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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

España humilló a Inglaterra en su pretensión de hacerse con el Imperio Hispánico

Retrato de Oliver Cromwell (1599-1658), English School. (Foto: https://www.meisterdrucke.es/).
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Retrato de Oliver Cromwell (1599-1658), English School. (Foto: https://www.meisterdrucke.es/).

LA CRÍTICA, 21 ENERO 2025

Por Íñigo Castellano Barón
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Íñigo Castellano es Presidente de la Asociación Española de Amigos del Gran Capitán.


El inicio y la clave de este relato se basa en el pensamiento imperialista del dictador inglés Oliver Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, quien en 1656 fundamentó el llamado Western Design o Designio Occidental que resumió ante el parlamento inglés al afirmar: «el español no es, sin más, nuestro enemigo por mera casualidad, sino de forma providencial; así lo ha dispuesto Dios en su sabiduría». (...)

...


De tal modo lo relacionó con el intento de apropiarse de las inmensas riquezas de la corona hispánica y pretextar defender en el mundo la causa del
luteranismo frente al catolicismo.


Apoyado por la leyenda negra de Guillermo de Orange, se inició la guerra anglo-española (1655-1660). Previamente en el siglo XVI, la guerra de las Armadas (1585-1604) enfrentó a España e Inglaterra, teniendo como escenarios bélicos Europa, el mar y el continente americano. En este último lugar quiso, como principal objetivo, apoderarse de la ciudad de Panamá para tener acceso a los dos océanos y hostigar a las flotas de Indias. Hawkins y Drake figuraron en estos primeros encuentros contra los galeones españoles y en los que finalmente morirían. El primero, uno de los grandes traficantes de esclavos, falleció cerca de Puerto Rico aquejado de una enfermedad y el segundo en Panamá tras fracasar en su intento de hacerse con Puerto de Dios.


España dominaba las rutas marítimas en su comercio con las Indias Occidentales teniéndose que enfrentar a las fuerzas navales inglesas que activamente intentaban bloquearlas e interceptar las naos que anualmente cruzaban el Atlántico; un objetivo alegóricamente denominado “Río Éufrates”. Para todo ello y con la concepción mesiánica de su llamado Designio Occidental, puso todo el empeño en la construcción naval de una gran armada que pudiera hacer frente a la de Felipe IV. Por parte de este último y mediante su embajador Alonso de Cárdenas se intentó negociar con la Inglaterra protestante la libertad de culto para los ingleses en todo el imperio español. Sin embargo, el Designio Occidental se puso en marcha por el persistente deseo y avaricia del Lord Protector. Aquello supuso para las armas inglesas uno de los mayores desastres de su historia militar, pese a los saqueos, pillajes y asaltos que los ingleses, en su afán desmedido por arrebatar los territorios hispánicos, consiguieron llevar a cabo poniendo en un brete a la Corona española que abordando al tiempo otros frentes en Europa, se vio obligada a enfrentarse a los mejores marinos y corsarios que el dictador Cromwell destacó como comandantes de las expediciones.


En 1654 se iniciaron las primeras hostilidades inglesas contra España. Una armada zarpó de Portsmouth hacia el Caribe con 18 navíos de guerra y veinte de transporte con 2.500 soldados de infantería bajo el mando del almirante William Penn y del general Robert Venables, con la intención de ocupar una o varias islas y apoderarse de la flota española. En la tripulación de aquella armada figuraba el futuro y afamado corsario Henry Morgan. En las posesiones inglesas de Barbados y St. Kitts otros 5.000 hombres sin experiencia alguna, solo trabajadores del campo, se sumaron a la expedición, pero fue tal su indisciplina como los escasos recursos alimenticios con los que se contaban que la flota pronto estuvo abocada a un gran fracaso.


