... Desde 1879 a 1979 –cien años– no pudieron evitarlo. Se autoproclamaban revolucionarios, marxistas, antisistema y llegaron a ser expertos golpistas contra la legalidad política establecida. Salvo cuando a partir de 1923 el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado y el PSOE colaboró con la dictadura entusiasmado, en especial su filial sindical, la UGT, con un Largo Caballero convertido en Consejero de Estado. Y todo para que la UGT se impusiera política y numéricamente a los anarquistas de la CNT, grupo determinante en Cataluña para que Primo de Rivera se viera empujado por la rica burguesía catalana para que acabara con el sanguinario anarquismo. Ese colaboracionismo acabó cuando dimitió Primo de Rivera en 1930.
Desde 1979, el que se conoció entonces como “el PSOE renovado”, cuando el dúo González/Guerra se hizo con las riendas del partido fulminando a los “históricos socialistas”, con Rodolfo Llopis a la cabeza en el Congreso de Suresnes de 1974, aquel PSOE pareció, repito, pareció que se iba a comportar como un partido socialdemócrata del estilo de los europeos occidentales, con el apoyo de la socialdemocracia alemana de Willy Brandt, Felipe González dijo expresamente entonces que él no sería nunca socialdemócrata.
Segundo, en ningún momento ese PSOE condenó el negro historial del Partido desde 1879 ni a sus más ilustres líderes: Pablo Iglesias, Indalecio Prieto, Largo Caballero, Juan Negrín… que habían intervenido en tres golpes de Estado (también Julián Besteiro en los dos primeros) en 1917, 1930 y 1934. Todo lo contrario. Fueron ensalzados y les levantaron estatuas… por el daño provocado en nuestro país, incluso cuando promovieron históricamente la Guerra Civil, porque la deseaban y la proclamaban porque aquella no era “su República”.
Tercero, porque desde que en 1982 González/Guerra se hicieron con el poder, el PSOE se convirtió por su prepotencia sin límites en una auténtica máquina de corrupción. Los cientos de casos conocidos se encuentran en cualquier hemeroteca. En 1990, Guerra dimitió como vicepresidente por la corrupción que él mismo había generado.
Cuarto, porque desde 1985 el PSOE puso al Poder Judicial en manos de los partidos políticos, incluidos los nacionalseparatistas.
Quinto, porque esa dependencia judicial del Ejecutivo y del Legislativo le vino muy bien al PSOE –hasta hoy– para evitar condenas que podían “estigmatizar” al propio presidente del Gobierno cuando el Partido promovió los GAL.
Sexto, porque desde 1993 el PSOE se echó en los brazos del nacionalseparatismo cuando no pudo gobernar con mayoría absoluta. También, es cierto, lo hizo después el Partido Popular.
Séptimo, porque en las dos últimas campañas electorales (1993 y 1996), el PSOE acudió de nuevo al guerracivilismo para ganarlas.
Y octavo, porque cuando terminó aquella primera “pasada por la izquierda” desde 1939, el PSOE no cumplía con ninguno de los requisitos para que España ingresara en la moneda única de la UE, el paro llegó al 23 % y la Seguridad Social estaba en quiebra.
En definitiva, en el PSOE, salvo alguna rara excepción desde que se creó, toda mediocridad ha tenido siempre su asiento. A Felipe González le relevó otro socialista mucho menos socialdemócrata, resentido y odiando todo lo que no fuera la fracasada Segunda República y, menos aún, su querido Frente Popular, o sea, sectarismo, fanatismo y revolución. ¿Se acuerdan? Se llamaba Rodríguez, aquel presidente de la Ley de Memoria Histórica de 2007, hijo predilecto hoy de las dictaduras venezolana y cubana.
Aquella ley de memoria histérica antihistórica tenía como fundamento en su exposición de motivos lo siguiente: “…no es tarea de la ley o de las normas jurídicas en general, fijarse el objetivo de implantar una determinada ‘memoria histórica’, que no le corresponde al legislador construir o reconstruir una supuesta ‘memoria colectiva’”. ¿Entonces…? A cuenta de qué vinieron después tanta supresión de nombres de calles, derribo de símbolos, de exhumar restos humanos de un bando de la Guerra Civil y no del otro, de tanto odio visceral… que inevitablemente enfrenta a los españoles.
Y si eso decía aquella Ley con la bestial contradicción en un preámbulo, ¿qué dice el texto o la exposición de motivos de lo que hoy se quiere imponer como la elaborada en el mandato del camarada Sánchez que llaman Memoria Democrática? Imponer por otro frente popular de socialismo fanatizado, comunistas, separatistas, filoetarras, antisistema, etc., apoyados por la mayoría de un periodismo y unos escritores bien subvencionados con dinero público y sumisos al Poder izquierdista, sea el que sea, para vender como mercancía barata lo que ese Poder pida con objeto de imponer una ideología única, totalitaria, en la que no pueda caber la discrepancia, la historiografía basada en hechos, no en supuestos o inventos… Y todo ello para 82 años después ganar con esa dictadura una guerra revolucionaria que no pudieron ganar con las armas en la mano. Para así entretener al personal amodorrado, contenido, idiotizado y con tragaderas de garganta profunda.
