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Como se sabe, la primera reacción de Israel al ataque de Hamás fue preparar una ofensiva militar con tres grandes objetivos a conseguir: eliminar a Hamás, liberar a los secuestrados y garantizar que Gaza no fuera una amenaza. Conviene recordar que, desde el comienzo de la guerra de Hamás contra Israel, Hezbollah ha estado lanzando diversos ataques en el norte de Israel desde Líbano, habiendo obligado más de 60.000 israelíes viviendo en la frontera norte a ser evacuados de sus hogares.
A lo largo de la guerra, el esfuerzo principal de Israel ha estado enfocado en Gaza contra Hamás mientras intercambiaba ataques con Hezbollah hasta el pasado 1 de abril cuando atacó al consulado iraní en Damasco en el que murieron 17 personas, miembros de la Guardia Revolucionaria iraní, –entre los que se encontraban dos altos mandos– y sirios. Como respuesta, el 13 de abril de este año, Irán atacó por primera vez el territorio israelí con drones, misiles de crucero y misiles balísticos. En represalia, Israel lanzó un ataque con drones contra un sistema antiaéreo de Irán ubicado en la provincia de Isfahán, en la que se produjeron algunas explosiones sin afectar a las instalaciones nucleares.
En aquellos momentos, la disuasión entre ambas partes sufrió un quebranto temporal, estuvo muy cerca del umbral del conflicto, pero se logró dominar y se evitó la escalada.
Desde entonces, la disuasión se mantuvo en un horizonte aceptable, sin grandes perturbaciones por ninguno de los dos países, hasta los acontecimientos de las últimas semanas: el líder político de Hamás, Ismail Haniya, resultó muerto en Teherán, el pasado 29 de julio, donde se encontraba en visita oficial; decenas de muertos y miles de heridos en Líbano como consecuencia de las explosiones de sus buscas y walkie-talkies, el 17 y 18 de septiembre; la muerte por un bombardeo selectivo del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, el 27 de septiembre; y, por último, la muerte por un bombardeo del líder de Hamás en Líbano, Fatah Sharif Abu al Amine, el 30 del mismo mes de septiembre. A estos eventos hay que añadir el ataque de Irán a Israel del pasado 1 de octubre con más de 180 misiles balísticos.
Estos acontecimientos han roto las normas y reglas simétricas que implícitamente respetaban los dos contendientes en su concepto y tratamiento de la disuasión y han producido la escalada que nadie quería, excepto Netanyahu, quien ha conducido con mucha astucia e ingeniería estratégica el desarrollo del conflicto hasta llegar a la actual situación de escalada regional con consecuencias impredecibles en el sistema de seguridad internacional.
La incógnita que está en el aire en estos momentos es si Irán e Israel encontrarán en el marco de su disuasión permanente un nuevo equilibrio sin acabar en una declaración de guerra o si esta mezcla de fricción e incertidumbre que está sobrevolando la región dará lugar a una guerra en el escenario de Oriente Medio.
¿Cuál va a ser la previsible respuesta israelí al ataque de Irán a Israel el pasado 1 de octubre? ¿Entre los tres tipos de objetivos iraníes que se plantean, objetivos militares, infraestructuras petrolíferas o instalaciones nucleares, qué decisión tomará Israel? No se sabe cuál ha sido el resultado de la conversación, celebrada el pasado miércoles, día 9, entre Netanyahu, Biden y Kamala Harris.
Si opta por el primero, medios militares, siempre que no sea muy letal, se puede mantener la disuasión entre los dos países, aunque se haya estado bordeando el umbral del conflicto. En cualquiera de los otros dos tipos de ataques, se entrará en la escalada no deseada por la comunidad internacional y que puede afectar no solo a la seguridad de Oriente Medio sino también a la seguridad y estabilidad mundial.
La verdad es que ni Estados Unidos ni Irán quieren la guerra. Mientras Estados Unidos está en periodo electoral donde la polarización está produciendo una grave tensión interna, Irán está sufriendo protestas internas junto a la existencia de una economía débil, al mismo tiempo que está buscando un sucesor al actual líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, de 85 años.
Sin embargo, Israel sí quiere la guerra, fundamentalmente, por tres razones: a) una victoria –segura, ya que implicaría a Estados Unidos– permitirá neutralizar a Irán como potencia regional; b) incapacitaría a las milicias proiraníes ya que desaparecería su apoyo; y c) difuminaría la actuación de Israel en Gaza donde están en cuestión posibles acusaciones de genocidio o de impedir la ayuda humanitaria. En esta situación, haya que tener en cuenta que Israel está siendo atacado por siete frentes.
Es un hecho objetivo que Hezbolah no tuvo la capacidad de tomar represalias ante la muerte de su líder Hassan Nesrallah. La disuasión en la que Irán había confiado para mantener el conflicto a un nivel manejable era notorio que se había hundido. Por eso, no solo ante su población sino ante la comunidad mundial no le quedó más remedio que realizar el ataque del 1 de octubre.
Pero también es un hecho objetivo que Israel no puede empeñarse en una guerra contra Irán sin el apoyo político, diplomático y militar de Estados Unidos. Asimismo, es verdad que Israel necesita que desaparezca el Eje de Resistencia liderado por Irán. Por cierto, ¿quién presiona al país persa? Irán no está sufriendo ninguna presión ni de China ni de Rusia. Al contrario, cuenta con su apoyo político y diplomático.
Desde el punto de vista político-estratégico y de supervivencia, resulta legítimo que Israel quiera neutralizar a Irán y demoler a sus proxis con el objeto de garantizar su seguridad como Estado pues todos ellos han declarado repetidas veces que quieren destruirle.
No hay duda de que la lógica de la guerra se ha impuesto en Oriente Medio y de que la lógica de la paz no está en el campo militar sino en el de la POLITICA CON MAYÚSCULAS. Es la hora de la diplomacia. La respuesta esperada de Israel debiera ser limitada contra objetivos militares de tal manera que la disuasión siga siendo manejable.
A partir de entonces, una vez recobrado un nuevo equilibrio en la disuasión, empezarían unas negociaciones para un alto el fuego, paso obligado para un acuerdo de paz regional, que incluiría conjuntamente a Israel, a Irán junto a sus proxis del Eje de Resistencia y a Gaza. Sería el inicio de un razonable camino hacia la lógica de la paz, evitando la escalada. No será fácil, pero la diplomacia tiene la palabra.
GD (R) Jesús Argumosa Pila
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