El Caribe fue claramente la tumba de las ambiciones desmedidas de los ingleses del que nunca llegarían a posesionarse. Siendo el 23 de abril, la armada inglesa avistó la costa de Santo Domingo cuya ciudad estaba bajo el mando del conde de Peñalba, Bernardino de Meneses y Bracamonte, su gobernador. A cincuenta kilómetros de aquella, desembarcaron los ingleses con una fuerza de 4.000 efectivos pretendiendo distraer las fuerzas españolas al tiempo de bombardear la ciudad de Santo Domingo. La distancia entre el lugar del desembarco y la ciudad supuso un calvario para los ingleses que se adentraron en zonas rocosas y escarpadas con grandes cuevas que bien conocían los españoles, por lo que el trayecto que duró más de tres días se convirtió en un auténtico calvario para aquellos desdichados soldados reclutados a fuerza de retoques de tambor y sin entrenamiento apenas, ante las sorpresivas incursiones de guerrillas por parte española.


No sobrepasaban los españoles de 600 hombres entre lanceros y mosqueteros, pero su experiencia, conocimiento del terreno y fortaleza física, fueron bastante para que los ingleses intentaran regresar a sus buques tras dejar en el campo más de 1000 muertos y casi doscientos prisioneros. Una leyenda, entre el mito y la realidad, cuenta que el ruido durante la noche provocado por los cangrejos en las playas mantuvo en estado de tensión permanente a los ingleses, haciéndoles pensar que los españoles estaban desembarcando más tropas en la isla.


Los soldados pasaron las noches disparando en la oscuridad hacia puntos luminosos al confundir los insectos con chispas de pedernal producidas por el enemigo. Frente a las murallas de la ciudad los españoles repelieron varias acometidas con apenas más de un centenar de jinetes que les sorprendieron en una emboscada. Cada vez más desmoralizados, los ingleses pretendieron alcanzar sus barcos para embarcarse y alejarse del ímpetu español que no cejó de hostigarles en su retirada, destacándose por su arrojo una española de nombre Juana de Sotomayor que, vestida de hombre, luchó entre los primeros sin tregua ni cuartel. Finalmente, los barcos ingleses, humillados ante tan pequeño grupo de españoles frente a sus miles de reclutados, zarparon alejándose del lugar en dirección a Jamaica, una pequeña isla que les sirvió de base logística para sus incursiones; la Commonwelth solo tenía el control de la Costa Este de Norteamérica y algunas islas dispersas del continente.


Anteriormente a estos acontecimientos, Inglaterra había ocupado la pequeña isla de Providencia, pero un ataque español en 1643 logró recuperarla, frustrando las intenciones británicas que debieron escoger otras opciones como base de sus futuras operaciones en el Caribe. No obstante Cromwell no renunció expresamente a la isla Providencia como lo demuestra la carta que dirigió al General Mayor Charles Granville Fortescue en mayo de 1655:


« [...] Pensamos, y de esto se habla mucho entre nosotros, en luchar contra los españoles por el dominio de esos mares y por tanto desearíamos de corazón que la isla Providencia estuviera otra vez en nuestras manos pensando que, gracias a su ventajosa situación respecto a Tierra Firme y especialmente para obstaculizar el comercio de Perú y Cartagena usted no sólo tendría la ventaja de saber de él y sorprenderlo, sino aún de bloquearlo».


La logística inglesa frente al conocimiento del terreno de los españoles, bien organizados y de una moral crecida supusieron los factores de su derrota. Las epidemias y el sofocante y húmedo calor de aquellas latitudes diezmaron las líneas inglesas, como ocurriera treinta años antes cuando Felipe IV de nuevo saliera victorioso en otro parecido enfrentamiento.


Los pocos españoles afincados en Jamaica, hicieron de ella tierra quemada ante la venida de la armada inglesa, y permanecieron en la misma solo unos cuantos que con el tiempo abandonaron la isla fuertemente custodiada por los ingleses bajo el mando del coronel Doyley. Los ingleses se aposentaron en esta, estableciendo allí su base de operaciones. Por entonces, el almirante inglés Robert Blake bloqueó el estrecho de Gibraltar a la espera de poder cazar a la Flota de Indias que debía regresar a Cádiz, pero estando advertida de la amenaza, la flota española permaneció en el Caribe y Blake regresó a Inglaterra sin pena ni gloria.


