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Primero identificaron equivocadamente con el Fascismo italiano a todas las formas autoritarias de derechas o conservadoras. Después descalificaron como “liberalfascistas”, “socialfascistas” y “anarcofascistas”, respectivamente a los liberales, socialistas y anarquistas. Finalmente hicieron lo mismo con Trotsky y con todos los comunistas críticos anti-estalinistas, mientras el mismísimo Stalin pactaba con Hitler en agosto de 1939, repartiéndose Polonia y otros países o regiones del Este de Europa, provocando el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Irónicamente Biden y sus aliados han hecho realidad la profecía del populista Huey Long en los años 1930s: que el fascismo en EEUU surgiría en el futuro disfrazado de “antifascismo” progresista. Desde la campaña de 2016 con la victoria de Donald Trump, Antifa, BLM, y en 2020 las 2.000 Mulas han sido las tropas de choque o carne de cañón del Partido Demócrata en la conspiración y el golpismo permanentes del “Estado profundo” contra el mejor presidente estadounidense (junto a Theodore Roosevelt y Ronald Reagan) desde la Guerra Civil.
Una curiosa encuesta abierta entre los lectores realizada por la revista digital Kosmos-Polis, muestra –en el momento que escribo– que la mayoría percibe al “Estado profundo” (46 %) como el colectivo más poderoso en el mundo, seguido de los presidentes Xi Jinping (30 %), Vladimir Putin (14 %) y Joe Biden (11 %). En el caso estadounidense, la asociación real del “Estado profundo” con el presidente Biden sumaría un poderoso e insuperable 57 %.
En la actual fase de “primarias” la América profunda, Republicana, con muy pocas excepciones está apoyando a los candidatos trumpistas. El caso más significativo ha sido la victoria de Harriet Hageman y la derrota de la principal rival de Trump en el partido (y presunta colaboradora del “Estado profundo” en la Comisión del 6 de Enero), Liz Cheney, el pasado 16 de agosto en el Estado de Wyoming.
La derrota de Liz Cheney (que hace solo dos años había ganado con un 73 % de los votos) es especialmente humillante por su contundencia (más de 30 puntos de diferencia a favor de la trumpista Harriet Hageman), poniendo fin a la prolongada hegemonía de la familia Cheney en Wyoming.
Ahora bien, no todo es tan fácil y los candidatos trumpistas tendrán también que afrontar ciertos obstáculos. El primero, dentro de sus propias filas, el odio a Trump de los Republicanos anti-Trump (los NeverTrump y los RINO-Republicans In Name Only).
Un caso reciente, las elecciones especiales (no exactamente “primarias”) en un distrito de Alaska el pasado 17 de agosto, mediante el sistema “Ranked-choice voting”, en que los candidatos de todos los partidos aparecen en la misma papeleta y gana el más votado. Se presentaron 16 Republicanos, 6 Demócratas y otros. Entre los candidatos Republicanos la trumpista y carismática Sarah Palin era la favorita, pero las diversas candidaturas y la fragmentación del voto republicano (entre otros, con un candidato anti-Trump, Nick Begich) facilitó el triunfo de la candidata Demócrata: Mary Peltola (D), 36.8 %; Sarah Palin (R), 30.2 %; Nick Begich (R), 26.2 %…
Es un caso especial, pero evidentemente sin la división del voto republicano, la candidatura única de Sarah Palin hubiera sumado un porcentaje vencedor (más del 56 %), muy superior al de la candidata demócrata.
El segundo de los obstáculos, y el más serio –que los inspectores Republicanos tienen que vigilar cuidadosamente–, es que no se repita el Gran Fraude (de las 2.000 Mulas, o de los jueces locales, obamitas corruptos, que se nieguen a aceptar e investigar las múltiples denuncias de irregularidades, como pasó en 2020).
Manuel Pastor Martínez