Este santo leonés está considerado como el mejor teólogo español del siglo Xll y el autor del primer comentario bíblico tras el Beato de Liébana. Se le conoce también por Santo Martino, puesto que los leoneses han conservado todas las letras del latín Sanctus Martinus. Una excelente investigación sobre este santo es la de quien fuera abad emérito de la Real Colegiata de San Isidoro, Antonio Viñayo, que en su obra Santo Martino de León (Isidoriana Editora, León, 1984) lo califica de "santo, teólogo y exégeta”.
En una obra recomendable, El santoral leonés, su autor, Julio de Prado Reyero, escribe: "Nació Martín o Martino de León hacia el año 1120. Su principal biógrafo y coetáneo, Don Lucas de Tuy, sin revelar el verdadero lugar de su nacimiento, se limita a decir que es nacido en nobles nacimientos e hijo de padres muy católicos llamados Juan y Eugenia, que eran de tierra y jurisdicción de León.”
Los padres del futuro Santo Martino acordaron que a la muerte de uno de ellos el otro entraría en religión. Fallecida la madre, el el progenitor ingresó en el Monasterio de San Marcelo de León y se llevó con él a su hijo, donde le enseñaron a leer y educaron, hasta que fue ordenado subdiácono.
A la muerte de su padre, Martino vendió todas sus pertenencias, las dio a los pobres, e inició un larguísimo peregrinaje a pie a Oviedo, Santiago de Compostela, Roma y finalmente Tierra Santa adonde llegó acompañado del judío Benjamín de Tudela. Estuvo dos años en Palestina ejercitando la caridad en el Santo Hospital de Jerusalén y realizando estudios.
A su regreso se detuvo en Constantinopla donde adquirió una rica casulla de seda (que estuvo a punto de ocasionar su desgracia), con idea de donarla al convento de San Marcelo a su regreso; pero en Francia, donde tuvo ocasión de estudiar en las famosas escuelas de Chartres, Reims y París, al pasar por Touluse, para visitar la tumba de san Saturnino, en Béziers, fue acusado de haber robado la tal casulla y encerrado en la cárcel. No obstante, consiguió, a pesar del ambiente enrarecido y lleno de suspicacias por la herejía albigense, aclarar el asunto y salir de prisión.
Vuelto a León, fue ordenado sacerdote, lo que siempre había rechazado por considerarse indigno, y le admitieron como canónigo regular en San Marcelo, donde llevó una vida austera y ejemplar. Al ser relevados los canónigos, se traslada a la Colegiata de San Isidoro, donde le reciben con gran alegría. Aquí escribe sus famosas Concordia; fue visitado habitualmente por obispos y nobles que buscaban su consejo; y confesó, con frecuencia, al rey Alfonso IX y su mujer, la reina Berenguela. Supo el momento exacto de su muerte y así ocurrió el 12 de Enero de 1203.
Realmente pudo añadir, Antonio Viñayo, a sus calificaciones de Santo Martino de “santo, teólogo y exégeta”, la de constructor, puesto que también dejó dos monumentos arquitectónicos, cuya edificación dirigió él mismo, en San Isidoro de León: el oratorio dedicado a la Santa Cruz (por eso, también, se le conoce como Santo Martino de la Santa Cruz) y la capilla de la Santísima Trinidad.
Fue tal su fama de santidad que, por aclamación popular, tal como se hacía entonces, se le veneró entre los santos de culto inmemorial. En 1959 se aprobó su culto, por la Santa Sede, en la Real Colegiata de San Isidoro y en 1962, el culto, de memoria obligatoria, en toda la diócesis de León. Se trata, pues de un santo universal, como todos los santos, pero también, ciento por ciento, un santo leonés.
Pilar Riestra