No obstante a la retirada inglesa, como bien hizo observar el duque de Medina Sidonia al monarca español, el comercio atlántico requería de una mayor atención como lo demostró el hecho de que transcurrido apenas un año, la armada británica consiguió la primera captura de su historia al tomar la nave capitana y un buque mercante de la flota de Indias sin que un bajel o patache pudieran haberla interceptado. El almirante Blake no pudo imaginar que aquella sería la última captura y pequeña gloria para la flota inglesa que en sucesivos episodios fracasaría estrepitosamente contra la flota española.


El dictador Cromwell por ese tiempo aliado de Francia, acosó hasta lo indecible al comercio español y a su armada como de igual modo lo hizo en las tierras flamencas. Felipe IV hubo de soportar una aguda crisis con dos grandes frentes abiertos: uno en la Europa continental y el otro en el mar del Caribe. La batalla de Las Dunas en 1659 supuso un punto de inflexión para la supremacía hegemónica española al ser los Tercios españoles derrotados en Recroi.


No obstante, la preeminencia española al otro lado del Atlántico siguió siendo un hecho incontestable, aún ante la nueva geopolítica que se jugaba en Europa. El Designio Occidental estuvo destinado al fracaso pese a que la “Leyenda Negra” ya se había puesto en marcha y las naciones europeas observaban con recelo y manifiesta hostilidad aquel imponente imperio español al que había que trocear y conseguir pedazos suculentos para aquellos que consiguieran doblegar a los españoles que nunca rehuyeron la adversidad.


La isla de Jamaica se convirtió en la base de las operaciones como la isla de la Tortuga lo fue para los piratas. (En el año de 1670, España por el Tratado de Madrid reconoció la soberanía inglesa de Jamaica). Pronto la isla se llenó de esclavos y sus campos de caña de azúcar. El contraste entre el esclavismo protestante inglés y el anterior régimen protector y educador de España se hizo patente.


Desde esta base Henry Morgan ya erigido como gobernador de Jamaica, dirigió las expediciones contra el litoral costero español y en sucesivas oleadas llevadas a cabo por filibusteros y otros de igual calaña, se intentó posicionarse para desplazar el dominio hispano, pero aparte de los saqueos nada más se consiguió, pues no pudieron asentarse en toda esa vasta extensión continental americana que los virreinatos representaban en nombre de la Corona.


Por tres siglos España combatió en otras tres importantes guerras sin que Inglaterra pudiera avanzar un ápice en sus pretensiones colonialistas a pesar de los problemas y el declive que el Imperio español mostraba en Europa. La cuarta y última guerra fue la referida a la independencia de las 13 colonias de la Costa Este, movimiento que España mediante el gran marino español Bernardo de Gálvez apoyó en todos los órdenes, y que significó el fin definitivo de las ambiciones inglesas de haberse apoderado del imperio hispano, pues a partir de entonces los ingleses dieron por concluidas sus posibilidades de anexionarlo debido a la independencia y unión de aquellas, hoy parte de los Estados Unidos de Norteamérica.


Consecuencia de todo ello, la república inglesa de Cromwell tocaría su fin. El altísimo precio pagado en vidas humanas y dinero, provocaron una gran inestabilidad que acabó en la vuelta a la monarquía y la petición de paz a una España también desangrada por las guerras de religión y por la protección de sus ciudadanos en la otra orilla del Atlántico.


Todavía hubo un tercer intento en el siglo XVIII, como fue la llamada Guerra del Asiento (1739-1748) o de “la Oreja de Jenkins” que pretendió conquistar las ciudades clave de la ruta de la Flota de Indias. 186 buques y casi 27.000 hombres supusieron el mayor despliegue que podía conocerse efectuado para un desembarco, sólo superado en el futuro por el desembarco en Normandía. España de nuevo derrotó a tan magna fuerza y humilló otra vez al pertinaz inglés al punto de que la historia inglesa la borró de sus páginas. En esta ocasión el marino inglés, Edward Vernon hubo de quitarse el sombrero ante el gran Blas de Lezo.


¡Gloria y honor a las Armas españolas!


Iñigo Castellano y Barón


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