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Pretorianismo Made in USA

Duelo entre Alexander Hamilton y Aaron Burr, en el que resultaría muerto el primero. (Ilustración: © North Wind Picture Archives / https://www.muyhistoria.es/).
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Duelo entre Alexander Hamilton y Aaron Burr, en el que resultaría muerto el primero. (Ilustración: © North Wind Picture Archives / https://www.muyhistoria.es/).

LA CRÍTICA, 22 MAYO 2021

Por Manuel Pastor Martínez
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Hace pocos días algunos medios españoles calificaban como algo “insólito” la publicación de una Carta Abierta de Generales y Almirantes estadounidenses retirados (flagofficers4america.com), muy crítica de la presidencia de Joe Biden, firmada por 120 (cuando escribí esto hacia el 20 de Mayo el número de firmantes parece que ya superaban los 300). (...)

... Mi maestro Stanley G. Payne propuso el término “pretorianismo” para calificar el fenómeno de la injerencia o intervención de los militares en la política, en su clásico estudio sobre la España liberal del siglo XIX, prolongando sus análisis hasta la Guerra Civil y el Franquismo. Y el fenómeno no es una debilidad nacional exclusiva de la historia española.

La democrática Francia, modelo para muchos progresistas, no puede entenderse sin un similar pretorianismo corporativo o un característico y personalista bonapartismo, desde el gran Napoleón Bonaparte y su sobrino-nieto Louis Bonaparte (Napoleón III), hasta Philippe Pétain y Charles De Gaulle.

Es preciso recordar que la Democracia Americana se inicia, tras la Independencia y la Convención de Filadelfia, con la elección como primer presidente constitucional del general George Washington, y que su historia está jalonada por las presidencias de otros generales o coroneles, demócratas/liberales (A. Jackson, W. Harrison, J. K. Polk, Z. Taylor, F. Pierce, el confederal J. Davis, A. Johnson, H. S. Truman) y republicanos/conservadores (U. S. Grant, R. Hayes, J. Garfield, C. A. Arthur, B. Harrison, T. Roosevelt, W. H. Taft, D. Eisenhower).

Un padre de la Constitución federal y del propio sistema político- económico americano, que no pudo ser presidente pero ejerció gran poder e influencia fue el general Alexander Hamilton, fundador del partido Federalista (abolicionista, precursor real del partido Republicano), consejero de Washington y primer secretario del Tesoro.

No ocultaré que desde los inicios de la República hubo jefes militares (generalmente Demócratas) que adoptaron posiciones anti-democráticas, bonapartistas o golpistas, como el coronel Aaron Burr (vicepresidente de T. Jefferson) o el general James Wilkinson (éste, incluso, presunto traidor y espía al servicio de la Corona española, o quizás “doble agente”), y rebeldes secesionistas como el mencionado presidente de la Confederación Jefferson Davis y demás generales sureños en la Guerra Civil.

Durante la Segunda Guerra Mundial y consiguiente Guerra Fría, algunos generales –destacadamente George C. Marshall, jefe de las Fuerzas Armadas, enviado especial en China, secretario de Estado y secretario de Defensa con los presidentes demócratas F. D. Roosevelt y Harry S. Truman- se significaron con algunas decisiones políticas y estratégicas altamente polémicas (por ejemplo, en el caso de Marshall respecto a la guerra civil entre Nacionalistas y Comunistas, facilitando el triunfo final del maoísmo en China).

Si desde la Guerra Civil hasta la Guerra Fría el rol de los militares-presidentes Republicanos fue en general ejemplar (particularmente en los casos de Grant, Roosevelt y Eisenhower), el de los militares-presidentes Demócratas es más cuestionable y en algunos casos negativo.

La profunda debilidad de las administraciones Demócratas de Truman, de Kennedy y de Johnson se debió en gran medida –junto a las eficaces redes del espionaje e infiltración comunista en el gobierno de los Estados Unidos- al papel del estamento militar (en concreto, del segmento pro-Demócrata de la alta burocracia en el Pentágono) ante los sucesivos conflictos y crisis en China, Corea, Vietnam, Laos, Camboya… y asimismo en Cuba e Hispanoamérica.

Desde los inicios de la Democracia Americana hubo denuncias de potenciales bonapartistas. En algunos casos de un bonapartismo positivo, constructivo: Alexander Hamilton; y en otros de un bonapartismo negativo, destructivo: Aaron Burr (quien también sería el asesino de Hamilton), y no faltaron intentonas abiertamente golpistas/secesionistas (del mismo Burr y de los generales John Adair, James Wilkinson, W. Harrison y Andrew Jackson, éstos retractándose convenientemente a tiempo).

La Secesión involucró a un buen número de jefes militares del Sur con el general-presidente de la Confederación a la cabeza, Jefferson Davis, y el Comandante Supremo general Robert E. Lee, en un conglomerado de militares con instintos golpistas y bonapartistas (aparte de esclavistas y del partido Demócrata) que se sumaron a la rebelión junto a los líderes políticos.

No faltaron en el ejército de la Unión, como reacción, algunos generales con ambiciones políticas pretorianas o, para seguir la moda, bonapartistas, como en el caso del general George B. McClellan, uno de los primeros jefes militares del Norte, nombrado y destituido por Lincoln, rival sin éxito del presidente Republicano como candidato del partido Demócrata en las elecciones presidenciales de 1864 (y finalmente gobernador de New Jersey entre 1878 y 1881).

Desde que el presidente Eisenhower en su discurso de despedida denunciara la existencia del “complejo industrial-militar”, fenómeno precursor de lo que hoy conocemos (o desconocemos) como el “Deep State” en alianza con el “Establishment” bipartidista, el pretorianismo ha estado presente desde 1960 en el fondo de los fraudes electorales y de los acosos políticos golpistas (“Silent Coup” y “Paper Coup”) contra los presidentes Richard Nixon y Donald Trump.

1960-2020, desde la “Counter Culture” hasta la “Cancel Culture” enmarcan un proceso degenerativo de la Democracia Americana. No es un delirio conspiro-paranoico, la literatura de investigación seria y reconocida es ya considerable. Por ejemplo, sobre el fraude electoral masivo: E. Mazo (1960), R. Nixon (1962), S. M. Hersh (1997), I. Gellman (2021), J. Fund & H. von Spavosky (2021), D. Murdock (2021). Y sobre el golpismo con cierta colaboración pretoriana: L. Colodny & R. Gettlin (1991), R. Locker (2019), J. Corsi (2018), D. Nunes (2018), L. Smith (2019, 2020), S. Lokhova (2020).

Volviendo a la Carta Abierta mencionada al principio, lo verdaderamente insólito es que su tono constitucional liberal-conservador -más que gesto pretoriano, un ejercicio de la libertad de expresión- no haya merecido mucho espacio informativo o de debate en los medios estadounidenses, probablemente por la virtual censura del régimen Demócrata-izquierdista de Joe Biden-Kamala Harris.

Ciertamente insólito es el tono crítico respecto al Presidente, al sesgo ideológico que representa su partido-coalición, al proceso electivo, y a la inhibición del FBI y de la Corte Suprema en la investigación del posible fraude electoral masivo.

¿Es el general Lloyd Austin, nuevo secretario de Defensa de los Estados Unidos, parte del núcleo estratégico que apoya los actos ilegales de Marruecos contra España, y trata de apaciguar los actos terroristas de Gaza contra Israel?

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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