...la respuesta bélica francesa pudiera ser a la postre positiva si sirve para atajar el origen local del problema terrorista...
En la contraportada de la edición en francés de la obra clave de Samuel P. Huntington (Le Choc des civilisations, 1997), se anota el siguiente extracto, con un contenido de evidente actualidad: “Amenazado por la potencia creciente del islam y de China, ¿el Occidente llegará a conjurar su declive? ¿Sabremos aprender rápidamente a coexistir o bien nuestras diferencias culturales nos empujarán hacia un nuevo tipo de conflicto, más violento que los que hemos conocido después de un siglo?”. En efecto, cabe de nuevo releer la obra esencial del profesor Huntington, que ha revolucionado la visión de los asuntos internacionales, para ayudarnos a la interpretación intelectual después del último atentado en París.
A la vez, existe otra visión que nos presenta al menos tres determinismos que intervienen en la explicación de un determinado fenómeno geopolítico (Aymeric Chauprade, Géopolitique, 2003). En primer lugar, aparece en el tiempo el determinismo ambiental constituido por las fuerzas físicas de la naturaleza que va a condicionar conductas humanas, leyes y gobiernos (principio que se convierte en un paradigma desde Montesquieu hasta los geógrafos de la escuela clásica de fines del XIX y principios del XX). En segundo lugar, el determinismo identitario en cuanto que la pertenencia a un grupo, ya se trate de un clan, de una etnia, de una nación o de un imperio, ya pertenezca a una religión, a una lengua o conciencia civilizacional, evidencia la función en ellos de los rasgos característicos de la identidad. En tercer lugar, aparece el determinismo de la busca de recursos como constante de la historia humana, en la apertura de rutas (la última, la del polo Norte), los conflictos y guerras del agua, de las fuentes de energía.
Para Oswald Spengler (La decadencia de Occidente, 1918 y 1922) no son las naciones que constituyen las unidades culturales básicas, sino las civilizaciones distribuidas en ocho grandes culturas desde los comienzos de la historia humana, siendo que tres de ellas están presentes en la actualidad: la occidental, la china y la árabe (islámica). Culturas que, advierte Spengler, son totalidades cerradas en ellas mismas, de ahí que el enfrentamiento entre ellas ha sido permanente, caso de Lepanto y lo que representa para dos imperios y dos civilizaciones enfrentadas en el Mediterráneo en el año 1571. En esta línea, de un lado, se constata la realidad de organizaciones políticas como los Estados de Israel o de Irán que se juramentan enemigos en razón de sus creencias religiosas, de otro, el denominado Estado islámico que aparece ahora como ariete del “choque de civilizaciones”.
El análisis geohistórico y geopolítico ha sido reactualizado por Huntington una vez que a principios de los años 90 se asiste a una nueva época a partir de la desaparición del bloque soviético. Es el momento, según Huntington, en que la política global cambia de signo y el mundo se encuentra dividido por civilizaciones, ya que las identidades civilizacionales determinan las estructuras de cohesión, de desintegración y de conflictos en el mundo después de la Guerra Fría. Su tesis central es que los occidentales deben reconocerse como civilización única, pero no universal, y deben unirse para darla vigor contra los desafíos planteados por las sociedades no occidentales, evitando así una guerra generalizada entre civilizaciones y admitiendo que la política global ha venido a ser multicivilizacional y multipolar, de manera que la rivalidad entre las grandes potencias (militares y económicas) o entre Estados ricos y pobres es reemplazada por el enfrentamiento de civilizaciones y de pueblos de diferentes identidades culturales, donde la cultura puede ser una fuerza de división y de unidad.
De otro lado, la globalización y la movilidad de poblaciones e ideas ha motivado que otras posiciones ideológicas y de pensadores de origen no occidental, pero que asumen la tradición ilustrada, como Edward Said (1997) o Amin Maalouf (2009) revisan el mito del choque de civilizaciones desde la esperanza de una sociedad mundializada, cada vez más híbrida, en camino de una “civilización única”, en la que no hay extranjeros sino compañeros de viaje, pero planteándose, eso sí, conflictos entre minorías étnicas como en el pasado.
Sin embargo, ante el atentado de París, el presidente de la República Francesa acaba estos días de consagrar el paradigma civilizacional al declarar que “estamos en guerra” porque los terroristas islámicos violentan “nuestros valores”, nuestra cultura europea, nuestra civilización occidental. Sin embargo, el grito de guerra como respuesta inmediata al terrorismo ya lo había iniciado Estados Unidos tras el 11S, declarando la guerra a un Estado legítimo y dictatorial con resultados tanto o más negativos que positivos a la vista del conflicto actual en la misma región y su exportación a otras partes del mundo. Asimismo, la tabla de valores y derechos humanos que se trata de preservar e incluso ampliar no es universal, como advierte Huntington, sino más bien propio de la civilización occidental y de otras afines o conversas, pero no de la civilización islámica.
Por ello, la respuesta bélica francesa pudiera ser a la postre positiva si sirve para atajar el origen local del problema terrorista haciendo frente al Estado islámico hasta su desaparición, pero no tanto si se entiende como respuesta de una civilización, la occidental, llevada hasta el núcleo de los valores del mundo islámico. Más bien, preocupan los problemas de coexistencia social, a escala de ciudades de Europa, en aquellos lugares de residencia donde son “minorías mayoritarias” desde hace tiempo los musulmanes (caso singular de las comunas de Molenbeek y de Schaerbeek en Bruselas, o de ciertos distritos del Gran París), pues los problemas derivados de las políticas de integración y de multiculturalidad de inmigrantes están sin resolverse aún y más bien se han trasladado en los últimos años a ciudades europeas de distinta talla poblacional.