al drama o tragicomedia de los documentos clasificados de Biden, el asunto inevitablemente nos lleva a la conclusión de que seguramente contienen evidencia de la “collusion” real con China. El incidente del globo-espía sobre territorio estadounidense (sobrevolando más de una decena de instalaciones militares) ha permitido al ex director nacional de inteligencia John Ratcliffe y al senador Rand Paul recordarnos el peligro real y presente de China para la seguridad nacional estadounidense durante la administración Demócrata, aparentemente comprometida, de Biden: desde el abandono de Afganistán (y la importante base estratégica, con armamento y tecnología de punta, en Bagram, próxima a instalaciones militares del país comunista), el desastre en la frontera “abierta” del sur con Méjico (favoreciendo el narcotráfico –y consiguiente horrible matanza– del fentanyl chino), y la falta de voluntad por el gobierno Demócrata en la investigación de responsabilidades ante la tragedia mundial del coronavirus de Wuhan (con más de un millón cien mil muertes solo en los EEUU).
En su reciente discurso sobre el “Estado de la Unión” el peor presidente estadounidense de la historia en nuestra memoria ha sido incapaz de abordar y dar una explicación mínimamente plausible a estos problemas. Es imposible no simpatizar con la reacción visceral de la representante republicana Marjorie Taylor Greene: “Liar!”.
Manuel Pastor Martínez