La cultura made in USA amenaza con hacer de España una hoguera de las vanidades, en donde se compra y se vende todo lo que se les ocurre a los progres postmodernos que han hecho de su relativismo un fundamentalismo sin más ambición que la orgía perpetua. Un caso paradigmático de este relativismo fundamentalista es la sustitución de nuestro gran Don Juan Tenorio, tan lleno de vida, de amor y de muerte, por espantajos y brujas rodeados de calabazas y calaveras que ya no asustan ni a los niños, víctimas inocentes de los caprichos de educadores sin más valores que la última ocurrencia que se vende en la televisión o triunfa en las redes sociales.
Durante mucho tiempo, en la noche de ánimas la que va del día de Todos los Santos al de los Fieles Difuntos se representaba en muchas ciudades, pueblos y aldeas el drama romántico más popular, Don Juan Tenorio, a quien el gran inventor del mito español por excelencia, Tirso de Molino, bautizó como el Burlador de Sevilla.
Que el drama de Zorilla se exhibiese la noche de ánimas tenía una justificación retórica y literaria obvia, porque Don Juan en el cementerio sevillano se burla de los muertos y de la muerte, de las calaveras y de los convidados de piedra. Mientras Tirso condena al infierno al Burlador por su arrogancia blasfema y provocación, Zorrilla lo salva de la condena eterna. A pesar de ser un aborto del abismo, un mozo sangriento y cruel, para quien nada hay sagrado: ni vida, ni muerte, ni honor, ni temor de Dios, ni mujer que merezca respeto, hasta que gracias a Doña Inés, una joven que desea ser monja y el impío secuestra, con la ayuda de una astuta celestina en el mismo convento, se convierte en su ángel de amor, quien con su inocencia hace reconocer a Don Juan vencido y convencido: “mas es justo y notorio / que pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia / es el Dios de la clemencia / el Dios de Don Juan Tenorio”. Zorrilla ha planteado en su despreciado e infravalorado Tenorio, a quien algunos han considerado un pelele erótico, las grandes verdades que siempre han preocupado al hombre y muy especialmente al hombre de hoy aunque pretenda ignorarlas y despreciarlas: las famosas postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria.
El Papa Francisco ha vuelto a recordarlas con la defensa de los restos mortales de los difuntos condenando los sucedáneos laicistas del panteísmo, naturalismo o nihilismo que abogan por la dispersión de las cenizas de los seres queridos en el aire, en la tierra o en el agua, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyerías o en otros artículos ”Porque los muertos -afirma el Papa Francisco- no son propiedad de los familiares, sino hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un campo santo su resurrección”.
Fidel García Martínez
Catedrático de Lengua y Literatura, Doctor en Filología Románica