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San Blas

'San Blas obispo y mártir', Aguafuerte. © Museo Nacional del Prado, Madrid.
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"San Blas obispo y mártir", Aguafuerte. © Museo Nacional del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 27 FEBRERO 2022

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(…) San Blas nació en la primera mitad del siglo IV en la antigua Sebaste, en Armenia, hoy Silas, de Turquía, ciudad tristemente conocida por la masacre de Sivas, provocada por musulmanes sunnitas, ocurrida en 1993, en la que murieron 36 personas. (…)

Los hagiógrafos, esto es, los que escriben la vida de los santos, le deben mucho a los bolandistas. Jean Bolland, con un grupo de Jesuitas iniciaron la publicación de las Acta Sanctorum, estudiando con gran rigor y exhaustiva meticulosidad, los documentos, las fuentes, los manuscritos, las actas de los martirios, distinguiendo lo que había de hechos constatables y probados de los relatos legendarios en la vida de los santos. Ya en la primera mitad del siglo XVII publicaron los dos primeros volúmenes y a lo largo de los años, con altibajos, han publicado cerca de setenta volúmenes, si bien aún no han concluido las Acta Sanctorum. Nuestro Diccionario de la lengua española, dice del bolandista: “Individuo de una sociedad formada por miembros de la Compañía de Jesús, para publicar y depurar críticamente los textos originales de las vidas de los santos”. Pues bien, cuatro son las Acta que se refieren a san Blas y en ellas, dado que el primer escrito sobre san Blas data de cuatrocientos años después de su muerte, recogen multitud de leyendas que el pueblo atribuyó a este santo, distinguiéndolas de los pocos hechos históricos probados.

San Blas nació en la primera mitad del siglo IV en la antigua Sebaste, en Armenia, hoy Silas, de Turquía, ciudad tristemente conocida por la masacre de Sivas, provocada por musulmanes sunnitas, ocurrida en 1993, en la que murieron 36 personas. En efecto, el 2 de Julio de ese año, se reunieron en el hotel Madimak, una serie de artistas e intelectuales con el escritor Aziz Nesin, que anunció que iba a publicar en Turquía, la famosa y polémica novela, Los versos Satánicos, que años antes había escrito Salman Rushdie, amenazado de muerte por musulmanes radicales. Al parecer, un numeroso grupo de musulmanes después de cumplir con sus rezos del viernes, marcharon hacia el hotel, donde se encontraban los reunidos, e incendiaron el edificio, muriendo todos abrasados, menos el propio Aziz Nesin.

Parece que Blas fue médico y que se dedicó a esa profesión con tales y tantos actos de caridad, de amor, de generosidad, unido a sus virtudes de sencillez, cordialidad, humildad, compasión y amabilidad, que al quedar vacante la sede episcopal de Sebaste, por unanimidad, el pueblo y el clero le nombraron obispo tal y como era frecuente realizar este nombramiento en aquel tiempo. A Blas le costó aceptar porque él quería llevar vida retirada, vida eremítica, pero aceptó y manifestó como Obispo un comportamiento ejemplar de amor y abnegación, propio de un santo.

Sin embargo, alcanzó a Sebaste la durísima persecución ordenada por Diocleciano, para acabar con todos los cristianos y que se cebó especialmente en Sebaste que llegó a considerarse e incluso llamarse, la Ciudad de los mártires.

La terrible persecución de Diocleciano fue agravándose a lo largo de sus cuatro edictos. El primero, de 23 de febrero del año 303, obligaba a la destrucción de los lugares de culto y de los libros de las Sagradas Escrituras y suprimía los derechos civiles de los cristianos. El siguiente, promulgado en abril, ordenó el internamiento en prisión de todo el clero. El tercero exigió a los sacerdotes que sacrificasen a los dioses bajo pena de muerte si no lo hacían. El cuarto, publicado en marzo del 304 decretó el sacrificio y muerte de todos los cristianos. Curiosamente el César Galerio, que parece haber sido el principal instigador de la persecución de Diocleciano, fue el primero en reconocer públicamente su fracaso y publicar el año 311 un edicto que constituía la rectificación de toda su antigua política religiosa. El edicto ordenaba, “… que existan de nuevo los cristianos y celebren sus asambleas y cultos, con tal de que no hagan nada contra el orden público”. (José Orlandis, Historia de la Iglesia, Tomo I, Ediciones Palabra, 1974, p.93).

