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TRUMPISMO

(Foto: Nigel Parry para cnn.com)
(Foto: Nigel Parry para cnn.com)
Por Manuel Pastor Martínez
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Parece inevitable que Donald Trump sea finalmente “nominado” candidato en la Convención Nacional Republicana de Cleveland (Ohio) que se inaugura el 18 de Julio, y asimismo existe la posibilidad de que gane la Presidencia de los Estados Unidos en las elecciones del próximo 8 de Noviembre, aunque de momento las encuestas no le son favorables frente a la presunta candidata demócrata –si los jueces no lo impiden- Hillary Clinton. Pero si las circunstancias cambiaran a favor del mogul neoyorquino, lo que es perfectamente plausible, en tal caso el mundo occidental tendría que asumir un nuevo tipo de liderazgo mundial, que provisionalmente vamos a llamar Trumpismo.

El nuevo “ismo” ya fue empleado por David Luhnow en el título de un artículo publicado hace meses (“Latin America Worries About Trumpismo”, The Wall Street Journal, New York, March 19-20, 2016), donde el autor insinuaba que el “populismo autocrático” de Trump (escribiendo el “ismo” en español: “Trumpismo”) era un posible eco del histórico fenómeno latinoamericano de un Perón o un Chávez: “Donald Trump es algo nuevo en la escena política americana. Pero para muchos en América Latina es –al menos estilísticamente- una figura más familiar: el caudillo, o populista autoritario”, que explota la osificación del Establishment político. El autor llega a esta conclusión tras entrevistarse con politólogos como los mexicanos Jorge Castañeda (quien piensa que “su estilo es algo familiar y preocupante para nosotros”), Enrique Krauze (quien enfatiza la relación directa del líder con el pueblo”) y Sergio Negrete (quien subraya que sus seguidores son más bien miembros de un culto que de un partido político), el venezolano Moisés Naim (observando que “el problema es lo que ocurre cuando los partidos colapsan: surgen los caudillos”), o el cubano Carlos Alberto Montaner (destacando que“el lenguaje corporal de estos tipos es muy similar, algo al borde de la violencia…” es decir, una fascinación popular por su “personalidad de macho-alpha”).

Todas estas opiniones y comparaciones son interesantes, pero ignoran la diferente cultura política de los Estados Unidos y la de los países latinoamericanos, donde las democracias liberales y constitucionales están muy lejos de consolidarse. Personalmente he tratado de analizar ese diferente populismo democrático que se ha venido desarrollando en el sistema político norteamericano desde principios del siglo XX en una decena aproximadamente de artículos (M. Pastor: “Orígenes del populismo democrático moderno”, Kosmos-Polis, 2015; “Sarah Palin”, Semanario Atlántico y Libertad Digital, 2010; “Michele Bachmann y el Tea Party”, Libertad Digital, 2010; “A propósito del movimiento Tea Party”, Libertad Digital, 2012; “Microanálisis del populismo político”, Kosmos-Polis, 2014; “El momento populista”, Kosmos-Polis, 2014; “Democracia versus Partitocracia”, Floridablanca, 2015; etc.).

El planeta multipolar caótico que siguió, con el colapso de la Unión Soviética, al breve “momento unipolar” (según Charles Krauthammer) tras el fin de la Guerra Fría, parece que se orienta de nuevo hacia un escenario bipolar que eventualmente puede quizás poner un cierto orden en nuestro desordenado mundo. La vieja confrontación Comunismo versus Capitalismo ha dado paso al enfrentamiento de dos formas antagónicas de Populismo: Trumpismo versus Putinismo.

Vladimir Putin procede del Comunismo soviético, es decir, el bolchevismo, cuyas raíces históricas se hunden en el heterogéneo magma del Populismo ruso y particularmente en la expresión más violenta del mismo, la Narodnaia Volia (la Voluntad del Pueblo). Tras la caída del Comunismo, la Rusia de Putin ha conseguido restaurar una autocracia cuya ideología sincrética incluye elementos de un nacionalismo populista en la tradición cultural eslavófila y cesaropapista ortodoxa. Es decir, la vieja Unión del Pueblo Ruso de las Centurias Negras actualizada y modernizada con estructuras de una nueva Cheka, mezclada con corrientes poscomunistas como las derivadas de Pamiat y de las oligarquías estatistas rusas. El prestigioso historiador Walter Laqueur ha comparado al régimen liderado por el ex coronel del KGB con un “fascismo clerical” similar al de Francisco Franco en España desde la Guerra Civil (Putinism: Russia and Its Future in the West, St. Martin´s Press, New York, 2015, página 3).

