En la conferencia de prensa de la Casa Blanca el pasado 19 de Junio, ante una pregunta de un periodista si el presidente Trump era anti-fascista, la secretaria de prensa Kaylight McEnany respondió afirmativamente: “No solo apoya el anti-fascismo sino también el anti-anarquismo…”. Le faltó añadir asimismo el “anti-comunismo”, pero estaba lógicamente implícito en la respuesta.
Lo interesante de la anécdota es que el presidente Trump se postula así expresamente como el principal y más influyente adalid político del Anti-Fascismo en las derechas liberal-conservadoras contemporáneas. Lo siento, profesor Harold Bloom (RIP): Trump no es un fascista, como Ud. afirmó con mala fe “progresista” o por ignorancia, tras calificar también de fascistas a los partidarios del Tea Party (ya que después de tantos años como profesor de literatura en la universidad de Yale debería conocer los análisis rigurosos sobre el fascismo del profesor español Juan J. Linz, en la misma universidad).
El profesor Linz y su amigo y admirador académico el profesor Stanley G. Payne, mi maestro, gran hispanista e historiador ejemplar del Fascismo, han elaborado los análisis esenciales –a mi juicio, definitivos– sobre el polémico fenómeno histórico, tanto en su expresión “paradigmática” como en la “genérica”, incluidos los casos españoles del falangismo y del franquismo.
Pese a la confusión simplificadora evidente e interesada, sin considerar las grandes diferencias ideológicas entre los regímenes del Fascismo italiano, del Nazismo alemán y de otras dictaduras autoritarias coetáneas como la del Franquismo español o del Kuomintang chino, el noble concepto del Anti-Fascismo tuvo un valor movilizador en defensa de los valores liberales y democráticos hasta que el propio concepto fue corrompido por la propaganda comunista de la Komintern (1919-1943) y de la posterior Kominform (desde 1947, durante la Guerra Fría). León Trostky ya insinuó en La Revolución Traicionada (1937) que el Estalinismo y el Fascismo eran fenómenos simétricos, y el americano Max Eastman en La Rusia de Stalin (1940) abundó en la misma idea.
Otro americano, notorio “Cold Warrior”, el escritor William F. Buckley Jr., propuso el término negativo Anti-Anti-Comunismo (en un libro de 1954 apologético sobre el Anti-Comunismo del senador Joseph McCarthy) para calificar las distorsiones y manipulaciones progresistas del Anti-Comunismo y del Anti-Fascismo (McCarthy era anticomunista y había sido un luchador antifascista durante la guerra). Se atribuye al demócrata populista “bayou” Huey Long la opinión de que si el Fascismo algún día llegara a EEUU sería disfrazado de Anti-Fascismo. Astuta premonición del futuro movimiento terrorista Antifa.
La violencia desatada en años recientes por grupos como Antifa y Black Lives Matter en EEUU, y grupos similares o miméticos en Europa (en España particularmente desde el 15-M con el concurso de Podemos, Bildu, ERC, Cup, etc.), evidencia la necesidad del nuevo término, en este caso desmitificador y positivo, de Anti-Anti-Fascismo.
En la noche del pasado 3-4 de Julio, en Mount Rushmore (South Dakota) un brillante y vibrante presidente Trump, acosado por las izquierdas y las Fake News, celebró un mitin de resonancias épicas y patrióticas, condenando la última oleada de violencias por los grupos radicales anti-americanos y anti-demócratas con verdadera obsesión iconoclasta. Enlazando con las palabras de la secretaria McEnany antes mencionadas, Trump denunciaba el “Fascismo de la extrema izquierda” (en realidad el Fascismo siempre ha sido un producto de izquierdas extremas). El presidente se reafirmaba así como campeón del Anti-Anti-Fascismo, con una inteligente referencia al tópico de la “Justicia Social”, denominador común de todas las ideologías autoritarias/totalitarias destructivas de la Justicia y de la Sociedad –como explicó muy bien, repetida y extensamente Friedrich A. Hayek en sus últimos años– que hoy permea todas las ciencias sociales y discursos progresistas en las universidades occidentales donde se adoctrina a la juventud radical (por ejemplo, no es casualidad que la última presidenta de la decadente American Sociological Association, Patricia Collins, sea autora de una obra muy celebrada por la crítica progresista sobre la “JusticiaSocial”).
Como iniciativa patriótica y acto de desagravio frente a la presente barbarie iconoclasta del Anti-Fascismo, el presidente americano propuso la creación de un gran parque de estatuas o “National Garden” de Héroes Americanos. En la lista de nombres históricos incluyó al español Daniel Boone, pero se olvidó de los frailes misioneros franciscanos Junípero Serra y su cofrade Francisco Palou (fundador éste de la misión/ciudad de San Francisco, primer historiador de California y biógrafo de Junípero Serra), aparte de otros múltiples nombres de exploradores, misioneros y colonizadores españoles que también contribuyeron a crear la Civilización Americana.
San Junípero Serra, cuyas estatuas han sido vandalizadas total o parcialmente en San Francisco, Los Ángeles, Palma de Mallorca, y en su pueblo natal Petra (en la misma isla balear), tiene una merecida estatua en el Congreso de los EEUU. Como escribió el prestigioso historiador de
Columbia University y embajador en España, Carlton J. H. Hayes, en el prólogo a una biografía del santo franciscano mallorquín: su personalidad tiene un gran valor simbólico y civilizador, ya que “todas las Américas son España, y España es todas las Américas”. En la misma línea son muy acertadas las palabras este 4 de Julio del actual embajador Richard Duke Buchan: “Estados Unidos es un país hispano y valoramos mucho nuestro legado español”.