Naturalmente, durante la persecución, Blas se retiró a una gruta del monte Argeus para evitar ser detenido y desde allí, bajar a escondidas a la ciudad y atender a sus fieles. Cuenta una de las Actas que consiguió reunir dinero para pagar al carcelero y que le dejaran asistir en el último día al futuro san Eustracio, y que al llegar besó las cadenas y los grillos de Eustracio, le dio la comunión y le estuvo alentando toda la noche hasta que con un abrazo le dijo: “Hasta pronto”, y Esustracio, con una sonrisa de alegría, fue a su martirio y muerte.

El prefecto Agricolao, decidió organizar juegos en la arena para lo que necesitaba animales salvajes y fue allí donde encontraron a Blas, rodeado de animales que se acercaban a él y le permitían curar sus heridas (quizá por eso en Rusia y en algunos otros países, es el patrón de los ganados). Blas sabía que ese encuentro suponía su martirio y muerte, pero como Eustracio, sonriente, se dejó conducir por los soldados.

Ahora bien, su caminata hasta la ciudad fue un paseo de triunfo, aclamado por la gente, incluidos los paganos. Todos recibían la mirada cariñosa, amorosa, de Blas y una oración para cada uno, que notaban en el movimiento de sus labios cuando la musitaba. Pero la marcha hubo de suspenderse ante los gritos desesperados de una madre que corría con su hijo de pocos años en sus brazos, como si no le pesara, entre los estertores agónicos del niño que se había comido, en su hambre, un pez entero y se le había clavado toda la espina en la garganta impidiéndole respirar. Pero la madre llegó tarde y cuando puso a su hijo ante Blas el niño ya no respiraba. No obstante, Blas se recogió en oración y le hizo al niño la señal de la cruz en la garganta e inmediatamente el niño expulsó la espina y respiró normalmente. Desde entonces se le invoca en todos los males de garganta y también existe esta jaculatoria que es más bien un grito: “¡San Blas bendito, que se ahoga este angelito!”.

Llevado hasta el prefecto, éste, conocedor de la fama que precedía a Blas intenta convencerle con agasajos y promesas que adore a los dioses que le propone. Ante el rotundo rechazo de Blas, le hace apalear y golpear hasta dejarle medio muerto. Pero Blas sigue sin ceder. Entonces, al cabo de unos días, cuando el futuro santo se ha repuesto algo del brutal apaleamiento, le hace colgar de un madero y desgarrarle el vientre con un garfio hasta dejar al descubierto sus entrañas. Como Blas sigue proclamando su fe, le llevan de nuevo al calabozo dejando un reguero de sangre, que ante la sorpresa de todos varias personas la recogen y se untan con ella. Consiguen detener a siete mujeres a las que dan muerte, pero como una de ellas tiene dos hijos se los encomienda antes de morir a Blas. El prefecto temeroso de que éste muera en prisión y no reciba el supremo castigo en público decide su decapitación, aunque dándose cuenta del favor que Blas ha suscitado entre los ciudadanos y que debe matar también a los dos niños porque comprende que éstos, después de lo que han visto, le odiarán siempre, ordena que saquen a los tres a las afueras de Sebaste y allí matan a los dos niños y decapitan a Blas. Así murió, hacia el año 316, uno de los santos más populares, tal y como como lo atestiguan las numerosas iglesias, ermitas, esculturas, pinturas y oraciones dedicadas a este santo.

Me parece que de entre los hagiógrafos que he consultado el que mejor ha retratado la personalidad y la espiritualidad de san Blas, es Blas Fagoaga, en su estudio de las cuatro Actas, así como de los lugares de culto, sus representaciones artísticas y la devoción popular:

“Ponderan las Actas las virtudes de este ejemplar cristiano: su humildad, mansedumbre, paciencia, devoción, castidad, inocencia; en una palabra su santidad… San Blas es el santo humano, bondadoso, accesible. Invoquemos en nuestras necesidades, en las enfermedades de la garganta no sólo materiales, sino también espirituales: respeto humano para confesar nuestra fe, angustias de pecados mortales ocultados, intemperancias en la bebida,…”. (Blas Fagoaga, Año cristiano, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, 1954, p. 262).

Pilar Riestra

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