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Entre la tradición y la estupidez

(Foto: www.replicantes.com)
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(Foto: www.replicantes.com)

LA CRÍTICA, 15 AGOSTO 2018

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Costumbres ancestrales de León, zonas de Castilla y Norte de Extremadura son las de anunciar las bodas con cohetes, bombas, o manchando nuestras calles con regueros de pintura que perduran más tiempo que los mismos enlaces...

... Lo que podía tener sentido en el S.XVIII cuando las únicas redes sociales eran el comadreo vecinal y la gran asamblea de la misa de domingo, lo pierde hoy día en el que –además de los invitados– los allegados, amigos y conocidos tienen infinitas posibilidades de conocer los actos sociales. A los demás nos importa un carajo sus enlaces, no tienen por qué molestarnos con explosiones o manchando nuestras calles.

En tiempos remotos se anunciaban los matrimonios con las amonestaciones en la misa dominical. Las alcahuetas ya habían divulgado tiempo atrás de si menganito cortejaba a la hija de zutanita, pero por si acaso a alguien no le iban los cotilleos –sería como hoy estar sin WhatsApp– los amigos del novio se encargaban de recordarlo uniendo tras el compromiso las casas de los contrayentes con un reguero de paja trillada que daba testimonio de la futura unión que debía durar hasta que la vida los separara. Luego, el viento del mediodía limpiaba la paja que acababa siendo reciclada como abono o consolidando el barro de la calle, a veces haciendo juego desdichado con la inquebrantable unión.

Pero ¡hete aquí! que con la llegada de las cosechadoras y, a falta de paja trillada, a algún iluminado se le ocurrió perpetuar la tradición con lechada de cal. Valga la sustitución pues a las primeras lluvias ha desaparecido el reguero. Pero…, claro, los de este pueblo y los amigos de este novio ¡somos las hostia! y vamos un paso más adelante. No nos importa que los contrayentes vivan a cinco o diez kilómetros. Cogemos unos bidones de pintura al temple, hacemos un agujero y desde el maletero del coche confundimos al resto de conductores pintando líneas continuas, discontinuas y a veces con tantos garabatos que nadie va a saber si es la firma del autor o la muestra del estado de alcoholemia de conductor y pintores.

Y siendo grave el asunto, pues conozco el caso de un dramático accidente de tráfico por seguir una de estas marcas que acababa en un precipicio, teniendo en cuenta además la absoluta pasividad al respecto de alcaldes y agentes subordinados, no es lo peor. Es más grave aún utilizar como sustitutivo de la paja original pinturas acrílicas o sintéticas que como la de mi calle tienen la friolera de diez años. Hace ocho que el matrimonio acabó como el rosario de la aurora. No quiero ni imaginar el cariño que, la que se ha quedado con la casa, debe de tenerle a semejante obra de arte.

Algo parecido ocurre con los cohetes. Resulta curioso que esté prohibido el uso indiscriminado en prácticamente todo el territorio nacional y que nadie haga nada al respecto. Creo sinceramente que, si alguna vez tuvo esta práctica sentido anunciando los casamientos a las aldeas vecinas, hoy carece de él. Más teniendo en cuenta que los lanzadores pirotécnicos parecen elegir las horas de la siesta y las del primer sueño en las que más molestias causan para hacer sus alardes.

No seré yo el que maldiga las uniones de esos amigos de pintores y pirotécnicos descerebrados deseando a los contrayentes infidelidad, hijos contrahechos y los mayores males del mundo. Pero estoy seguro de que, cuando veo orinarse, temblar y esconderse a mi perrita por uno de esos petardos que cada sábado hacen temblar el alma, alguien lo hace. Alguien maldice esa unión. Dudo que sea la perrita que es lo más noble del mundo, pero por si acaso –futuros contrayentes– yo tendría más cuidado. Hay cosas con las que es mejor no jugar por mucho que sean tradicionales.
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