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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El Corsario Español: un Teniente General de la Real Armada

Jabeque argelino. Operaciones contra Argel de 1783 y 1784 por las fuerzas de Antonio Barceló. (Foto: https://www.todoababor.es/historia/).
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Jabeque argelino. Operaciones contra Argel de 1783 y 1784 por las fuerzas de Antonio Barceló. (Foto: https://www.todoababor.es/historia/).

LA CRÍTICA, 17 SEPTIEMBRE 2022

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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Año de Nuestro Señor de 1784, bahía de Argel. Antonio Barceló otea la costa analizando las posiciones enemigas. Un proyectil impacta contra el agua a escasos metros del casco de su falúa y le hace desviar la mirada de su objetivo y abandonar su estado de ensimismamiento. (…)

...

Los corsarios berberiscos llevan años asolando la costa mediterránea española y ya era hora de poner fin a la situación. Todo está dispuesto, la expedición cuenta con grandes marinos entre los que destacan José de Mazarredo y Federico Gravina, y se han unido a la escuadra naves del reino de Nápoles y Portugal, así como los caballeros de Malta. El año anterior ya había realizado una operación de castigo y este año quería que fuera definitiva. Todos los sacrificios realizados le habían llevado a este momento. No lo había tenido fácil, mucho más complicado que el resto de sus colegas en la Armada, pero no era de los que se lamentaban, confiando en que sus méritos determinaran lo que debiera depararle el futuro. Mucho había cambiado desde que comandara el jabeque familiar en su ruta desde Mallorca a la Península y, por un instante se recrea en esos pensamientos mientras los proyectiles enemigos silban a estribor.

Siempre sintió un orgullo especial por su padre, Onofre, quien tras prestar apoyo a S.M. en las campañas de Italia, recibió la concesión para ser el “correo” entre Mallorca y Barcelona. Disponía además de patente de corso, ya que el monarca necesitaba ayuda para contener la piratería en aquella zona del mediterráneo y aunque en menor medida, también para frenar al inglés, envalentonado tras el tratado de Utrecht mediante el cual nos arrebataron Menorca y Gibraltar. La vida en Mallorca y en el Levante español era dura, los piratas atacaban con frecuencia las costas y tenían por costumbre llevarse a los cristianos que pudieran apresar para más tarde pedir una recompensa, siendo esta su principal fuente de ingresos. Aquellos pobres desgraciados abandonados a su suerte pasaban años en lúgubres prisiones de Argel.

Aún recordaba la mezcla de nervios, orgullo y por qué no reconocerlo, algo de temor que sintió la primera vez que embarcó con solo 12 años con su padre, no descartando algún encuentro desagradable con los moros y turcos. Afortunadamente ese primer viaje transcurrió sin mayores complicaciones y fue el inicio de su formación marinera. Con 18 años ya era piloto y tres años después asumiría el mando tras el fallecimiento de su padre. En esa edad, recuerda haber tenido su primer enfrentamiento de relevancia. Llevaba a su cargo a 200 hombres del Rey, entre Dragones del Regimiento de Orán e Infantería de África (el transporte de tropas formaba parte habitual de las tareas propias de un “correo”) con dirección a la Península. De la nada, surgieron dos galeotas argelinas (naves de tamaño inferior al de la galera y empleadas habitualmente en la piratería por su velocidad). Tras un duro enfrentamiento, logra la victoria sobre las galeotas que se ponen a la fuga. Siempre creyó que alguno de los oficiales que transportaba había hablado bien de su hacer en ese enfrentamiento ya que, pese a que no había sido su primera victoria, pocos meses después le llegaría el nombramiento como Alférez de Fragata (lo hacía como “graduado”, es decir, se trataba de una recompensa a título meramente honorífico).

A lo largo de los años, enfrentamientos de esta índole se repitieron de manera habitual y la fortuna quiso que siempre se saldaran a su favor. Había, no obstante, algunos pocos episodios que quedaron grabados particularmente a fuego en su memoria. Recordaba por ejemplo aquella ocasión en que estando Mallorca asolada por el hambre, con falta de pan y trigo, se le encargó ir a Barcelona para cargar con todo el alimento del que fuera capaz. Logró hacer la ruta como alma que lleva el diablo y eso le granjeó el cariñoso sobrenombre de «Capitá Toni» entre los mallorquines, quienes reconocieron su valor y esfuerzo. También le llegó el reconocimiento en forma de ascenso, de nuevo honorífico, a teniente de fragata.

Igualmente recordaba vivamente aquella ocasión en que tuvo que llevar a miembros de la Compañía de Jesús a su destierro tras ser acusados de los altercados producidos en el Motín de Esquilache. Como católico, lamentaba ser él quien llevara a esos hombres a Italia, y cuando los gastos del trayecto se vieron incrementados teniendo que aportar la diferencia de sus propias arcas, se negó a que la Corona se lo reintegrase. No se sentía orgulloso, y ese gasto personal serviría para apaciguar vagamente su conciencia, a veces el trabajo no era agradable. Sin embargo y en perspectiva, el balance era positivo. Entre 1760 y 1769 hundió diecinueve naves enemigas, capturó más de 1.600 prisioneros y rescató a más de un millar de cristianos apresados por los piratas y corsarios.

