Fue en este mes de junio en 1919 cuando S.M. el rey Alfonso XIII consagraba solemnemente España al Sagrado Corazón de Jesús. Este hecho supone por su propia naturaleza un acto transcendental para el mundo católico pero no por ello el más importante de la milenaria historia católica hispana. Si bien los francos fueron los primeros en convertirse al catolicismo, (...)
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tras ellos en el año 589, el rey visigodo Recadero abjuró de su fe cristiana para convertirse igualmente al catolicismo. Occidente empieza su andadura y el catolicismo va extendiéndose impregnando las almas de sus ciudadanos, al tiempo que va expansionándose en el conocimiento, la cultura y el progreso camino a la libertad del ser humano y a la dignificación del mismo.
Es España la que habría de enarbolar la bandera de la cruz por vez primera. No solo contra la invasión musulmana, sino también contra las corrientes heréticas que aparecen en Alemania y países del Norte del continente europeo. Por siglos, como si hubiera sido por Dios elegido, el mundo hispano crea una de las tres rutas más importantes de la cristiandad como es el Camino de Santiago, uniéndose a otros países en la construcción de catedrales y curiosamente elevando en 1481 el mayor retablo de todo el mundo cristiano que lo representa hoy en la catedral de Sevilla. Parece que la divina mirada de Dios se posa en España pues la propia Virgen María en vida, tiene una bilocación y se traslada a España a la ciudad de Caesar Augusta, una de las más antiguas de nuestra patria, para mostrarse en cuerpo y alma sobre un pilar, sirviendo de mediadora entre Dios y los hombres hispanos. Fue de inmediato que los hispanos se adhirieran con total devoción a la Virgen del Pilar, nombrándola su patrona, entretanto que el apóstol Santiago, venido a España, fuera donde, por visitar el supuesto lugar de su enterramiento, se convirtiera, como ya dije antes, en una constante emigración de gentes procedentes de todas las naciones, para rendir cuenta de su fe.
El mundo mariano fue calando en las almas de los españoles al punto de convertirse en el potente latido del corazón y alma española. Ningún pueblo o ciudad dejó de festejar a la Madre de Dios, y desde las danzas asturianas que se bailan ante La Santina o la brava jota con la que se homenajea a la Virgen del Pilar, a los piropos apasionados y llenos de sentimiento con que jalean a la Virgen del Rocío o de la Macarena, y la adhesión a la Inmaculada Concepción, toda la geografía española se rinde a los pies de la Madre del Cielo, y justamente hace pocos días, tras el cambio del signo político habido en la Comunidad valenciana, la Virgen de los Desamparados vuelve a ocupar el sitio que siempre tuvo.
Ciertamente, el sentimiento profundo y sincero de este pueblo bendecido por Dios, es como una roca inamovible contra el que se ha estrellado el progresismo y la izquierda más radical, saturada de un odio ancestral e irracional. El pueblo español es fiel especialmente a sus convicciones religiosas más que a las políticas y no hay manera de alejarlas de sus corazones por más que se empeñen gobiernos en hasta prohibir el rezo público ante clínicas abortistas. Dios bendice al pueblo pidiéndole que resista la embestida del rencor y de la sórdida irracionalidad de quienes ven en la religión un obstáculo para laminar la conciencia e imponer el mal disfrazado de bondadosos postulados como la Agenda 20-30. Ya se había dicho en el Apocalipsis de San Juan que la verdad aparecería por un tiempo y seduciría a los hombres, pero que dentro de ella el mal en su más amplio sentido, se encontraría para acabar y convertir al hombre hedonista, ambicioso y sin referente moral, en el poder de un mundo del que solo Dios es dueño y creador.
La España bendita de Dios se muestra en la belleza de su propia orografía, pues como nación territorial goza de los más variados paisajes, valles y montañas, bosques y verdaderas bellezas naturales a las que dotó, aunque con el tiempo fueran esquilmados, de los más preciados metales arrebatados por el Imperio romano. En el plano artístico, los pintores españoles han exaltado la belleza de la corte celestial a límites de excelencia y casi todo español ha venerado una imagen y ha rezado ante ella con verdadera fe y devoción. Una fe que España ha demostrado con una inmensa y excelsa mística sin parangón en otras regiones del mundo. Dios nos hace recordar cada Semana Santa su divina Redención que toda España, sin excepción, festeja pese al rabioso anticlericalismo y laicismo que invaden las esferas públicas. Pero es el pueblo soberano y sencillo que hace caso omiso para entregarse desde casi ya mil quinientos años a mostrar su fe mariana y al Cristo Crucificado, no solo el de la Buena Muerte, también el de Medinaceli y otros que provocan la piedad de todos los que salen a su paso para adorarlo. Así la propia Legión, uno de los cuerpos militares más admirados de esta España bendita, rinde honores con su paso marcial y sus cornetines y trompetas al sumo Hacedor de toda existencia y principio de toda causalidad.
España ha sido fiel reflejo del espíritu de Dios, Quien se ha servido de su Madre, la Virgen María, para expandirse por todos los continentes. Fue España la descubridora del nuevo Mundo, la que formó la primera globalización y expandió el desarrollo de los postulados cristianos, y pese a la infame y falaz leyenda negra, que hoy día es refutada mil veces por documentos históricos y en general por toda la historiografía moderna. España introdujo la dignidad del ser humano en el nuevo continente, y de nuevo fue una Virgen, la de Guadalupe, que aglutinó de manera extraordinaria, tras su aparición al indio San Diego, de una religiosidad que hoy día persiste en un país como Méjico, de larga tradición laica tras su secesión de la Corona de España. El fervor de las raíces españolas en aquel continente no puede cercenarse ni anularse pues el pueblo adora a su Virgen Guadalupana como también lo hacemos en España, pues forma parte importante de nuestra cultura mariana. Dios manifiesta su bendición a España a través de muchos signos y promesas que ha venido realizando a través de los siglos, por ello las notas del Himno Nacional tras la consagración, es la muestra más fervorosa que podemos ofrecerle en la Santa Misa, pues es el símbolo de nuestra unión e identidad como nación.
Bendita España, regada con sangre de mártires y santos y escuchada por sus cantos y plegarias en el cielo y su inquebrantable fe. Hoy siguen en los conventos y monasterios rezando por todos y por España. Todo persiste, poco ha cambiado salvo las proclamas políticas ajenas e ignorantes del sentir patrio. Un sentimiento que es la bendición de una España más que milenaria que tiene siempre como símbolo imperecedero la cruz de Nuestro Señor.
¡Viva España! Y que Dios siga bendiciéndonos para superar los males que nos aquejan.
Iñigo Castellano y Barón