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Perdón más dimisión

El ínclito Fernando Simón. (Foto: RTVE)
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El ínclito Fernando Simón. (Foto: RTVE)

LA CRÍTICA, 4 NOVIEMBRE 2020

Por Íñigo Castellano Barón
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A propósito de las últimas disculpas, consecuencia del escándalo surgido, presentadas a instancia de sus jefes por el monótono y machacón eco de la política errática del Gobierno de la Nación que representa el sr. Simón, se viene observando desde tiempo que los políticos de la casta han encontrado un instrumento eficaz y sustitutivo a la dimisión. (...)

... La nueva herramienta es pedir perdón por sus ineficacias, errores, bagatelas y otras consideraciones. Es lógico, pues a lo largo de toda al menos una legislatura, tener que fingir un papel sin ser actor es muy complicado y al final se manifiesta que uno no se cree el papel a jugar. Me explico: muchos se apuntan a demócratas, feministas, defensores del no género y un largo etcétera inimaginable, porque eso es lo que toca, lo políticamente progresista, aunque naturalmente no se crea en ello e incluso íntimamente se rechace. A veces incluso ni se sabe lo que se dice pues el fin no es transmitir un mensaje a la ciudadanía sino tan solo hacer ruido que los medios recojan como cortina de humo de males mayores que se deben ocultar al pueblo soberano. Por ello, no puede evitarse en ocasiones sacar lo que se lleva dentro, es decir lo contrario a lo que se defiende, con la consiguiente reprimenda de los opositores. Pues ante esto, he aquí que ya se tiene la fórmula para abortar lo que debería implicar la lógica dimisión: «Pido disculpas…pido perdón…tomo nota… no se repetirá…se ha sacado de un contextoconfirmo que todavía tengo por delante un recorrido…» en definitiva se trata de evitar tener que dimitir por mentir en sede parlamentaria, haberse desdicho de algo anterior o de incurrir en infracción de la propia normativa impulsada desde su escaño.

Todo vale en la política antes de tener que abandonar su puesto de trabajo e irse a las colas del INEM. Mucho más eficaz es permanecer en la «Agencia estatal de empleo y recolocación» que hoy día y muy generalizadamente supone el Congreso de Diputados. El perdón, distinto al de los cristianos que pedirlo implica arrepentimiento, es la vara mágica, el curso de perfeccionamiento necesario en ocasiones para seguir cobrando el sueldo y demás prerrogativas sin tener que dimitir, aunque los errores no sean de bulto sino de más alcance para los ciudadanos. La petición del perdón político reviste a veces un aurea de humanismo social y sensibilidad política que engrandece a quien lo pide sin importar el daño causado. Del perdón judicial no hablo pues para eso el Congreso de Diputados está aforado y en consecuencia blindado, y solo un Suplicatorio podría ponerles ante la Justicia.

Pues bien, «la Agencia estatal de empleo y recolocación» que tiene vocación de permanencia sobre todo a partir del instrumento hallado como la petición de perdón, supera el pudor, la ética y la estética parlamentaria. Y dado que los seres humanos tendemos por propia naturaleza a cometer usos y abusos, mentiras, errores y demás…, con este utilitarismo del perdón ya no tienen un muro de contención, pues el pedirlo limpia todo. Entretanto a cobrar y a instar subidas de sueldos para los diputados, y si alguno se va del redil, se le recuerda su deslealtad por haber estado cobrando del partido para luego marcharse. Esto es así porque los políticos tienen muy interiorizado que lo que ocupan es un puesto de trabajo, muchos no han conocido otro, y por tanto quien paga manda…

Y qué es de la democracia? Ah! bueno, eso es distinto! eso sirve para llenar los vacíos discursos de adjetivos calificativos, y dar un tinte de justicia social a los clientes, perdón, a los afiliados y votantes. Entretanto los ciudadanos de uno u otro signo asistimos a: donde dije digo y a donde digo Diego, sin tener mecanismos de acceso a la clase política salvo cuando se nos pide el voto cada cuatro años. La siempre España invertebrada. Por ello solo escribir en aquellos medios de comunicación libres que nos lo permitan para denunciar las vergüenzas a las que nos someten, parece ser la única vía de proclamar las pequeñeces de una clase política cuya preparación, lealtad a la Patria e ineficacia en su gestión son su principal distintivo. Entretanto no hay dimisiones y sí empleo para los fieles al partido.

Alguna vez cambiará la ineptitud y el aferramiento al poder, y las dachas oligárquicas cuya obra el «Jardín de los cerezos» se ve hoy escenificada en el Congreso de los Diputados, se transformará en otra obra más esperanzadora para nuestro país, porque España lo necesita y porque siempre tarde o temprano las tierras florecen tras un buen arado. Los ciudadanos tomaremos buena nota de quienes nos han gobernado y volveremos a votar.
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