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Cedros de Dios

Los cedros de Horsh Arz el-Rab (los cedros de Dios), en el valle de Kadisha, Líbano. (Foto: https://www.abc.es/)
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Los cedros de Horsh Arz el-Rab (los cedros de Dios), en el valle de Kadisha, Líbano. (Foto: https://www.abc.es/)

LA CRÍTICA, 6 DICIEMBRE 2024

Por Andrés Martínez Oria
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Con el libro abierto, mientras subrayo, me quedo pensativo sobre el lápiz. Recuerdo de pronto aquel olor de otro lápiz lejano, los días de la escuela, las tardes de invierno junto al serrín ardiendo de la estufa. (...)

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Aritmética, Historia Sagrada, Geografía. El lápiz desprendía un olor sugestivo a madera cuando le sacaba punta. En caracteres dorados, decía Johann Sindel y se representaban dos figuras humanas con las manos entrelazadas. Lo fabricaba Hispania, en Ferrol, con madera de cedro americano, que en realidad no era cedro, sino enebro. Y evoqué aquellos otros cedros de la Biblia. Árboles sagrados del Líbano, ese pobre país hundido en conflictos propios y ajenos, siempre a la deriva y sabiendo, sin embargo, sobrevivir. Salomón había transportado por mar muchos cedros del Monte Líbano para erigir su templo y palacio en Jerusalén (1 Reyes 6-7; 2 Crónicas 2-8). Por eso se le llama también cedro de Salomón. Recias columnas de aquel templo mítico, resplandecientes vigas y artesonado, paredes revestidas de esa madera longeva, aromática, incorruptible gracias a la resina. Cedros llevados también a Mesopotamia por Gilgamesh y a Egipto, para los faraones. Se dice que la fragancia pervivía aún en la barca funeraria de Keops, de cedro talado hace más de cuatro milenios. Cómo no soñar. Por eso, porque están fuera del tiempo de los hombres y porque los plantó Yahveh (Salmos, 104, 16), se llama al cedro del Líbano Árbol de Dios y se le relaciona con las cualidades y virtudes de la persona justa por su reciedumbre a la vez que ligereza, fragancia e incorruptibilidad. Lo recordaba Lamartine, el poeta romántico francés, a su vuelta de Tierra Santa; en su Viaje a Oriente menciona estos árboles milenarios y les dedica un lírico homenaje en el «Coro de los cedros del Líbano» de su libro La caída de un ángel. Aún vive en Líbano un ejemplar de dos mil años que lleva su nombre, inmenso en el acantilado; cedro de Lamartine.


También de cedro era el techo del templo de Diana en Éfeso, que incendió un insensato para que se recordara eternamente su nombre.


En esa fragancia de los cedros aún pienso cuando vuelvo en mí, cuando regreso de aquellos lápices de ayer que olían a madera misteriosa y miro con un poco de decepción este que tengo hoy entre las manos. ¿Será todo así?


Andrés Martínez Oria
Diciembre 2024


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