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Las izquierdas españolas, en las nubes

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

28 Octubre 2016

Por Manuel Pastor Martínez
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Dudo que sean capaces de asaltar los cielos, pero lo que sí es cierto es que están en las nubes.

Las izquierdas más pragmáticas o realistas en el pasado prometieron el Cielo en la Tierra (Heaven on Earth tituló Joshua Muravchik una excelente historia crítica del socialismo, publicada por la americana editorial Encounter en 2002), que al menos libraba a los ilusos partidarios de tal utopía de tener que volar.

El padre de la teoría crítica sobre los partidos políticos, Moisés Ostrogorski, tras asistir como observador a una convención del partido Demócrata americano a finales del siglo XIX, hizo un célebre comentario: “Parece que Dios protege a los niños, a los borrachos, y a los políticos de los Estados Unidos de América”.

Tras el espectáculo continuado de infantilismo y borrachera ideológica que en los últimos años nos vienen ofreciendo las izquierdas españolas (un sector radical del PSOE, Podemos, Izquierda Unida, izquierdas separatistas, mareas, vómitos y otras basuras políticas), parece que los españoles también nos hemos ganado la piedad de la Providencia.

Ahora bien, quiero dejar muy clara mi opinión de que en una democracia fallida como la española, muy lejos todavía de estar consolidada como sostienen nuestra clase política y sus palmeros mediáticos e intelectuales, tenemos los representantes que elegimos y nos merecemos. Por tanto no rechazo la idea de que hay un volumen notable de votantes que hay que calificar de basura, sin remilgos, que son una rémora o algo peor para la democracia. Particularmente los que reiteradamente, tras casi cuarenta años de experimentación o práctica en una democracia liberal necesitada de consolidación, siguen teniendo un carácter anti-sistema.

Ningún sistema constitucional debería legitimar las fuerzas políticas que tratan de conseguir su destrucción. Pondré dos ejemplos clásicos.

Rusia en 1917, tras la caída del zarismo, eligió democráticamente una Asamblea Constituyente, proceso en que participaron aproximadamente 44,4 millones de electores. Los bolcheviques obtuvieron aproximadamente 9 millones (un 24 %), frente a los social-revolucionarios y populistas de distintas formaciones con más de 21 millones de votos (casi un 52 %). A principios de 1918, tras la primera reunión de la Asamblea electa, los bolcheviques decidieron prescindir de ella y fue clausurada manu militari (Richard Pipes, The Russian Revolution, New York, 1990, pp. 540-542).

En Julio de 1932 los nazis en Alemania obtuvieron 13. 732.779 votos (un 37,3%) –su voto más alto durante la historia de la República de Weimar- en las elecciones para el parlamento (Reichstag). En las siguientes elecciones, en Noviembre del mismo año, perderían más de 2 millones de votos, y pese a ello Hitler sería nombrado Canciller en Enero de 1933, procediendo inmediatamente a la destrucción de la democracia alemana (John Tolan, Hitler, vol. I, New York, 1976, pp. 281 y 288).

La cuestión es: ¿no hubiera sido mejor ilegalizar a los bolcheviques y a los nazis antes de que ejecutaran sus planes respectivos? ¿no parece lógico que deberíamos calificar los 9 millones de votos pro-comunistas y los más de 13 millones de votos pro-nazis, respectivamente, votos anti-sistema, votos basura? Sin duda, Rusia, Alemania y el mundo hubieran sido mejor sin ellos. Fue Trotsky quien arrogantemente dictaminó en las primeras horas de la Revolución de Octubre que todos los partidos –excepto los comunistas- terminarían en el basurero de la Historia. Irónicamente pienso que, en efecto, muchos hoy –incluidos los comunistas y sus marcas blancas populistas- merecen el mismo destino.

