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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Yo, Erasmus de Rotterdam. Un breve recorrido por la Europa del Renacimiento (Parte 2)

Los reformadores Johann Forster, George Spalatin, Martín Lutero, Johannes Bugenhagen, ERASMO DE ROTTERDAM, Justus Jonas, Caspar Cruciger y Philipp Melanchthon. (Lucas Cranach el Viejo (1472 - 1553).
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Los reformadores Johann Forster, George Spalatin, Martín Lutero, Johannes Bugenhagen, ERASMO DE ROTTERDAM, Justus Jonas, Caspar Cruciger y Philipp Melanchthon. (Lucas Cranach el Viejo (1472 - 1553).

LA CRÍTICA, 13 AGOSTO 2022

Por Íñigo Castellano Barón
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Son muchos, muchos los años transcurridos y en ocasiones no puedo precisar con exactitud y rigor las circunstancias, hechos y grandes señores que mis ojos han visto, pero sí recuerdo los acontecimientos más importantes que transformaron mi vida y quizás las de otros muchos. Siento el peso de mis párpados oprimirme como el velo de la muerte, no sé si aventurándome la paz que anhelo, o es tan solo una vana ilusión que no librará a mis ojos seguir viendo a una Europa que arde de odios y cerrazón, ni a mis oídos escuchar los lamentos de las gentes abrasadas en las llamas de las hogueras y de la desesperanza. Recuerdo la cara angustiosa de mi pobre madre que luchaba por llevar el pan a la casa cuando mi padre, sacerdote en Gouda, ciudad pantanosa de la parte más septentrional de los Países Bajos, no podía hacerlo por ausentarse largas temporadas en un convento próximo… (...)

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Nada en el transcurso de mi larga vida me ha dejado especialmente deslumbrado. He viajado por muchas naciones de Europa y vivido la generación que ha descubierto un nuevo mundo, el desarrollo de la imprenta y un renacimiento progresivo de la razón analítica de la historia. Pues bien, ni las cortes de los grandes príncipes ni la personalidad de aquellos me han producido especial admiración salvo algunas pocas excepciones de las que haré breve repaso. Viene a mi memoria un gran jurista, mejor pensador y buen amigo que me introdujo en Inglaterra, de nombre Tomás Moro. Le conocí siendo yo profesor de la Universidad de Cambridge y como dije, amigo de Luis Vives. Él escribía poemas y yo me iniciaba en escribir refranes y citas griegas que reuní bajo el título de «Adagios». Interesado como estaba en el pensamiento humanístico, fui para Moro según él mismo me confesó confidencialmente una fuente de inspiración que le llevó a escribir un gran libro, «Utopía» donde plasmó toda su idea de una humanidad libre y feliz, es decir una sociedad que viviera como en una isla a la que daba el nombre de su obra, llena de parabienes y libre de toda atadura bajo las enseñanzas de Cristo. Su talante pacífico y moderador, tolerante pero al tiempo exigente consigo mismo, me atrajo sobremanera aunque posteriormente habiendo sido nombrado Lord Canciller de Inglaterra combatió a los protestantes especialmente a Martín Lutero con verdadero ahínco sin entender para la persona del protestante la libertad que él mismo reclamaba. Su encierro en prisión y posteriormente su decapitación en 1535 en el cadalso de la Torre de Londres por decisión directa del propio Enrique VIII al que había denunciado por el repudio de su esposa Catalina de Aragón al tiempo de negarse a ratificar como Lord Canciller la publicación de su Acta de Supremacía en el reino de Inglaterra sobre la autoridad del papa, me produjo un profundo impacto. El propio Carlos de Gante había intercedido por su vida pero el rey Enrique no tenía otra obsesión que la pasión que le despertaba Ana Bolena de la que esperaba un hijo. No puedo olvidar al cardenal Juan Fisher con el que entablé buena amistad durante mi estancia en la Universidad de Cambridge y quien habiendo manifestado de manera contundente su oposición a la disolución del matrimonio del rey con la tía del emperador Catalina de Aragón y a su posterior pretensión de separarse de Roma, fue también mandado ejecutar en la Torre de Londres. Fisher fue un gran humanista y un convencido católico y debo reconocer que su personalidad y convicciones me dejaron profunda huella…

