... El resultado, hoy, es una sociedad dividida para siempre, mayoritariamente de espaldas a España, con nuevas generaciones que avanzan en ese desprecio y rechazo y, para cerrar el broche, con los herederos de ETA –cuando no con la ETA misma– en el gobierno de sus instituciones.
Este proceso solamente fue posible por el apoyo de las instituciones políticas, culturales y religiosas del País Vasco, o por su silencio, al y frente al terrorismo, convirtiendo a los terroristas en gudaris, que aún hoy son públicamente homenajeados cuando después de cumplir –algunos– su pena carcelaria, siempre escasa por sus crímenes, vuelven a su tierra prometida. Y usurpada.
Hoy, los españoles vemos con estupor cómo el Gobierno de la Nación, por boca de su Vicepresidente, da la bienvenida y parabienes a los herederos de ETA a la dirección del Estado Español.
Hoy, los españoles, como los vascos en su reciente pasado, pasan por esta evolución maquiavélica no ya sin sorpresa sino incluso con complacencia, aceptando la “normalidad institucional” –en palabras de algún distinguido líder de opinión– que significa la presencia de fuerzas disgregadoras de España en su Gobierno.
Ya saben, la fábula de la olla y el sapo –por conocida no menos de actualidad–, que al subir el fuego lentamente evita que este salte fuera, cociéndose sin rechistar.
Cabe la esperanza de que, en esta olla que es hoy España, más de cuatro sapos que los españoles somos seamos capaces de saltar incluso de estas aguas tibias para intentar poner fin a este descalabro, aún a tiempo.
Pero lo tenemos difícil, muy difícil. Mientras esta necesidad sea identificada, sin remedio aparente, con los postulados ultraderechistas de manual y no con la voluntad mayoritaria de los españoles, la cosa pinta muy mal.