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Nos encontramos ante unos verdaderos progresistas, si atendemos a la definición de la RAE que sobre este concepto define a las personas de ideas avanzadas. ¡Qué más avanzado que salvar vidas humanas! Esto incluye también la definición de pacifista, pues no tenía España otra misión ni interés estratégico de cualquier carácter que no fuera el progreso humano mediante la ayuda a seres, en este caso religiosos cristianos, a los que el emperador Tu-Duc mandó exterminar por su importante expansión alcanzada hasta llegar a más de trescientos mil cristianos expandidos desde el norte a la Conchinchina, ubicada en la parte sur. (Al escribir estas líneas me llega el desolador recuerdo de la masacre de religiosos que no hace mucho tiempo ha sucedido en Nigeria, y sigo expectante ante la respuesta de la comunidad internacional). Su sacrificio humano fue tal, que los partes de guerra de los aliados franceses clamaban su gloria, como entre otros, uno que dice textualmente referido a un pequeño destacamento de tan solo ciento cincuenta hombres ayudando al asalto de una ciudad, bajo el mando del coronel Palanca: Nuestros bizarros aliados, los españoles, han representado dignamente a su valeroso ejército y su noble bandera. Combatiendo al lado de la nuestra han adquirido un nuevo título de gloria.
El asesinato del obispo español José María Díaz Sanjurjo en 1857, expuesto clavado en una pica en una plaza pública, y la posterior tortura y descuartizamiento de otro fraile, fue el pretexto utilizado por el Gobierno de Napoleón III para exacerbar el celo solidario y cristiano de España e incorporar a nuestra nación a «una política internacional de gran prestigio». Acababa de finalizar mediante un tratado de paz la guerra franco-británica contra China, y ese momento fue considerado el mejor por la Francia imperial para tomar posiciones en el Extremo Oriente. Posiciones ventajosas a sus propios intereses que España le brindaba al poseer las Filipinas, base desde donde expandirse y blindarse del continuo acoso de la piratería del Pacífico.
Nadie conocía esta misión humanitaria que sucedió bajo el gobierno del general O´Donnell, ni a los que lograron regresar vivos se les reconoció su generosa y valiente aportación. Sólo la gloria y el honor intrínseco a esa España, siempre dispuesta a ofrecer su sangre, dio a la historia una vez más el testimonio de que la nación española viene forjada por los siglos de esfuerzo, solidaridad y un humanismo cristiano, iniciados desde la dominación romana y consolidado tras la conversión del cristianismo arriano al catolicismo, del rey godo Recaredo. La zona de actuación estaba bajo la órbita francesa que especialmente tenía un interés político en asentar una base que permitiera incrementar el comercio en aquella zona, bajo el mando entonces del capitán General de Filipinas, don Fernando Norzagaray y Escudero quien a duras penas podía controlar la región. La escuadra franco-española se formó en 1858 con soldados franceses, militares españoles y sanitarios, siendo éstos últimos, por cierto, el primer objetivo a abatir por parte de los vietnamitas.
Allí como ahora, la gloria de la fragata Elcano (entonces a vapor) y unas cuantas falúas más componían el lado español. España ya era conocedora de que particularmente nuestra nación no obtendría otros beneficios que su misión humanitaria a diferencia de Francia. En estos términos el cónsul general en China del Gobierno de la reina Isabel II, puntualizó: Nosotros, a pesar de tantos intereses en estas vastas y riquísimas colonias, nos veremos excluidos de los beneficios que disfrutarán otras naciones que ni poseen colonias, ni tienen tantos motivos para desear estas ventajas. Así pues, el coronel Oscariz al mando de tres compañías acompañadas de artilleros y sus respectivos auxiliares, médicos, administrativos y capellanes conformaron la participación española. Entretanto la expedición se preparaba para su misión, el obispo Melchor García San Pedro era martirizado, descuartizados sus miembros para finalmente ser decapitado y pisoteado sus restos por un elefante.
Desde los buques se bombardeó la ciudad de Da Nang (Turana) no lejos de la capital del reino, Hué, principal centro comercial con China. Los soldados españoles compuestos muchos de ellos por tagalos y bisayas más aclimatados a las altas temperaturas que los franceses, realizaron trabajos de construcción de baterías, corrimiento de tierras que pese a su preparación supuso mayores sacrificios que el propio enfrentamiento militar con las fuerzas del emperador Tu-Duc. Se desembarcó y se establecieron cabezas de puente y bases, con escaramuzas con los nativos en donde los franceses poco acostumbrados al húmedo y asfixiante calor, a diferencia de las tropas españolas de tagalos y bisayas, cayeron víctimas del clima y del enemigo.
Poco tiempo después refuerzos españoles del coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote, el comandante del Estado Mayor, Primo de Rivera y el teniente coronel Carlos Palanca acudieron a apoyar las operaciones bélicas, destacando este último por su decisión, valor y estrategia. En total 1500 efectivos españoles. La falta de términos de negociación ante el silencio del emperador Tu-Duc llevó al general francés, máximo responsable de la expedición a asentarse y esperar en vez de avanzar hacia Hué, la capital del reino, con las consabidas consecuencias que supuso el clima y la moral entre las tropas de la coalición, más afectadas por la enfermedad y el clima que seguramente por el combate que hubieran podido entablar en su avance hacia Hué. Así pasaron los meses, mientras los españoles, conscientes no solo de que eran la vanguardia de las operaciones por su especial adaptación al terreno y al clima sino también de que su lucha era conseguir el rescate y la cancelación de las sentencias a miles de cristianos decretadas por el emperador. No había en sus conciencias otra motivación más confortable para sus conciencias.
