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Reflexiones sobre el 23-F. Un testimonio personal

El autor, Manuel Pastor, confinado por la pandemia en su casa del lago, al norte de Minnesota.
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El autor, Manuel Pastor, confinado por la pandemia en su casa del lago, al norte de Minnesota.

LA CRÍTICA, 24 FEBRERO 2021

Por Manuel Pastor Martínez
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(...) Los españoles nos merecemos una explicación y la verdad sobre este asunto que está, a mi juicio, en la raíz de la incapacidad de consolidación de nuestra democracia. En mi caso, esta experiencia contribuyó a distanciarme del socialismo y de cierta política partidista para dedicarme exclusivamente a mi trabajo en la universidad. (...)

La lectura en 2010 del libro de Jesús Palacios, 23-F, el Rey y su secreto, me ha hecho retroceder en el túnel del tiempo de la memoria para recordar algunos hechos significativos de los que fui testigo personal, que he compartido con algunos amigos, pero nunca publicado.[1]

Durante el verano de 1980 trabé cierta relación con el embajador norteamericano Terence Todman y su esposa Doris, que visitaron Santander invitados por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, en la que yo trabajaba con el equipo del rector Morodo. Les acompañé en algunas visitas turísticas y gastronómicas por la región (en el libro de visitas de El Molino en Puente Arce dejarían la más elogiosa de las notas posibles, con sus firmas: “El mejor restaurante que hemos conocido”) y quedamos de continuar viéndonos en Madrid. Las circunstancias no lo permitieron, pero el embajador encargó a un alto consejero de la legación, Allen Smith, que continuara los contactos conmigo. Durante algunos meses de 1980-81 mantuvimos varios encuentros y comidas, y puedo decir que llegamos a tener una fluida relación de amistad. Resultaba obvio que estaba interesado en mis informaciones sobre el PSOE (especialmente relativas a la contradictoria actitud respecto a la NATO), ya que yo había sido secretario de relaciones internacionales y participado en el comité de unidad socialista, como representante del PSP de Tierno Galván y Raúl Morodo, y entonces trabajaba part time, aunque cada vez con menos entusiasmo, en la Comisión Internacional (que componíamos realmente muy pocas personas: Luis Yánez, Curro López Real, Elena Flores, Tino Arenal y pocos más). Allen nunca me lo dijo, pero siempre sospeché que era un oficial de la CIA, a lo cual yo no le daba demasiada importancia (de hecho mantuve una relación parecida en la misma época, aunque menos amigable, con otro agente de inteligencia, Anatoli Krasikov de la KGB) ya que a mí también me interesaban los intercambios de informaciones sobre política internacional con personas cualificadas. Da la curiosa casualidad de que ambos, Allen y Anatoli, serían declarados personas non gratas por el gobierno español y expulsados poco después del 23-F. Fue entonces cuando supe, por informaciones aparecidas en Cambio16, que Allen Smith en realidad era el jefe de la estación de la CIA en España.

Veinticuatro horas antes de los sucesos del 23-F de 1981 me encontré, por idea suya, con Allen Smith en la cafetería-restaurante Mazarino de la calle Eduardo Dato en Madrid. Recuerdo perfectamente la conversación que mantuvimos y sus palabras, que en sustancia venían a decir: Primero, que la embajada de los Estados Unidos tenía información de que se estaba tramando “algo”, con la anuencia del Rey y del partido socialista. Segundo, que el muñidor de la operación (no especificó si política o militar) era Manuel Prado y Colón de Carvajal, amigo personal del Rey, que eventualmente podría ocupar la cartera de Defensa en un gobierno de concentración.

Aunque la información oficiosa procedía de los servicios de información de la Embajada/Departamento de Estado, Allen Smith como buen oficial de inteligencia de la CIA (tradicionalmente rival en las batallas burocráticas con las agencias diplomáticas) quería contrastar dicha información con otras, procedente en mi caso del interior del PSOE. Lo único que le pude decir es que no tenía ni idea de lo que me estaba contando, y le aseguré que estaba personalmente convencido de que Tierno Galván, entonces presidente de honor de los socialistas, tampoco (Raúl Morodo no se había integrado en el PSOE y estaba más bien cercano al presidente Suárez, principal víctima de la supuesta operación).

Esta fue mi última entrevista con Allen Smith (aunque creo recordar que se despidió por teléfono antes de abandonar España). Tras los sucesos del 23-F, la mayoría de relatos y libros han ignorado el papel de Prado y Colón de Carvajal. La primera excepción sería el libro de Vilallonga de Conversaciones con el Rey, en el que éste reconoce que en la noche del 23-F el personaje en cuestión se encontraba en la Zarzuela. Ricardo de la Cierva lo comentó también en su libro sobre el infausto episodio. Ahora veo que Jesús Palacios lo sitúa más propiamente en el contexto e insinúa que pudiera ser el enlace, dentro de la Zarzuela, con el general Armada, al que todos esperaban y que solo Sabino Fernández Campo impidió que llegara.

La denominada “Operación De Gaulle”, al parecer y según ha contado Abel Hernández citando como fuente al general Fernández Campo, tuvo sus orígenes en un dictamen redactado por un experto, don Carlos Ollero, catedrático de Derecho Constitucional (y uno de mis maestros en la Universidad Complutense), aunque dudo mucho que él mismo supiera el uso que se haría del mismo. El documentado libro de Palacios no cita –quizás por su carácter periférico– a Carlos Ollero ni a Allen Smith, expulsado éste a raíz de los acontecimientos, según se alegó, por “controlar” las conversaciones telefónicas del Rey (no es baladí el hecho de que haya sido probablemente el primer y único agente de la CIA expulsado de España).

Supongo que lo más sorprendente de la lista del gobierno de concentración de Armada que reproduce Palacios son los nombres de los políticos de izquierda: los socialistas Felipe González, Javier Solana, Enrique Múgica, y Gregorio Peces Barba, así como los comunistas Ramón Tamames y Jordi Solé Tura. Pero también sorprenden los “traidores” a Suárez en las filas de UCD: Cabanillas, Álvarez, y sobre todo Rodríguez Sahagún. El resto no son sino una colección de oportunistas de distintos colores bajo la etiqueta de “liberales” monárquicos y ex franquistas del ubicuo club “Estoloarreglamosentretodos”: Luis María Ansón, Antonio Garrigues, López de Letona, Ferrer Salat, Herrero de Miñón, etc. La única presencia disonante en la lista, a mi juicio, es Fraga. ¿Se le incluyó en el último momento en sustitución de Prado?

Espero que los historiadores en un futuro no lejano nos aclaren todos los enigmas, secretos e imposturas. Con su magnífico trabajo de investigación Jesús Palacios ha allanado el camino considerablemente. Los españoles nos merecemos una explicación y la verdad sobre este asunto que está, a mi juicio, en la raíz de la incapacidad de consolidación de nuestra democracia. En mi caso, esta experiencia contribuyó a distanciarme del socialismo y de cierta política partidista para dedicarme exclusivamente a mi trabajo en la universidad.

[1] Estas reflexiones fueron escritas y publicadas en 2011.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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