... Fui con mi madre al funeral y recuerdo que un hombretón, con su mejor buena voluntad, le dijo a la madre (viuda), que se consolase que le quedaban seis hijos. Todavía tengo grabada la indescriptible mirada de la madre. Después, al oír hablar a la madre con la mía, comprendí la mirada. Cierto que había tenido siete hijos, pero cada uno era único. La mirada pícara de Enrique cuando no decía toda la verdad, su sonrisa contagiosa, sus pasos por el pasillo, veloces, cuando le decía que ya estaba la comida, el beso que le daba después de hacer alguna travesura, que era su manera de pedirla perdón,… Sí, Enrique era hijo único como lo eran cada uno de sus seis hijos. (Este hecho no lo viví yo, me lo contó un familiar en primera persona y así lo relato).
Se dice, con razón, que Dios sólo sabe contar hasta uno. Si en el mundo sólo existiera un hombre y hubiera pecado, Dios hubiera hecho por él, lo mismo que hizo por toda la humanidad, aunque de distinta forma, para demostrarle su amor y enseñarle a amar. La Virgen, su Madre, identificada con su amor, sólo cuenta hasta uno y a cada uno de nosotros lo quiere como hijo único. De manera que podemos decir, individualmente (yo, tú, él), que la Santísima Theotokos, es mi Madre.
Fue en el Concilio de Éfeso (puerto de la actual Turquía), celebrado entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431, donde se declaró este dogma cristológico: la Virgen es Theotokos, palabra griega que significa Madre de Dios (literalmente “la que dio a luz a Dios”). Por tanto, la Virgen es Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre de cada hombre.
Con relación a María Madre de Dios, de donde derivan la totalidad de sus otros títulos, significa, según el Concilio de Éfeso, que el hijo de María es completamente Dios y completamente humano y que sus dos naturalezas, unidas hipostáticamente, son inseparables de la única persona: Jesús.
Por lo que se refiere a Madre de la Iglesia, así se recoge en la oración después de la comunión de su Misa: ”Hemos recibido con alegría los sacramentos del cielo; te pedimos ahora, Señor, que ellos nos ayuden para la vida eterna, a cuantos proclamamos a María Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia.” Así, la maternidad cristológica se convierte también en maternidad eclesial.
Respecto a considerarla Madre de cada ser humano (el ser humano es hombre y mujer), escribe Enzo Lodi:
“…el recuerdo del comienzo del año se funde perfectamente con este tema, según el cual la concepción virginal de María es el acto inicial de la salvación. En esta misteriosa reciprocidad entre María y el Espíritu, que cubre con su sombra a María haciéndola fecunda, se revela también el rostro materno del Padre, o sea, su amor misericordioso. La maternidad de María no es, pues, un hecho funcional, porque ella, en lugar de ser el instrumento pasivo de una maternidad prodigiosa, se convierte en el verdadero icono del misterio trinitario, donde el Padre engendra desde la eternidad al Hijo en el amor del Espíritu Santo, como María engendra en la carne, por medio del Espíritu, al mismo Verbo eterno. María es, por tanto, el sujeto fecundo de este ininterrumpido diálogo con el Padre, por el cual su corporeidad femenina es asumida por el Espíritu, que hace de la misma el camino de salvación para toda la humanidad.” (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. SAN PABLO, 1990, p.34).
Dos hermanos sacerdotes, Justo y Rafael López-Melús, han escrito: “Esta es María. Constituida Madre de Dios en la Encarnación, constituida madre nuestra en el Calvario: “He aquí a tu madre, he ahí a tu hijo”. Tan cercana de Dios por su Divina Maternidad, y tan cercana a nosotros por su humana naturaleza. Madre de Dios para alcanzarlo todo, madre nuestra para concederlo todo… María se nos presenta siempre ejerciendo las funciones de madre.” (Justo y Rafael María López-Melús, EL SANTO DE CADA DÍA, Ed. APOSTOLADO MARIANO, 2009, p.7). Y como de María, Madre de Dios, dice Santo Tomás de Aquino, que “María por ser Madre de Dios tiene cierta dignidad infinita” (yo, tú, él), la invocamos, especialmente en estos tiempos de pandemia: Theotokos, mi Madre, la Omnipotencia Suplicante.
Pilar Riestra