Agosto de 1526, en algún lugar del Pacífico. El joven Andrés de Urdaneta, de 18 años, levantó la pluma del papel permitiéndose el primer descanso en horas. Le fue difícil relajarse. La sed y hambre le consumían por el poco pan cocido y frutos secos que quedaban en la bodega. Para saciar su apetito la tripulación completó el menú con gusanos, cuero de los palos y hasta serrín de la madera. Los más afortunados pudieron comer alguna rata capturada y vendida a un precio desorbitado. Lo peor sin embargo fue la sed, y beber su propio orín no consiguió apaciguarla. (…)