En el curso de la guerra, en el siguiente año de 1859 los aliados marcharon a Saigón, en la Conchinchina. Fue el propio camino el mayor enemigo en su partida a la ciudad. Desde mordaces hormigas rojas, serpientes, y cantidad de insectos, diezmaron las fuerzas coaligadas franco-españolas hasta que el esfuerzo invertido consiguió que el 17 de febrero la infantería consiguiera penetrar entre los huecos derruidos de la muralla por el incesante cañoneo y tomar la ciudad, que pronto fue sitiada por las tropas annanitas que permanecieron por más de seis meses en medio de un clima insoportable, especialmente para los europeos. A Da Nang cuya ciudad llevaba tiempo bombardeada llegaron más soldados franceses y quedaron allí a la espera de refuerzos.
El botín conseguido en Saigón fue repartido entre los franceses mientras que los españoles una vez más escribían en oro una página más de la historia de su gloria. El comercio resarció con creces los gastos de la guerra a la Francia imperial. El teniente coronel Palanca quedó al mando de los expedicionarios de la fuerza española mientras que Ruiz de Lanzarote era reenviado con destino a Cádiz.
Cuando la Guerra de Indochina se encontraba en su apogeo, en España apenas se hablaba de ello por el Rif estar entonces siendo atacado. Esta colonia española del norte de África de zonas montañosas y verdes con costa en el Mediterráneo y frontera con Argelia, venía sufriendo continuos ataques de las cabilas moras. Entretanto, don Fernando Norzagaray moría en España de disentería contraída en Filipinas sin que España tuviera conciencia de que había muerto un gran héroe. Tras ser retiradas las fuerzas españolas en 1860 bajo el mando del almirante Ruiz de Lanzarote, Francia alcanzó muchos años después su objetivo de convertir a Vietnam en una colonia propia, aunque el pequeño contingente sobreviviente del teniente coronel Palanca reducidos a 200, exaltado su ánimo por la altura de su misión, junto a otro algo mayor contingente francés ubicado este último en la Conchinchina, siguieron combatiendo por la misión encomendada contra los annanitas.
En 1862, tras más de cuatro años de combate, se firmó el Tratado de Paz, Amistad, Comercio e Indemnización entre España, Francia y Annam. Finalmente, los franceses consiguieron el dominio de esta región en forma de protectorado y la franquicia para sus barcos, y la Conchinchina se comprometió «falsariamente» a respetar la libertad religiosa y a pagar una indemnización de la que España solo recibió una sexta parte del dinero invertido en la guerra. Pese a todo, .aún tuvo ocasión de disparar los últimos cañonazos españoles en Vietnam el 26 de febrero de 1863 y echar a tierra el último tramo del desembarco heroico al mando del alférez de navío José Guzmán, contra los indochinos que se resistían a aceptar la paz impuesta por nuestras armas.
De justicia es mencionar a Rafael Echagüe y Birmingham, conde de Serrallo. Grande de España. Cruz Laureada de San Fernando. Capitán General de Filipinas quien se distinguió en el aspecto humanitario por su ingente labor de ayuda tras el terremoto acaecido en 1863 que destruyó la mayor parte de la capital del archipiélago, indemnizando a los damnificados, reconstruyendo cuanto se pudo y consolando personalmente a los más desgraciados, actuaciones todas ellas que quedaron impregnadas en el corazón de una población agradecida. Redujo su propio salario que como militar percibía como ejemplo a dar en tal situación de crisis.
El talante conciliador de Serrallo, pese a la situación desesperada de Manila, le llevó a socorrer a un vapor francés que le solicitó un batallón para auxiliar a las tropas francesas que operaban en la Conchinchina. Finalmente a pesar de las dificultades, se le concedió el batallón de mil hombres filipinos que lo conformaban y que bravíamente lucharon victoriosos hasta dispersar a los sublevados. Por esta actuación recibió del Emperador francés la placa de Grande oficial de la Legión de Honor.
En la segunda mitad del siguiente siglo XX, es decir, cien años después aproximadamente, de nuevo esforzados soldados españoles estuvieron en la guerra del Vietnam bajo el mando del presidente norteamericano L. B. Johnson. Un contingente de militares y sanitarios fue silenciosamente enviado a la provincia de Go Kong en el delta del Mekong, uno de los lugares más peligrosos del escenario bélico. Los españoles no se estremecieron ante la muerte y el horror que imponían los vietcong, sólo ante los niños hambrientos o los heridos lamentándose de sus horrorosas heridas fueran vietnamitas o norteamericanos. Una vez más, dieron una muestra de valor y solidez profesional, elogiada especialmente por el ejército norteamericano. Aquellos soldados españoles fueron reclutados cuando se encontraban destinados en distintos territorios, como el Sahara y otros. Todo se realizó con la máxima discreción. Más de un centenar de médicos y sanitarios llegaron a permanecer en reemplazos de seis meses cuando no se reengancharon por otros períodos.[1] De nuevo España se presentó al mundo con su tradicional solidaridad de un verdadero progresismo humanitario. También el silencio cubrió en este caso el esfuerzo heroico de nuestros compatriotas a los que hoy aquí recordamos emocionadamente.
Iñigo Castellano Barón
[1] Documental « Go Kong» dirigido y documentado por Manuel Alonso Navarro con imágenes cedidas por el ejército de Vietnam, Corea del Sur, España y Filipinas.