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SÁBADO SANTO . . .

Procesionando en el siglo XXI

Salida de la procesión de Granada posteriormente apedreada desde un Centro de Acogida. (Foto y noticia: https://diariodegranada.es/).
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Salida de la procesión de Granada posteriormente apedreada desde un Centro de Acogida. (Foto y noticia: https://diariodegranada.es/).

LA CRÍTICA, 16 ABRIL 2022

Por Juan M. Martínez Valdueza
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Confieso mi sorpresa con la polémica sobre el término “procesionar” y su aplicación correcta en cuanto si los que “procesionan” son las personas o las imágenes que estas portan avanzando con ellas en procesión. Así que, como quien manda, manda, en esto del lenguaje, me quedo con la RAE –que tampoco lo aclara suficientemente–, que en pocas palabras a todos contenta: «Dicho de una imagen religiosa o de quienes la acompañan».

Y este tiempo procesional español, que cubre ampliamente nuestro país de vistosas manifestaciones religiosas, nos ofrece, acorde con los tiempos, nuevas pinceladas que, al menos a mí, sorprenden (…)

Resaltaré dos de ellas, por lo insólito y, por qué no subrayarlo, inadecuadas.

La primera y más sorprendente es el intento, incluso violento, de boicotear alguna de las procesiones por nuevos grupos –a los viejos y clásicos por motivos ideológicos o antirreligiosos ya estamos acostumbrados y no sorprenden–, ante la mirada atónita de fieles y curiosos que se agolpan en torno a las mismas. Es el caso –ejemplos tenemos en Vendrell (Tarragona) y en Granada, que yo sepa–, de grupos de jóvenes musulmanes, de “menas” recogen los medios de comunicación, y a los que supongo extremistas en eso de la tolerancia religiosa y del concepto de acogida de su país receptor, que es España.

La segunda es una cuestión de estética, probablemente muy moderna pero que se aleja de la tradición de siglos que conforma el carácter de la Semana Santa española, y que se manifiesta en la tendencia de fabricar y presentar nuevos “pasos” más parecidos a los “ninots” de las fallas valencianas que a las emocionantes y realistas tallas de toda la vida de muchas generaciones. Además de parecerse algunos de ellos a recortables –de esos que antaño ocupaban los ratos de ocio de las niñas y, en algunos casos, de los niños– con sus rebabas incluidas. Ver alguno de estos pasos en procesiones significadas por su severidad y como tales buscadas y esperadas por tantos –en Zamora, por ejemplo–, reconozco que me ha impresionado negativamente.

De lo expuesto deduzco que, en el primer caso, convendría de las instituciones del Estado una mejor previsión y, en todo caso, la predisposición a cortar, digamos de raíz, esa tendencia, que no deja de ser un atentado contra la libertad religiosa y, lo que es peor, una mamarrachada incitadora de odio y de rechazo.

En el segundo caso, y dado que la estética no depende de ninguna autoridad superior, no siendo esta el sentido común, sería también muy conveniente que las cientos o miles de cofradías, muchas de ellas con varios siglos de existencia y responsables del mantenimiento de esta tradición única, pusieran orden en esta especie de carrera por convertirla en mitad parque de atracciones, mitad concurso fallero.

La Semana Santa española causa admiración y reclama respeto.

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