Son malos tiempos estos que corren. La intolerancia señorea en Europa por lo que es necesario renacer con ideas y nuevos comportamientos basados en la comprensión y el respeto al ser humano libre de normas impuestas y de poderes egoístas. No obstante a mis discrepancias con Lutero claramente manifestadas a lo largo de muchos años de amistad, aceptaba también bastantes de sus postulados que con tanta firmeza defendió y que le llevó a liderar un movimiento reformista de la Iglesia católica de tal envergadura que sobrecoge a Europa entera y al que hoy día secundan muchos de los grandes príncipes que la gobiernan. Por esta reforma, a la que se han sumado miles de ciudadanos europeos protestando por las severas medidas que el emperador viene tomando contra esas ideologías heréticas, he visto morir quemados en hogueras a largo número de señores, soldados, ciudadanos y pensadores. Ello me ha confirmado todavía más la necesidad de un pensamiento humanístico y un entendimiento más racional de los mensajes evangélicos…

Cómo olvidar al clérigo Juan Colet que llegó a ser diácono de la catedral de Londres y a quien conocí en aquella universidad. Gran humanista y mejor conocedor de las cartas de San Pablo, le escuchaba con verdadera atención y especial cariño e interés al haber sabido infundirme un gran amor por la Biblia cuando me doctoré en Teología. Recuerdo que aquello cambió mi vida aunque no mi pensamiento, entendiendo que mi tarea era enseñar lo transcendente de los textos del Nuevo Testamento que más que atadura es expresión de una libertad que permite cuestionar las aparentes verdades que son proclamadas por los poderes instituidos…

Me encontraba en Basilea cuando estudié con detenimiento los libros del Nuevo Testamento. Aquí debo reconocer que traduje los textos tal como mi más íntimo sentimiento los aceptaba de manera que no iba a conformar ni al papado ni a la reforma luterana. Me siento claramente católico pero no puedo dejar de discrepar con unos y otros. Aun así pude constatar el gran éxito y divulgación que tuvo mi libro que al respecto titulé «Paráfrasis del Nuevo Testamento» del que Lutero se encargó de traducir al alemán, sirviéndole de propaganda y base para sus propias teorías reformistas y dando lugar a su posterior traducción al inglés. Creo que mis interpretaciones fueron entendidas por los distintos estamentos que componen esta sociedad europea que nos ha tocado vivir y que tan atemorizada está de poder ser libre. Debo decir que el nacimiento y posterior desarrollo de la imprenta favoreció mucho a los monasterios y universidades que se dotaron de libros donde descubrir a los grandes clásicos, como igualmente está siendo un gran medio de difusión del conocimiento y por supuesto también de mis obras…

He hablado con embajadores y otros grandes señores y príncipes e incluso con el propio emperador Carlos del que fui designado consejero imperial y a quien he informado de mis ideas acerca de una buena administración de la Iglesia más acordes con el pensamiento de Cristo y con algunos de los postulados de Lutero; pero Carlos de Gante me manifestó que los dictados del papa son la base de la organización eclesial y que él como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico tiene el designio de defenderlos en todo el orbe y más entre sus súbditos; ¡qué lejos estaba entonces el emperador de prever que sus ejércitos sitiarían y saquearían a la propia Roma! Recuerdo haberle modestamente sugerido que tenía conocimiento de que las personas instruidas en la península ibérica leían algunos de mis escritos publicados y que quizás una mayor tolerancia de la corriente humanista en la que creo fielmente evitaría desavenencias entre los cristianos de Europa e incluso una conveniente aproximación al reformista Lutero, pero ante esto, solo me sugirió la posibilidad de que yo intercediera ante el hereje del que sabía me tenía gran afecto y admiración y con quien mantenía una intensa correspondencia antes de tener que tomar medidas más severas y definitivas en Worms donde había convocado una dieta [1] para debatir los temas tan profundos que parecían desgajar al mundo cristiano…