Mientras tanto, en la falúa, un reducido grupo de hombres no logra ocultar su preocupación por la creciente proximidad de los proyectiles, alguno se plantea incluso si la sordera que padece Barceló le impide darse cuenta de lo que está sucediendo y, por tanto, de si está capacitado para el mando. Verle con la mirada ausente, perdida en el horizonte y hundido en sus propios pensamientos no les tranquiliza. La mayoría no obstante, mantiene la calma conocedores de sus virtudes y valor en el combate. Muchos recuerdan aquella ocasión en la que Barceló con sus seis jabeques esperó en el Estrecho de Gibraltar a una fuerza de siete jabeques enemigos que pretendían llegar al Atlántico. Salió Barceló a su caza y en una primera instancia se encontró con un jabeque y un paquebote danés capturado por el primero. El paquebote se rindió de manera inmediata pero el jabeque le planto cara y tras darle alcance se inició una dura contienda en la que Barceló fue herido por una bala que le cruzo la cara de lado a lado, rompiéndole varios dientes y molares en su camino para acabar incrustada en su hombro. Cualquier hombre común se habría retirado a ser atendido preso del dolor, pero Barceló se mantuvo en el puente de mando durante todo el combate, cediendo el mando a su segundo al ser incapaz de transmitir las órdenes debido al destrozo monumental que tenía en la boca por la que no paraba de escupir sangre. Aquellos que presenciaron a ese hombre sordo, herido gravemente en combate, no les cupo duda del temple de su líder, haría lo que fuera necesario para vencer (Barceló había sido ascendido a Capitán de Navío poco antes de estos sucesos, y en consecuencia de no poder ascenderle de nuevo tan rápido, se le otorgó en justicia una renta vitalicia). También recordaban su papel en el sitio de Gibraltar y en la recuperación de Menorca, por los que sería ascendido a teniente general (equivalente a un vicealmirante actual). Barceló dio signos finalmente de que iba a dar las órdenes para que sus lanchas cañoneras, perfectamente dispuestas, comenzaran con el bombardeo. Los hombres sintieron el ardor previo a la batalla. ¡Adelante!... el tesón y buen hacer de Barceló, consiguieron, tras días de bombardeos, doblegar el espíritu de los piratas berberiscos que vieron con buenos ojos alcanzar un acuerdo de paz con los españoles.

Tal éxito habría hecho que cualquier otro hubiera ascendido a capitán general de la Armada (almirante) pero la envidia y celos de otros compañeros le impidieron alcanzar el puesto para el que había nacido. Barceló era hombre humilde, de poca cultura y formación, docto en las artes de la mar y curtido en muchos más combates que la mayoría de sus compañeros, pero en la Armada Ilustrada española se exigía nobleza y formación en la escuela de Guardiamarinas (esto último en la práctica no era tan cierto) para alcanzar el grado de oficial. Sus éxitos hicieron inevitable que ascendiera casi hasta el último escalafón, pero el generalato era simplemente demasiado para un hombre de su extracto.

Respecto a su legado creo conveniente hacer referencia a dos aspectos: uno técnico militar y otro social. Barceló fue quien concibió la creación de las lanchas cañoneras que tantos éxitos le dieron y que fueron clave, años después, para que el almirante Mazarredo realizara la exitosa defensa de Cádiz contra el inglés. Las lanchas cañoneras eran barcazas fuertemente reforzadas donde se embarcaba una pieza de artillería de gran calibre (24 libras “vs” las 8 libras que montaban los jabeques). El diseño de estas barcazas hacía que tuvieran muy poca altura y dado su reducido tamaño, se convertían en blancos móviles muy difíciles de alcanzar en el mar (recordemos que en esa época se apuntaba a ojo y se corregía la trayectoria con prueba y error). Adicionalmente, esa reducida altura hacía que, a ojos del enemigo, las barcazas desparecieran en el mar a poco que ésta estuviera rizada, quedando las lanchas ocultas tras el oleaje. Eran por tanto especialmente útiles frente a naves de mayores dimensiones como las fragatas o los navíos de línea que, además, eran particularmente vulnerables en situaciones de poco viento o cuando estaban al pairo. En su clave social es justo decir que tras las intervenciones de Barceló, prácticamente desapareció la piratería berberisca en el Mediterráneo. Eso permitió que zonas despobladas del Levante florecieran. Prueba de ello es el importante número de poblaciones que comparten el mismo nombre con la salvedad de ser de Munt (monte) o de Mar. Las primeras se establecieron en el interior para evitar así las incursiones berberiscas; las segundas se desarrollaron al abrigo de la seguridad propiciada por Barceló. Su éxito fue por tanto decisivo y cambió la vida de muchos españoles para siempre.

Antonio Barceló, quien ascendiera exclusivamente por méritos de guerra, fue muy longevo y fallecería a la edad de 80 años, pasando gran parte de aquellos, combatiendo y haciéndolo invicto; honor que solo comparten otros pocos españoles como Álvaro de Bazán o Blas de Lezo. Fue también quien por primera vez pusiera bajo la advocación de la Virgen del Carmen a sus naves, no siendo la advocación oficial de la Armada hasta la regencia de María Cristina de Habsburgo. Por último, sería probablemente el marino más querido por el pueblo en el siglo XVIII y numerosas coplas de la época lo atestiguan, pese a que pocos actualmente le recuerden. Acabamos por tanto este relato de la “España Incontestable” con un pequeño extracto de una copla muy conocida de entonces:

Si el rey de España tuviera
cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España,
que de los ingleses, no.

¡Gloria y Honor!

Gonzalo Castellano Benlloch

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