Pero todo esto es lógico para el PSOE. Porque “un sistema que en unos pocos decenios ha sido literalmente secuestrado por los partidos políticos, magos en falsificar la representación y la voluntad de la ciudadanía”, como dijo el catedrático Francisco Sosa Wagner, es ya incapaz de reaccionar ante la “irresponsabilidad organizada”. Es decir, ante la dictadura de la partitocracia en que se ha convertido el actual sistema político español.
Memoria Democrática. ¿A quiénes van a achacar socialcomunistas y demás ralea que los apoya el daño hecho con el genocidio rojo de la Guerra Civil? Félix Schlayer, diplomático noruego en Madrid, junto a la mayoría del cuerpo diplomático acreditado en la capital al comienzo de aquella guerra, abrieron las puertas de sus embajadas y consulados para que se refugiaran y salvaran sus vidas en ellas miles de españoles.
Schlayer, en su libro Matanzas en el Madrid republicano, dice (pág. 46) lo siguiente: “En el espacio de tiempo transcurrido entre finales de julio y dediados de diciembre de 1936 se practicaron, solo en Madrid, noche por noche, de 100 a 300 ‘paseos’; de cuando en cuando recibía yo de los Tribunales algunas estadísticas diarias. Por eso estimo que el número de asesinatos practicados en Madrid, sin procedimiento judicial alguno, se sitúa entre los 35.000 y 40.000, quedándome con seguridad por debajo de la cifra real, si estimo que el número de hombres, mujeres y niños asesinados en toda la zona roja, durante dicho tiempo, fue de 300.000”.
¿A quiénes achacará la famosa Memoria Democrática semejante genocidio? ¿A Largo Caballero, a Negrín, a Prieto, a Carrillo, a los chequistas, a las hordas de milicianos de la UGT, anarquistas, etc.? ¿A quién? Pero está claro. Las víctimas de una de las dos zonas en que se dividió España son mucho más importantes que las de la otra. ¿Por qué? Porque así lo dicen los dictadores, los imbéciles o los fanáticos, porque dicen que Ejército (la mitad) y pueblo se sublevaron contra un poder legítimo: el del Frente Popular que en febrero del 36 rompió urnas y no publicó el resultado de aquellas elecciones.
Es imprescindible que el periodismo, en general, y los escritores fanatizados o al servicio exclusivo del dinero no se arrodillen ante sus amos y estudien. Así el pesimismo histórico que arraigó incluso antes del Desastre del 98 entre las élites y parte del pueblo español, quedó reflejado en este inadmisible juicio de Cánovas del Castillo: “Es español el que no puede ser otra cosa”. El gran escritor Pérez Galdós, republicano, en sus Episodios Nacionales, reflejó la triste realidad de España y su decadencia durante el siglo XIX. Pero en 1903, en Cartagena, cuando el Círculo Militar le invitó para elevar la baja moral de los españoles dijo: “Jamás he creído que las desdichas que agobian a nuestra Patria marquen el término de una Historia florida”.
Días después, en la revista Alma Española escribió criticando a los partidos políticos: “…han venido todos labrando la ruina de la Patria… ¡Arriba España! Este es el grito de guerra que debe sonar en todas partes, desde el palacio a la buhardilla, desde la ciudad al campo, desde el cuartel al taller, desde la escuela a la Universidad, desde el curato de la más pobre aldea hasta el Obispado, desde el juzgado municipal hasta el Tribunal Supremo”.
Por su parte, la defensa de la democracia, que es la garantía de la libertad, la defendió Torcuato Fernández Miranda, el cerebro de la famosa Transición, en una tercera de ABC con su artículo “La derecha democrática”. Decía: “No basta que decida la mayoría para que exista la democracia; es necesario que la ‘ley del número’ no anule la libertad… Cuando la mayoría considera la crítica o la discrepancia como agresión inadmisible o insulto intolerable, está a punto de ver en la minoría a un enemigo y corre la tentación de desconocerlo, ignorarlo o destruirlo. Con ello habría destruido la democracia”, y con ella, la libertad.
Stanley G. Payne afirmó en el prólogo del libro La gran revancha lo siguiente: “Hay mucha más continuidad con el pasado y la Guerra Civil en el Partido Socialista que en el caso del Partido Popular”. No es continuidad. Es la auténtica obsesión en el PSOE y en el PCE, caso único en toda Europa.
Esta desinformación, odio visceral, obsesión y fanatismo radical que entrañan las dichosas leyes socialistas, tienen su origen en algo fundamental: la Enseñanza.
Desde 1982, como desde que tuvieron cualquier poder los socialistas desde 1879. Lo tuvieron siempre claro: “la Enseñanza es nuestra”. ¿Para qué? Para utilizarla en beneficio exclusivo del Partido. Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE desde 1939 hasta 1974 en el exilio, maestro y masón, lo expuso con meridiana claridad: “En la escuela hay que hacerse con el alma de los niños”. Y después con la de los adolescentes y los jóvenes.
A ver si se enteran de una puñetera vez los que ni leen, ni estudian, ni analizan a fondo nuestra Historia más reciente. Ahora, a mediados de agosto de 2021, unos y otros discuten sobre la nueva Ley de Enseñanza promovida por esa señora socialista multimillonaria de Neguri que ha sido recientemente relevada del cargo de ministra por Sánchez.
La Ley va a lo de siempre en el PSOE. A hacerse con el alma de todos y a relegar la excelencia para igualar por abajo. Y de los que estudian magisterio. Y de todo aquel que no se entera de lo que ha sido el Partido Socialista (lo de Obrero y Español le sobra) desde que se fundó.