Pensé y así lo refleje hace unos años cuando escribí la «Utilissima consultatio de bello turcis inferendo» [2] que «la verdadera victoria sobre los turcos no es matarlos, sino hacerlos cristianos» y en otro escrito reflejé: «Prefiero un turco sincero a un falso cristiano», y en esto último coincidía nuevamente con Luis Vives que en su «Amandi sunt Turcae» mantenía que debía amarse a los turcos. Pero el emperador no me escuchó pues tenía ya trazado su plan y su destino, justificándose en que era el turco el que entraba en sus fronteras en un impío afán de conquista siendo su obligación combatirlo y mantener los reinos que heredó para bien de sus súbditos y de toda la cristiandad…

En este repaso en las postrimerías de mi vida mortal, viene a mi mente el cardenal Thomas Wolsey, capellán de Enrique VIII y posteriormente su Lord Canciller del Reino. Sucesivas veces almorzamos juntos en Hampton Court [3] donde las charlas interminables acerca del poder de la Iglesia y del soberano inglés hacían cortas las tardes. Nuestras diatribas en debates teológicos, él era un docto en la disciplina, discurrían incluso mientras ingeríamos la comida ante la desesperación de sus sirvientes que soportaban esas largas horas atentos a la menor indicación de su señor. Wolsey según mi relativa opinión, llegado un momento había dejado de ser él mismo para doblar la personalidad del rey en todo aquello que el soberano quería oír. Su ambición no ha tenido límites y ha alcanzado las máximas dignidades eclesiásticas y cargos en la corte inglesa. Pero debo reconocer su especial habilidad política que le mostraba como gran estadista de verdadero tesón para conseguir objetivos; en igual medida era intrínsecamente un manipulador que usó de los servicios de información como nadie hasta entonces lo había hecho, siendo muy activo ante la corte española. Repetidamente me sorprendía en sus conversaciones revelándome cosas que me parecía imposible tener conocimiento de las mismas, denotando saber a la perfección los entresijos de la política en las distintas Cortes y de los oscuros intereses que se ponían en juego. Recuerdo que hizo gestiones acerca del emperador para que le apoyase en su elección al papado. Acusado de traición, terminó siendo despojado de sus cargos y prebendas, conminándosele a presentase en Londres, muriendo en el trayecto a esta ciudad en 1530; quizás quiso Dios adelantar su encuentro librándole de ser decapitado…

De algunos aspectos de la reforma de Martín Lutero he discrepado públicamente. Tuve que abandonar Basilea dado que esta ciudad donde me alojaba desde largo tiempo tomó partido por los reformistas, para marchar a Friburgo, ciudad en la que he seguido publicando algunos libros para contento y descontento de todos. Europa arde de intolerancia, odios y rencores. Las hogueras en Europa se alimentan de seres de toda condición por el solo hecho o la mera circunstancia de encontrarse en uno u otro bando ideológico. He visto arder centenares de libros llenos de conocimiento, escritos con verdadero esfuerzo para que ni una sola ceniza o sombras de ideas pudieran de nuevo prender en la mente humana. He visto a los poderosos oprimir, traicionar y ambicionar todo aquello que les era ajeno mientras los desheredados de la fortuna o de la suerte no querían otra libertad que la de recibir la bendición de cualquier clérigo corrupto o no, que les alejara de las llamas del averno. Y mientras todo esto sucede, en los palacios episcopales, catedrales y castillos se arremolinan pensadores, filósofos, teólogos, príncipes y señores, obispos y clérigos que como en los mejores tiempos de la corte de Bizancio se enfrascan el larguísimos debates y discusiones acerca de lo divino y humano, hasta el punto que ellos mismos llegan a perderse en la lógica de sus análisis…

Ahora de vuelta a Basilea me encuentro cansado, muy cansado y siento cómo la vida se me escapa y no puedo hacer nada salvo entregar el alma a mi Sumo Hacedor cuando tenga a bien recibirla mientras contemplo con amargura el odio que ha prendido en las almas de mis conciudadanos, un odio que es como un sueño del que no se sabe cuándo se va a despertar y que llevará a Europa a una larga noche…

Iñigo Castellano Barón

[1] Palabra derivada del alemán referida a la asamblea o Cortes que regía el Sacro Romano Imperio bajo el cetro del emperador.

[2] «Utilísima consulta sobre si se ha de hacer la guerra a los turcos».

[3] Nunca podría imaginar Erasmus de Rotterdam que su retrato pintado por Quentín Metsys, siglos después formaría parte de la Colección real expuesta en Hampton Court.

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