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Fátima: “El sol se mueve, se cae: lo he visto”

Caricatura de Alfonso Costa y su famoso discurso en la Cámara de los Diputados portuguesa el 20/11/1906. (Fuente: wikipedia.org)
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Caricatura de Alfonso Costa y su famoso discurso en la Cámara de los Diputados portuguesa el 20/11/1906. (Fuente: wikipedia.org)

30 ABRIL 2018

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“Portugal queda constituida en la capital del ateísmo. El pueblo portugués está ya preparado para que en dos generaciones el catolicismo quede completamente eliminado de Portugal” (Declaraciones de Alfonso Costa del 26 de Marzo de 1910).

En efecto, con referencia a Portugal, escribe C. Barthas: “…el 5 de octubre de 1910 los masones, cuyas dos vedettes eran Magalhaes Lima y Alfonso Costa, logran derribar la monarquía e inmediatamente permiten que se cometan las peores violencias contra la Iglesia y los católicos, incluido el asesinato… y con motivo del laicismo de la enseñanza, los niños de las escuelas desfilan llevando pancartas en las que se lee: “Ni Dios ni religión”.

Según el testimonio de sus protagonistas, el año 1916, tres niños pastores, ​Lucia dos Santos, (su escrito testimonial, redactado por mandato de sus superiores, en el convento de la carmelitas, donde profesó, es el que sigo en mi exposición), de nueve años y sus primos, Francisco y Jacinta, de ocho y seis años respectivamente, habían visto un ángel, en tres ocasiones distintas –las dos primeras mientras pastoreaban las ovejas y la última en el Pozo del Arneiro, en casa de Lucia (es Lucia, no Lucía), en Aljustrel-, durante la primavera y el verano de 1916 (Lucia no tiene seguridad de la fecha, ni siquiera aproximada).

El domingo 13 de mayo de 1917, los tres niños fueron a pastorear sus ovejas como de costumbre, a un lugar llamado Cova da Iria, cerca de su pueblo natal, Fátima. Lucia afirmó que habían visto, sobre una encina, a una mujer más brillante que el sol (cuando le pidieron a sor Lucia que describiera la Virgen, lo que repetía: “Era luz, solo luz, toda luz”)​ vestida de blanco, con un manto de bordes dorados y un rosario en las manos, que les pidió que volvieran, el mismo día y a la misma hora, durante los cinco meses siguientes, animándoles a que rezaran el rosario todos los días.

Terminada la visión y la conversación con la Señora (así llamaban los niños a la Virgen), corrieron a su pueblo y lo contaron; los vecinos no les creyeron, incluidos los propios padres de Lucia; pero, los padres de Jacinta y Francisco sí creyeron a sus hijos. Más aún, aunque los vecinos eran y son católicos, la Administración, a consecuencia de la revolución de 1910, “estaba en manos de un hombre descarado, profundamente sectario, que, prácticamente era el dueño y terror del Concejo”. Se le conocía por el Latoeiro, pero su nombre era el de Arturo y Oliveira Santos, y encerró en el calabozo a los tres niños, sometiéndoles a un interrogatorio cruel. El Alcalde preguntó al guardia: “¿Está el aceite hirviendo?”; y el guardia contestó: “Sí, Señor”. Entonces el guardia cogió a Jacinta y se la llevó. Al cabo de un tiempo que a Lucia y Francisco les pareció interminable, volvió el guardia y comunicó: “Ya está quemada” y arrastró a Francisco fuera. Pero Lucia tampoco cedió y se acabó la cruel farsa, por lo que el 15 de agosto – la tercera Aparición- el Alcalde hubo de soltar a los tres niños, asustado, dado que acudieron cerca de 18.000 personas a presenciar el milagro y además, lo cierto es, que apenas unos meses después, al cambiar el Gobierno, por un nuevo golpe revolucionario, el Alcalde fue destituido y murió despedazado al explotar la bomba que preparaba contra el nuevo Gobierno.

En la sexta Aparición, la Virgen había profetizado: “En Octubre haré el milagro para que todos crean”. Por ello, a pesar de que la Iglesia callaba, la autoridad civil se oponía, y la gran prensa liberal negaba o ridiculizaba las apariciones, sin embargo, la inmensa mayoría del pueblo creía en ellas; en todo Portugal era enorme la expectación por lo que, desde los puntos más alejados, se prepararon multitud de personas para ir el próximo día 13 de octubre, el día del milagro que obligaría a todos a que creyeran en las apariciones.

La expectación que había en Aljustrel era tal, que sólo se podía hablar del posible milagro, si bien algunos vecinos amenazaban a los niños: “¡ay de vosotros si no hay milagro!”. Unos aconsejaban a los padres que se fueran y no acompañasen a sus hijos, que como eran unos niños no les harían daño.