El argumento de que hay 5 o 6 millones de votantes en la democracia española que apoyan a las fuerzas anti-sistema, no debería justificar la tibieza de un Estado a la hora de aplicar rigurosamente la Ley –la legalidad y la legitimidad- planteando abiertamente y sin complejos la conveniencia de ilegalizar a los enemigos del sistema.

La historia contemporánea de España nos ofrece múltiples (y multiplicables) casos de ideologías, actores y procesos que han sido muy negativos para la larga marcha hacia la democracia liberal y constitucional, pese a dos experimentos republicanos, efímeros, trágicamente degenerados en guerras civiles, y un último de monarquía democrática que, desgraciadamente, ha estado jalonado de “agujeros negros” que han impedido su consolidación definitiva.

Los historiadores y politólogos del futuro, estoy seguro, nos explicarán con pruebas empíricas abrumadoras las graves responsabilidades que en tales fracasos han tenido las izquierdas españolas. Y ya no valdrán las excusas habituales de la historiografía y ciencia política progresistas con los consabidos reproches a “las derechas”, “el fascismo” o “el franquismo”.

Mis amigos Catalina Seco Martínez y Juan Manuel Martínez Valdueza, responsables de la astorgana editorial CSED, han tomado la inteligente decisión de publicar la muy necesaria y oportuna obra sobre la historia del PSOE de Enrique D. Martínez Campos (que ya va por su tercer volumen y están pendientes dos más).

No pretendo hacer una recensión aquí, sino destacar la importancia del tema, tratado con objetividad crítica, sin caer en la mitología y la hagiografía como casi toda la literatura existente hasta ahora, tanto por los autores declaradamente izquierdistas como los pretendidamente académicos. Es impresionante la información, minuciosidad y sistematicidad de un texto que ya acumula 1.806 páginas. Los títulos de los tres primeros volúmenes son muy elocuentes: El PSOE ¿un problema para España? (1870-1936) (2013); El PSOE, de problema a pesadilla (1936-1939) (2013); El PSOE, cuarenta años de vacaciones. Primera parte (1939-958) (2016).

El lector paciente se beneficiará de las claves fundamentales para comprender por qué las izquierdas españolas (no solo los socialistas, sino también los comunistas y los anarquistas, con sus –una vez más- múltiples y multiplicables corrientes y sectas) andan por las nubes, tras casi un siglo y medio de existencia.

Es llamativo que mientras la extrema derecha electoralmente no existe, y por tanto el espacio del centro-derecha se ha consolidado con el PP, su simétrico de centro-izquierda que debería ocuparlo el PSOE para un equilibrio y una normal estabilidad democráticos, se encuentra fragmentado y debilitado. Parte lo ocupa el nuevo partido Ciudadanos y parte un segmento del PSOE. Pero otro segmento del mismo PSOE que tememos numeroso se ha radicalizado en la línea de una extrema izquierda anti-sistema, como Podemos, Izquierda Unida y demás secesionistas en las regiones periféricas.

Pero las izquierdas españolas convencionales, para nuestra desgracia, no son las únicas que están en las nubes. El pasado 25 de Octubre en un debate de televisión, Esperanza Aguirre hacía dos afirmaciones sorprendentes: la primera, que el PP, excepto la corriente liberal que ella representa, se ha convertido en un partido socialdemócrata; la segunda, que ante el dilema de los candidatos presidenciales este año en los Estados Unidos, ella votaría por Hillary Clinton. Es decir, como muchos “liberales” españoles que así lo han expresado (Fernández Lasquetty, algunos analistas de Libertad Digital, etc.), prefieren que gane un partido y una candidata no solo enfangados en la corrupción máxima sino radicalmente socialdemócratas. Para el colmo, la señora Aguirre hacía estas afirmaciones en una cadena de la Conferencia Episcopal española, donde no se ha escuchado ninguna crítica a la candidata demócrata americana por ser partidaria radical del aborto, y sin embargo todos los días en el mismo programa de debates se ha descalificado al candidato republicano que, pese a sus defectos, es firmemente Pro-Life.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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