... junto con la prepotencia, imperen en el lamentable lenguaje de alguno de sus componentes, que además, representa indignamente a sus electores quienes, al fin y al cabo y de algún modo le han prestado su confianza y le han encomendado la protección de sus intereses.
No puede ser que el insulto, la insidia, la mentira y los peores modales, sean el diario discurrir del diálogo parlamentario, porque el Parlamento debe de ser un espacio donde se consagra la Democracia, mediante el “juicio por discusión” que es la fórmula política de la libertad de expresión, lo que propicia en consecuencia usar de la mesura y el cuidado en evitar la agresión al oponente que, en ningún caso es “el enemigo”, sino el opositor que piensa de modo distinto y que tiene el derecho indiscutible de defenderlo, en concordancia con su partido y sus electores.
Es, precisamente, el juicio por discusión el que mejora las leyes y las hace más universales y, a veces, por desgracias, la llamada “disciplina de voto” impide a algunos diputados votar en conciencia leyes y disposiciones manifiestamente mejorables.
Pero consideraciones generales a parte, los espectáculos que han dado los señores Rufián y Tardá uno de estos últimos días, son indignos del lugar y de las personas, hasta tal punto que la Presidencia se vio obligada a expulsar de la Cámara a uno de ellos y de advertir al otro que sus palabras, (las de ambos) no figurarían en el Diario de Sesiones, pues es tal la vergüenza que causa escucharlas que huelga toda consideración sobre ellas.
No solamente revelan mala educación, sino también ignorancia, porque si bien las intervenciones extemporáneas y malsonantes de Rufián se comentan por si solas, el epíteto de “fascista” en labios de Tardá significa que su señoría no está al corriente por completo del significado de dicha palabra y, menos aún de la ideología que representa.
Pero es inútil tratar de enseñar a quien no quiere o no tiene capacidad suficiente para entender, así que lamentemos lo que ha elegido la Nación y no nos extrañemos que fuera de España gocemos de poca consideración, porque quizás no merecemos otra mejor.
Fernando Álvarez Balbuena