Uno de los asistentes escribió a su madre en Coimbra:“Desde la víspera del día 13 una ingente multitud avanzábamos en la noche y bajo la lluvia por todos los caminos que iban hacia Fátima. La mayoría pobres campesinos y pescadores que andaban descalzos sobre el barro; también gentes acomodadas, eclesiásticos. Marchábamos cantando y rezando, riendo o silenciosos, empapados nuestros vestidos, pero sin detenernos; soldados con bayonetas caladas intentaron rechazarnos, pero si lo conseguían por un lado, por otro continuábamos avanzando”.

No faltaron tampoco testigos excepcionales: periodistas (entre ellos, Avelino de Almeida, uno de los más importantes periodistas portugueses, que se declaraba ateo, y que escribió para O’Seculo un impresionante artículo, relatando con maestría la veracidad de los hechos), militantes de izquierda que fueron a levantar acta de aquella “gigantesca impostura y superchería reaccionaria y anticientífica “. En conjunto, se calcula que asistieron un mínimo de 70.000 personas. He aquí cómo lo cuenta Lucía:

“Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. Había masas de gente. Una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuera aquél el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el lodo en los caminos impedía a esa gente arrodillarse en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Cova da Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a la gente que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y enseguida a Nuestra Señora sobre la encina.

-¿Qué es lo que usted me quiere?

-Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor; que soy la Virgen del Rosario; que continúen siempre rezando el rosario todos los días. La guerra va a acabar.

-Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos y si convertía algunos pecadores, etc.

-A unos sí, a otros no. Es necesario que se enmienden; que pidan perdón de sus pecados; y tomando un aspecto muy triste añadió: que no ofendan más a Dios Nuestro Señor que está ya demasiado ofendido.

Y abriendo las manos las hizo reflejarse en el sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol.”

En el preciso momento en el que la Señora abrió las manos, los niños empezaron a ver las apariciones anunciadas por la Virgen, y al mismo tiempo Lucia, sin darse cuenta, exclamó: “Mirad al sol”.

Todos miraron.

“De pronto cesó la lluvia y las nubes negras desde la mañana, se disiparon. El sol apareció en el cénit como un disco de plata que podían mirar los ojos sin deslumbrarse. Alrededor del disco se distingue una brillante corona.

De pronto, se pone a temblar, a sacudirse con bruscos movimientos, y, finalmente, da vuelta sobre sí con una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones unos haces de luz cuyo color cambia muchas veces. El firmamento, la tierra, los árboles, las rocas y toda la multitud aparecen sucesivamente teñidos de amarillo, verde, rojo, azul, morado. Esto duró dos o tres minutos.

El sol se detuvo unos instantes. Luego volvió a emprender su danza de luz de una manera aún más resplandeciente. Se detuvo de nuevo para volver a comenzar una tercera vez más variado, más colorido, más brillante aún, este fuego de artificio tan fantástico como ningún artista hubiera podido imaginar. En un mismo instante la multitud tuvo la sensación de que el sol se desprendía del firmamento y, zigzagueando, parecía precipitarse sobre ellos, irradiando un color cada vez más intenso. Todos empezaron a gritar diversas exclamaciones, según las disposiciones de sus almas: “¡Milagro! ¡Milagro!”; “¡Creo en Dios!”; “¡Dios te salve María!”; “¡Dios mío, misericordia!”,... Y enseguida, este último grito es el que predomina, junto con el acto de contrición.

Entonces el sol deteniéndose súbitamente, remontó otra vez zigzagueando, tal como había bajado, y poco a poco volvió a tomar su normal esplendor en medio de un cielo limpio. La muchedumbre, después de haberse levantado, se dio cuenta de que sus vestidos, que estaban empapados, estaban completamente secos. Las vueltas del sol, con los intervalos, duraron 10 minutos. Lo vieron todos los presentes –creyentes, incrédulos, campesinos, ciudadanos, hombres de ciencia, periodistas” Hasta aquí el testimonio). Lo cierto es, que es el único milagro de la Historia de la Humanidad que se ha anunciado con fecha de mes, día y hora; que no cabe atribuirlo a una psicosis colectiva, por cuanto lo vieron algunas personas a unos diez kilómetros y cuando profesionales que iban dispuestos casi a negar la evidencia tuvieron todos ellos, que rendirse a esa evidencia que, como repetía alguno de ellos: “Lo he visto”, “Lo he visto”.

Se cumplieron las cuatro profecías: el final de la guerra y el anuncio de la Segunda Guerra Mundial, junto con el signo que la presagió; la conversión de la Rusia soviética; el intento de asesinato del Papa, hoy san Juan Pablo ll; así como la casi inmediata muerte de Francisco y Jacinta y la larga vida de Lucia.

El actual Papa, Francisco, ha consagrado su pontificado a la Virgen de Fátima y es el próximo día 13, domingo, cuando debemos felicitar a las “Fátima”.

Pilar Riestra
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