La comparación puede resulta menos excesiva si tenemos en cuenta y relativizamos las diferencias obvias de un “choque de civilizaciones” en las que se fundamentan sendos regímenes: la católica de Franco y la ortodoxa de Putin. En todo caso, el Putinismo no sería otra cosa que la última “pseudomorfosis” –utilizando el término de Oswald Spengler- de la historia de Rusia (véase la recensión del libro de W. Laqueur por mi maestro el historiador Stanley G. Payne, en Kosmos-Polis, 2015), expresada en términos populistas y autocráticos, del nacionalismo y tradicionalismo rusos.

La génesis del Trumpismo está en otro tipo de populismo, más característico de la tradición democrática americana, y específicamente del siglo XX y XXI, diferente del que se desarrolló desde la Independencia y a lo largo del siglo XIX, culminando en el Partido del Pueblo (People´s Party) de William Jennings Bryan, que a punto estuvo en las elecciones de 1896 de alterar el monopolio bipartidista Republicano/Demócrata en un sentido ideológico más izquierdista. Trump, por el contrario, estaría más bien en la tradición de un populismo liberal-conservador, de derechas, que va desde el “New Nationalism” y el Partido Progresista de Theodor Roosevelt (1910-1914) hasta el actual movimiento Tea Party (desde 2009 hasta hoy mismo).

De hecho, una cierta inflexión hacia el populismo conservador del partido Republicano había comenzado en la misma campaña presidencial de 1896, cuando William McKinley presentó su candidatura con el eslogan “The People Against the Bosses” (Karl Rove, The Triumph of William McKinley, Simon & Schuster, New York, 2015, pp. 135, 176, 370). Teddy Roosevelt tomaría e intensificaría la idea de la lucha contra el Establishment y la Partitocracia, que en tiempos recientes, bajo la administración estatista y socialdemócrata de Obama ha representado el Tea Party.

A la espera de las últimas primarias importantes en California y en New Jersey (5 y 7 de Junio), Trump ya ha acumulado 1.161 delegados de los 1.237 necesarios, sin competidores, para conseguir la “nominación” en la primera votación. No he ocultado que mi candidato favorito era el senador Ted Cruz, pero asimismo reconocí en una entrevista para el diario madrileño La Razón el pasado Marzo que existía una posibilidad de que Trump ganara las primarias y que a partir de la Convención buscara una posición e imagen más centristas y moderadas, cara al electorado general de Noviembre, siguiendo la “estrategia Nixon”, según definiera William F. Buckley Jr. y practicara Ronald Reagan (como Trump, Reagan procedía del partido Demócrata, pero tenía un perfil –al menos en Europa- de “extrema derecha” frente al Establishment, hasta su llegada a la presidencia).

Los discípulos de Buckley en National Review, y los hijos de los “neocons” reaganianos en Weekly Standard, han persistido no obstante en el rechazo de la candidatura republicana de Trump. Asimismo lo han hecho algunos pensadores liberal-conservadores de gran reputación que admiro, como Thomas Sowell y Charles Krauthammer. Sin embargo algunos políticos y analistas conservadores que también respeto por su larga experiencia, como Pat Buchanan o Newt Gingrich (en cuya empresa digital Atlantic Weekly/The Americano colaboré entre 2009-2012), y también mi admirado triunvirato femenino Sarah Palin, Michele Bachmann y Ann Coulter, han apostado desde el principio por Donald Trump.

Algunos rumores apuntan precisamente los nombres de Palin y Gingrich como posibles candidatos a la vicepresidencia. Pienso que tampoco sería mala idea Susana Martínez, la popular gobernadora hispana de New Mexico.

El reciente aval –muy importante para el electorado liberal-conservador- de la NRA (Asociación Nacional del Rifle), y la seria actitud de respeto crítico y profesional respecto al magnate neoyorquino de periodistas representativos de un raro sentido común y “conventional wisdom” como Bill O´Reilly, Sean Hannity, Greta von Susteren, e incluso de su antes “enemiga” personal Megan Kelly, nos deben mover a una reflexión y a un juicio sereno. Sobre todo, no es baladí el hecho de que millones de ciudadanos estadounidenses, generalmente bien informados, le estén votando en la genuina democracia de las primarias.

En los próximos meses es muy importante observar cuidadosamente el estilo y comportamiento personales de Trump, profundizando el examen riguroso de su programa efectivo y el de su rival, el candidato o candidata del partido Demócrata. Por ejemplo, comparando el grado de proteccionismo económico, estatismo y libertad en general, las políticas inmigratorias y de seguridad nacional. Prescindamos de los tópicos y estereotipos divulgados por los medios generalmente izquierdistas y anti-americanos acerca de la política-espectáculo o “Reality Show” y concentremos en el “Reality Chek”. Este artículo es solo una primera aproximación a un complejo fenómeno político en una elección histórica que puede influir seriamente en la vida de los ciudadanos de nuestras sociedades abiertas, afectadas obviamente por una profunda crisis cultural y moral.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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