... nos congratulamos por varias razones: parece que aporta estabilidad política, al menos temporal, y aleja, también al menos de momento, la crispación de las relaciones con el ¿o los? partidos del Gobierno; consolida la desaparición del anterior equipo rector de su partido cuya conducta –ignorando los entresijos que pocos conocen– por lo que ha trascendido deja mucho que desear; integra las diferentes “sensibilidades” internas de su partido repartiendo el poder entre ellas, tranquilizando a todos para que vuelvan a sus tareas de gestionar –las más de las veces, que no todas– el interés general… y todo ello con la parafernalia ad hoc de correligionarios, medios y opinadores afines que dan al señor Feijóo cobertura suficiente para que realmente crea que lo que parece es.
El señor Sánchez, en la plenitud de su mandato, navegando al socaire de impetuosas tormentas casi desde su principio –que parece fuera el mismísimo Blasco Ibáñez su jefe de gabinete tras los cortinones del palacio de la Moncloa–, adivina en el horizonte próximo un aliado inesperado –el señor Feijóo– que alivie e incluso anule los empujes de sus compañeros de viaje –tan repudiados por la sociedad en su conjunto– y que últimamente –aprovechando su debilidad a causa de las presiones internacionales– le traen por el camino de la amargura. Invitación consiguiente y próximo físico encuentro entre ambos personajes como preámbulo a ese posible también encuentro, pero político.
Y por último –tres son tres las mayorías que a lo que parece se reparten el previsible y próximo percal electoral– el señor Abascal, aspirante aún a convidado de piedra en el banquete nacional, que observa en estos movimientos –supongo yo– cómo comienza a tejerse la madeja que, llegado el momento, le impedirá regocijarse en el festín. Con suma prudencia observa los acontecimientos, lo que no es mala idea, como veremos. Este Domingo de Pasión también le ha sido generoso –como a los señores Feijóo y Sánchez– dándole a sus amigos de Hungría una nueva mayoría absoluta, la quinta, mostrándole que todo es posible en la viña del Señor, incluso a pesar de la hipotética alianza de todos contra uno, como es el caso húngaro y el suyo propio.
Los demás actores y actrices presentes todavía en el escenario político nacional no pasan de figurantes en este nuevo “proyecto en gestación”, siendo muy recomendable que algunos de ellos no se demoren demasiado en hacer sus equipajes –lo más ligero posibles, por favor, que en estos tiempos todo termina sabiéndose– y que no apuren sus prebendas hasta el final, que resulta de mal gusto.
Pues bien, entre esos ciudadanos con inclinaciones conservadoras y demás a los que hacía referencia en el segundo párrafo, que resultan ser muchos millones, los hay de todas clases: más de derechas o de izquierdas que Feijóo, Sánchez o Abascal… pero con un denominador común, también más o menos denominador, pero común: están en contra de las políticas desarrolladas y ejecutadas por los gobiernos presididos por los señores Zapatero y Sánchez, y en menor medida por las del señor Rajoy, a quien reprochan no haber echado abajo las del señor Zapatero, en este caso también en mayor o menor medida. El señor Feijóo, en su discurso de intenciones, a todos estos ciudadanos los ha dejado con la boca abierta al no haber hecho mención ni siquiera lejana a ese barrido necesario, ansiado y esperado por esa ciudadanía expectante. Mala cosa.
Por otro lado, el estallido ilusionante del señor Sánchez ante la posibilidad de contar con el señor Feijóo como aliado, no se compadece con la lengua viperina de su Secretaria General, la señora Lastra, que no ha tardado, en su lenguaje atrabiliario y malsonante, en ahogar con el mantra de la corrupción –la misma corrupción que tan bien conoce su partido socialista–, al nuevo presidente del Partido Popular y a todos sus compañeros de fatigas que han estado o siguen estando en el poder. Portavoz, como es, de lo que piensa realmente su partido y sus militantes, bien tendría que tenerlo en cuenta el señor Feijóo a la hora de hacer sus cábalas. Porque, sus posibles votantes, no entenderán en absoluto su deriva anunciada.
Este exordio necesario lleva a una conclusión que, como la leche, es blanca y en botella. Si realmente la política a desarrollar por el señor Feijóo es la que parece va a ser, consolidando las leyes sectarias y demoledoras de principios, creencias y tradiciones de los gobiernos del Partido Socialista, tan del gusto de los que son contrarios a nuestro sistema constitucional y democrático, habrá que llamar la atención del señor Abascal para advertirle, como él hizo no hace tanto con su candidato en Castilla y León, que se le está poniendo cara de presidente…
Usted mismo, señor Feijóo.